¿Cuándo buscar terapia para los niños?
Por Magaly Vázquez
¿Son los niños demasiado pequeños para ir a terapia? Por muchos años se pensó que todos nacíamos como una especie de tabula rasa, que la niñez transcurría de forma tranquila y feliz, hasta llegar a la adolescencia y, luego, a la adultez. No fue sino hasta los descubrimientos de Sigmund Freud que comenzó a cambiar la forma en que se comprendía la mente de un niño. Fue el primero en afirmar que los niños atraviesan por distintas etapas que conllevan una serie de conflictos psíquicos con los cuales el niño intenta lidiar y resolver. Por su parte, Melanie Klein amplió la noción de Freud y postuló que, desde el nacimiento, el bebé está cargado constitucionalmente de impulsos que, en interacción con su entorno, irá creando una mente llena de fantasías, emociones y conflictos, a lo cual denominó “mundo interno”.
Actualmente, se sabe que el desarrollo no está dado únicamente por aspectos biológicos y físicos, sino también por los psíquicos y emocionales. Ya que en el proceso de crecer y convertirse en un ser cada vez más autónomo e independiente intervienen factores tanto constitucionales (lo que el niño trae de nacimiento), como individuales (su mundo interno) y ambientales (medio familiar y cultural), por lo que es un transcurso bastante complejo en el que el niño puede presentar dificultades. Es importante comprender que el niño aún no cuenta con los mismos recursos psíquicos que el adulto para comprender lo que le sucede, ni con los recursos verbales para expresarlo. Los medios de los que se vale para comunicarse son ciertos comportamientos y, muchas veces, síntomas que advierten que algo está sucediendo.
Algunos síntomas que pueden aparecer en distintos momentos de la niñez son dificultades en la alimentación, miedos, fobias, terrores nocturnos, agitación, agresión, berrinches, masturbación, aislamiento, dificultades escolares y de aprendizaje, asma o alergias, etcétera. Además, pueden presentarse frente a movimientos internos en la mente del niño, es decir, expresan el conflicto propio de la etapa por la que el niño está atravesando, pueden considerarse esperables y adaptativos. Por ejemplo, entre los dos y los tres años, el niño se encuentra lidiando con el control de esfínteres, cuyo objetivo principal no es únicamente dejar el pañal, sino el poder afirmarse como un ser diferenciado de la madre que tiene control y decisión sobre su cuerpo. Esta necesidad se expresa a través de los berrinches, así como de la agresión al aventar sus juguetes, usar el piso en lugar del baño, etcétera.
Por un lado, existen situaciones externas con las que el niño puede tener dificultad para lidiar momentáneamente porque las siente como amenazantes, por ejemplo, el nacimiento de un hermano. Es común que aparezcan algunos síntomas, pero es esperable que, pasados algunos días o semanas, el niño logre adaptarse y los síntomas desparezcan.
Un síntoma en sí mismo no implica un problema necesariamente, pero ¿qué sí lo es? Los criterios para considerar que los síntomas merecen la valoración de un profesional son la intensidad, la duración, frecuencia y si corresponde a la etapa del desarrollo. Aunque la herramienta principal con la que cuentan padres, maestros o personas encargadas del cuidado del niño es la observación. También es importante descartar si existe una causa orgánica que esté generando el síntoma.
Por otro lado, hay situaciones que meritan ser atendidas por un psicoterapeuta especializado en niños por tener la cualidad de trauma que implica para la mente de un niño. Por ejemplo, la muerte de uno de los padres o abuso sexual. El psicoterapeuta evaluará el mundo interno del niño y su relación con su medio familiar o escolar, orientará a los padres y recomendará algunas estrategias o un tratamiento terapéutico. El objetivo de este último será brindarle al niño un conocimiento más amplio sobre sí mismo, de manera que se fortalezcan sus recursos emocionales para adaptarse mejor y funcionar de forma más armónica en su entorno.
Referencias
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