¿Cómo escuchan los psicoanalistas?
Por Karina Velasco Cota
Uno procede como al azar, se deja sorprender por sus virajes, abordándolos cada vez con ingenuidad y sin premisas.
Sigmund Freud (1912)
Iniciar un proceso psicoanalítico implica enfrentarse a una serie de cuestionamientos potencialmente angustiantes; las personas suelen preguntarse en qué consisten las sesiones, qué se espera del analista y, simultáneamente, qué espera este del analizado. La sesión analítica no es una conversación como cualquier otra; por el contrario, se extrae de los convencionalismos sociales para convertirse en un encuentro íntimo, único e irrepetible entre dos personas que colaboran en la exploración de los conflictos inconscientes y la vida emocional del individuo que consulta.
Dicha tarea requiere que el paciente “asocie libremente”, es decir, que exprese con toda la espontaneidad y franqueza posibles lo que aparece en su mente, incluyendo lo que piensa y siente, sus ocurrencias, fantasías y, por supuesto, sus sueños, sin necesidad de seleccionar algo en específico y sin desestimar o impedir la emergencia de alguna idea, por temor a que se trate de una tontería o de una locura que quede sujeta a la crítica del terapeuta. Conviene que el analizado evite también la tentación de darle un orden o una secuencia específica al material y, en cambio, trate de hablar tal y como surgen en su mente los pensamientos.
De forma complementaria, el analista colabora en esta labor, construyendo un clima libre de juicios, críticas o expectativas para permitir la afluencia de todo lo que el paciente quiera hablar. Cuando Sigmund Freud delimitó puntualmente el método que caracteriza la práctica psicoanalítica, introdujo el término atención flotante para referirse a un tipo particular de escucha por parte del terapeuta que, en concordancia con la asociación libre del paciente, consiste en prestar atención a todo el material que este proporcione durante la sesión, sin preferir un fragmento por encima de otro por parecerle más importante o significativo. Se trata de un esfuerzo para dirigir los sentidos hacia todo lo que se puede observar en torno al paciente, incluyendo lo que dice y lo que omite, lo que hace o deja de hacer, así como el vínculo que establece con el terapeuta.
En su conferencia “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico” (1912/1991a), Freud explica: “no querer fijarse {merken} en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma atención parejamente flotante” (p. 111). Esta disposición en la escucha implica proceder con cautela, no tratar de suponer nada o intervenir inmediatamente, tampoco dar explicaciones precipitadas ni, en el peor de los casos, dirigir el discurso del paciente, introducir un tema o hacerle sugerencias con respecto a sus predicamentos. Por el contrario, tiene que ver con la posibilidad de suspender los prejuicios, las expectativas, e incluso la inclinación teórica, para prestar oídos con la misma libertad con la que se le pide al paciente que hable. Esta aproximación, abierta y receptiva, al material del paciente es la clave para dar paso a la investigación de su inconsciente y la exploración de su mundo interno.
Cabe mencionar que, para mantener esta cualidad en la atención, el terapeuta requiere de un importante nivel de concentración emocional, que puede verse perturbado fácilmente. Por eso, es importante contar con un lugar privado y libre de interrupciones, así como con un estado mental, si no exento de preocupaciones personales, sí lo suficientemente disponible para el paciente. Freud menciona, por ejemplo, que no conviene tomar notas durante el curso de la sesión porque esta actividad exige hacer una selección del material y porque la preocupación de retener las palabras del paciente es, ya de por sí, un distractor.
Hoy en día, además de la necesidad apremiante de apuntar todo lo que dice el paciente para supervisar la sesión, hay otros factores que obturan la atención, como los dispositivos electrónicos, ya sean los teléfonos celulares o los relojes inteligentes, que pueden convertirse en una enorme tentación (tanto para el paciente como para el analista) y malusarse al servicio de las resistencias, es decir, las fuerzas inconscientes que se oponen al trabajo analítico. Lo mismo aplica para aquellos terapeutas que piensan que grabar las sesiones es una opción, ya que, además de ser una actividad que requiere el consentimiento expreso del paciente, implica la inclusión de un tercero dentro del setting analítico, lo que supone una fractura al encuadre y se convierte en una perturbación en el vínculo transferencia-contratransferencia. En cambio, la profesión obliga al analista a esforzarse en ese terreno para desarrollar, paulatinamente, la capacidad de memoria y dejar las notas para el final de la sesión con el paciente.
Actualmente, no solo se conserva la noción técnica forjada por Freud sobre la escucha analítica, sino que se ha ampliado, gracias a las aportaciones de los psicoanalistas que lo sucedieron, como Heinrich Racker y Paula Heimann, quienes —cada uno por su cuenta— situaron la contratransferencia como el instrumento técnico por excelencia para la comprensión de los conflictos inconscientes del paciente. A la luz de estas contribuciones, la noción de atención flotante englobó el registro y discriminación de la actividad mental, y las reacciones emocionales del terapeuta ante las transferencias del paciente. Por lo tanto, como menciona José Bleger (2009), a la tarea de observar al paciente se le suma la de la autoobservación. Freud, pese a considerar la contratransferencia como un obstáculo que proviene de las áreas no analizadas del terapeuta, describió la escucha analítica como una actividad mental que escapa a la consciencia, o sea, que captura lo inconsciente del paciente, a través de su propio inconsciente para, posteriormente, comunicárselo al paciente mediante la interpretación.
Las ideas de Freud, adelantadas a su época, esbozan ya las concepciones bionianas sobre la capacidad negativa y el trabajo analítico sin memoria ni deseo, cuyo objetivo es centrar la atención en la experiencia emocional de la sesión y no en lo que ha pasado con anterioridad en el tratamiento (memoria), ni con lo que podría deparar el futuro del mismo (deseo). Para Wilfred Bion, la atención flotante podría definirse como un estado mental receptivo, intuitivo y sintonizado con la realidad psíquica del paciente (de manera análoga al estado de rêverie de la madre con su bebé). Esta facultad requiere tener la mente libre de contenidos preconcebidos para dejarse sorprender por el encuentro con el paciente y, junto con él, generar nuevas ideas. Desde esta perspectiva, el analista deberá dejar fuera de la sesión el trabajo preliminar con el supervisor, así como sus expectativas con respecto al acontecer del paciente; por ejemplo, frenar el deseo de que la mujer que entabla relaciones sadomasoquistas con sus parejas deje al hombre que la maltrata y se consiga otro más “benevolente”.
Retomando el ejemplo anterior, podemos pensar que escuchar analíticamente el discurso de esta paciente no solo implicará atender sus asociaciones —sus expresiones verbales y preverbales—, sino autoobservar, de forma simultánea, las reacciones emocionales que emergen frente al material como, bien podrían ser, el enojo, las ganas de cuestionarla o aleccionarla para que se conduzca de manera distinta. Tal advertencia contratransferencial permite prevenir que en la sesión se genere, en consonancia con su conflicto inconsciente, un clima de desprecio y desconsideración, de manera que, en lugar de hacer del hombre violento que la maltrata, el analista está en posibilidad de transformar dicha experiencia en una interpretación que le brinde comprensión a la paciente sobre su vida psíquica.
Para concluir, vale la pena subrayar que, tanto la asociación libre como la atención flotante —pilares de la labor analítica— conviven en una dialéctica que obedece a disponer el propio inconsciente como órgano receptor del inconsciente del paciente, lo que deja al terapeuta con una responsabilidad y un compromiso inaplazable con respecto a su propio trabajo terapéutico y de supervisión.
Referencias
Bleger, J. (2009). Temas de psicología. (Entrevista y grupos). Nueva Visión.
Etchegoyen, H. (2009). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Amorrortu Editores. (Obra original publicada en 1986).
Freud, S. (1991a). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. Obras completas (vol. 12). Amorrortu Editores. (Obra original publicada en 1912).
Freud, S. (1991b). Sobre la iniciación del tratamiento. Obras completas (vol. 12). Amorrortu Editores. (Obra original publicada en 1913).
Laplanche, J. y Pontalis, J. (2008). Diccionario de psicoanálisis. Paidós. (Obra original publicada en 1967).
Artículo del Diplomado “Supervisión. Diagnósticos y estrategias clínicas” que inicia el próximo 16 de octubre de 2021.