Cambiar de escuela a tu hijo no va a mejorar su socialización
Por Javier Fernández
Es muy difícil ver a un hijo cuando llega de la escuela y lo único que quiere es encerrarse en su cuarto. Se sienta en la mesa a comer y está desanimado, apenas voltea a ver a los demás y responde con monosílabos a cualquier pregunta.
Este tipo de conductas son esperadas en los adolescentes y, como padres, habrá que comprenderlas. Sin embargo, hay jóvenes que no se meten a sus habitaciones para tener privacidad al hablar con sus amigos, ni se quedan hasta las dos de la madrugada en una llamada porque están “ligando” con alguien. Todo lo contrario, su cuarto se convierte en una “cueva” donde se aíslan de la familia, los amigos y la sociedad. Los fines de semana no salen, porque no están incluidos en un grupo de amigos, a pesar de que han luchado por pertenecer a alguno. El sentimiento que de rechazo que los inunda es tan doloroso e inaguantable, que prefieren ser ellos quienes se confinan, en una evocación de no necesitar de los demás. La realidad cae sobre su propio peso cuando entran a las redes sociales y ven a sus compañeros divirtiéndose y conviviendo, las pláticas de los lunes dentro del salón de clases se centran en lo que sucedió el fin de semana y, nuevamente, se sienten como un “ser extraño” dentro de la escuela.
En ocasiones, esto afecta su rendimiento escolar, pero, en otras, son excelentes estudiantes. En torno a la escuela, no hay ninguna queja de sus padres, pues, la mayoría del interés de estos se enfoca en el aprovechamiento académico del estudiante, por lo tanto, si no hay disrupciones de conducta “todo va bien”. La razón de que no se vea afectada el área escolar es porque el adolescente encuentra un refugio intelectual que justifica su rechazo por lo social, son los padres quienes tienen que actuar para darle a su hijo el apoyo que necesitan.
En el mejor de los casos, el mismo adolescente puede quejarse airadamente de que necesita un cambio de escuela porque no encaja, se siente perdido, nadie le hace caso, lo molestan, sus compañeros son inmaduros y, dentro de la escuela, no lo ayudan. La opción que se considera adecuada es que estudie en otra escuela, por lo que las explicaciones que damos al asunto tienden a ser superficiales “el sistema no es para mi hijo, el ambiente social no comparte nuestros valores familiares y un cambio siempre es bueno”.
En gran parte de las ocasiones, el cambio resulta desafortunado: los síntomas se repiten y esto genera mayor frustración tanto en la familia, como en el hijo. La idea de ser un “inadaptado social” se acentúa y la presión por tener amigos aumenta. De manera que, en adición, escuchamos de ciertas personas que nuestro hijo necesita “herramientas sociales”.
Entonces pensamos en la segunda opción: que acuda a algún taller o grupo en el que le enseñen a socializar. Sin embargo, estos espacios tienen como objetivo que el adolescente se adapte al medio externo y modifique su conducta, pero este tipo de soluciones resultan temporales: el adolescente actúa lo que le enseñaron y esto le permite integrarse, pero por cierto tiempo, ya que tanto él, como sus “nuevos amigos” se dan cuenta de que el cambio no es auténtico, pues sólo se ajustó a lo que el medio externo le exigía.
No obstante, una opción ideal para superar una situación como esa es recurrir a psicoterapia psicoanalítica. Esta tiene como meta entender el mundo interno del adolescente: la forma en cómo percibe y siente el mundo externo, que, en otras palabras, es un reflejo de lo que acontece dentro de su mente. Con la finalidad de esclarecer los obstáculos que afectan su socialización, el paciente encuentra el modo en que se relaciona con los demás y, adicionalmente, descubre las fantasías que lo llevaron a aislarse del mundo. Asimismo, el cambio se enfoca en la raíz del problema, en consecuencia, la seguridad para establecer una relación interpersonal no dependerá de lo que suceda afuera, sino de la decisión que él tome en cuanto a entablar una relación con los demás.
En conclusión, no debemos evadir el problema que nuestro hijo tiene, por muy doloroso que este sea. Recordemos que, como decía Arminda Aberastury, el grupo de amigos constituye la transición necesaria en el mundo externo para lograr la individuación adulta. Es decir, si pretendemos que nuestros hijos puedan “salir del núcleo familiar” e independizarse, los amigos son fundamentales en su desarrollo.