¿Es útil una comprensión horizontal de la adolescencia?
Por Gabriela Hernández.
Hace algunos días, iba en un taxi en camino a dar clases. La conductora era una mujer de treinta años aproximadamente, con un corte de cabello estilo punk y muchos aretes en cada oreja. Me recordó a la estética de The Cure, una banda de rock de los 80 que me gusta mucho. Además, siempre me da gusto encontrar mujeres trabajando en oficios que normalmente se consideran para hombres. Mantuvimos una agradable charla durante el trayecto. Después de que yo indagué sobre su experiencia como chofer de taxi, ella me preguntó a qué me dedicaba. Le comenté que soy psicoterapeuta y que trabajo sobre todo con adolescentes y jóvenes. “¡Uf!”, resopló y dijo: “Tú como experta, ¿cómo ves a los adolescentes de ahora? Están gruesos, ¿no?”. Francamente, me sorprendí de su juicio, pues ella misma usaba el cabello como una adolescente y su trabajo es poco común entre las mujeres. Un tanto decepcionada, le contesté simplemente: “Justo eso mismo dijeron de nuestra generación”.
La verdad es que no tenía por qué sorprenderme. Tal ha sido el discurso imperante desde que se conceptualizó la adolescencia y, probablemente, lo seguirá siendo un tiempo más. La idea misma de adolescencia se sostiene, en parte, sobre la confrontación generacional (Kancyper, 2003). Es propio de los adolescentes cuestionar y sacudir el discurso de los padres, junto con todos sus representantes; la labor de los adultos, por otro lado, es tolerar la obsolescencia. Este término, propuesto por Gutton (1991), proviene de “obsolere” que significa “caer en desuso”. Los padres se enfrentan al dolor de ser reemplazados por nuevas formas de relación, pues dejan de ser para sus hijos el modelo a seguir.
La anécdota anterior estuvo dándome vueltas en la cabeza un tiempo y me llevó a reflexionar sobre el lugar que ocupa el psicoanálisis, particularmente el psicoanalista en acto, frente a un paciente adolescente. Kancyper (2003) señaló que en la estructura social se da un salto entre las generaciones de adultos y jóvenes, lo que implica confrontación. La chofer dice que los adolescentes “están gruesos” partiendo de un discurso que también atraviesa a los psicoanalistas por el simple hecho de ser adultos. Precisamente, esta diferencia puede convertirse en un punto ciego para el psicoanalista, sus interpretaciones pueden verse matizadas por el mismo discurso. Entonces, ¿cómo superar dicha dificultad? ¿Cómo trabajar psicoanalíticamente sin resbalar dentro de la brecha que separa al paciente adolescente y al analista adulto?
De entrada, es necesario asentar la estructura. Foucault, en Las palabras y las cosas (1966), nos brinda una herramienta que nos puede ayudar a clarificar la organización. Propone dos formas de estudiar un concepto: la horizontal y la vertical. Estudiar la adolescencia desde un punto de vista vertical, implicaría que comparáramos a los adolescentes de los años ochenta con los adolescentes del milenio, incluso con los adolescentes del medioevo o de la época victoriana. Ese análisis sería probablemente infructuoso, porque el concepto de adolescencia, como lo usamos ahora, no existía en ese entonces; fue hasta principios del siglo XX que adquirió el sentido que tiene hoy. Analizar el fenómeno verticalmente conduce con facilidad a la opinión de que los adolescentes de hoy –cualquiera que sea ese momento– están gruesos.
Afortunadamente, tenemos la posibilidad de estudiar la adolescencia desde lo horizontal, lo cual implica observar al sujeto, en este caso, una paciente adolescente, dentro de un contexto social, cultural, histórico particular y, por lo tanto, también teórico. Encontramos que en el cuerpo teórico psicoanalítico se halla una multiplicidad de voces que nos ayudan a dilucidar el fenómeno adolescente. Revisaremos algunas propuestas de Freud y Gutton, al mismo tiempo que observaremos estos ejes horizontales con una viñeta clínica.
Freud, en sus Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905), señala cómo se instala la latencia en los niños. La sexualidad infantil se pone en pausa durante un periodo, el cual inicia a partir del entierro del complejo de Edipo y finaliza con la eclosión de la pubertad. Esta etapa se instaura debido a dos condiciones: 1) la angustia de castración y 2) la “imposibilidad interna” de la edad cronológica para tener una relación coital. Como explican Laplanche y Pontalis en su Diccionario de psicoanálisis bajo el término “latencia”:
Así, Freud se vio inducido a invocar, para explicar la declinación del Edipo, «la imposibilidad interna» de éste, una especie de discordancia entre la estructura edípica y la inmadurez biológica: « […] la ausencia persistente de la satisfacción esperada, la perpetua frustración del niño que espera, obligan al pequeño enamorado a renunciar a un sentimiento sin esperanza» (1996; 210).
En otras palabras, el niño renuncia a su amor por los padres, debido a que su propio cuerpo no es apto para una sexualidad genital. Pero en la pubertad todo cambia. Ahora, biológicamente, el pequeño enamorado ya no está obligado a renunciar. Retomando el análisis horizontal que propone Foucault, podemos identificar que uno de los ejes de la adolescencia será el cuerpo sexuado.
Mariana es una joven de 16 años, llegó a tratamiento por dificultades en la escuela y para socializar con sus pares. Durante la sesión habla sobre el cabello de sus amigas, sus pechos, sus novios, sus bolsas y lo perfecto que es todo aquello que a ellas pertenece, pero que ella no tiene. Esos elementos que caracterizan lo femenino adulto, están puestos fuera de sí; ella los desea y envidia. Es como si esta paciente tuviera el cuerpo de una niña latente, rodeado de adolescentes con cuerpos sexuados y femeninos que poseen tesoros a los que ella no tiene acceso. Mariana renuncia, como renunció el niño que describe Freud, a la posible satisfacción sexual.
La paciente también padece depresión, ansiedad, se corta los brazos y, tras una bulimarexia importante, actualmente tiene obesidad. A pesar de estas severas dificultades, tanto ella como sus padres narran que había vivido una infancia y latencia relativamente carente de sobresaltos. A partir de su quinto año de primaria ocurrieron una serie de sucesos que desencadenaron su psicopatología. No es casual que el momento en el cual comienza a rodar la bola de nieve coincide con la eclosión de la pubertad. Este momento biológico “le rompe la cabeza” (Ortiz, 2016) y le impide elaborar simbólicamente la escena puberal que nos describe Gutton (1991), por lo que debe recurrir a actuaciones sobre el cuerpo para controlarlo, cortarlo, disimularlo o impedir que crezca.
Nos encontramos frente al segundo eje de nuestra comprensión horizontal. Gutton (1991) habla de una escena puberal que se superpone a la escena primaria. A través de los sueños y del contacto con objetos externos, el adolescente elabora las fantasías de fusión, seducción y castración que acompañan la escena primaria. La diferencia fundamental es que el lugar que ocupa aquí ya no es el del infante, sino el del púber cuyo cuerpo tiene acceso ahora a la sexualidad genital. En el caso de Mariana, el rechazo por este cuerpo sexuado inhibe la relación con sus pares (hombres o mujeres), ya que frente a la escena puberal decide funcionar más como una niña latente, cuyos conflictos había logrado resolver exitosamente, y cortar o lastimar cualquier muestra de sexualidad en su soma.
Este texto no tiene como objetivo agotar las aportaciones teóricas, sino ensayar la posibilidad de ilustrar a través de una teoría estructural, una organización que aumente la profundidad de comprensión de la vida psíquica de todos nuestros pacientes.
Referencias:
– Foucault, M. (1966). Las palabras y las Cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. México: Siglo XXI Editores.
– Freud, S. (1905). “Tres ensayos sobre una teoría sexual. II. La sexualidad infantil.” En Obras completas, tomo 7. Buenos Aires: Amorrortu.
– Gutton, Ph. (1991). Le pubertaire. París: PUF.
– Kancyper, L. (2003). La confrontación generacional. México: Lumen Humanitas.
– Laplanche, J. y Pontalis, J.B. (1993). “Latencia”. En Diccionario de psicoanálisis, s.v. Barcelona: Labor.
– Ortiz, E. (2016). Supervisión de casos clínicos. Comunicación personal durante mayo de 2016, México.
Inicio del Doctorado en Clínica Psicoanalítica: septiembre, 2016. Conoce más del doctorado aquí: https://www.centroeleia.edu.mx/doctorado-en-psicoterapia