Autismo: una visión desde el psicoanálisis
Marcela Barruel Oettinger
El autismo es una patología grave que se gesta en etapas muy tempranas; su pronóstico es variable, pero siempre reservado. Desde la fenomenología se describe una gran variedad de síntomas, diferentes intensidades, y una evolución incierta, errática e impredecible. Esto nos obliga a pensar en complejidad, en la infinidad de factores que están en juego en la gestación de esta patología y en abordajes terapéuticos interdisciplinarios. En los últimos años, el autismo se ha estudiado desde diferentes disciplinas; sin embargo, todavía no se llega a resultados concluyentes y continúa resultando enigmático en muchos aspectos. Aun así, debemos reconocer que cada teoría, en cierta medida, hace aportaciones importantes.
Una descripción general del autismo
El psiquiatra suizo Eugen Bleuler le dio nombre a este trastorno en 1911. Posteriormente, en 1943, el psiquiatra y médico austriaco Leo Kranner hizo la primera descripción. Hasta ahora, desde el punto de vista orgánico, la etiología del autismo se desconoce, aunque se asocia con algunas disfunciones cerebrales como la epilepsia, ciertas dismetabolias y anomalías morfológicas, así como algunas irregularidades en el comportamiento eléctrico o metabólico del cerebro y varios síndromes cromosómicos. También se asocia con el sufrimiento cerebral grave o perinatal, la encefalitis y algunas afecciones genéticas. De acuerdo con el psicoanalista Serge Lebovici (1989), el autismo es una patología variable y heterogénea; los primeros signos suelen ser discretos, la mayoría de ellos no tiene especificidad y son inconstantes, es decir, nunca están todos presentes. Además, pueden tener manifestaciones opuestas: insomnio o hipersomnia; hipertonía o hipotonía; excesiva tranquilidad o gran excitabilidad. También existen diferentes grados de severidad y puede estar o no asociado al retardo mental.
Existen varias condiciones parecidas al autismo que se caracterizan por incluir dificultades en las áreas de socialización, comportamiento y lenguaje. Las personas con trastornos dentro del espectro autista tienen dificultades para integrar sensaciones: en ellas destaca la mirada vacía, los movimientos estereotipados (es decir, movimientos sin finalidad aparente), la ausencia de mímica y gestos de llamada, insensibilidad ante estímulos auditivos, reacciones emocionales extrañas, desbordes ante pequeñas modificaciones del entorno, uso del cuerpo de otros como instrumento, ausencia de actividad autoerótica, gran resistencia al sufrimiento y falta de diferenciación entre lo familiar y lo extraño, entre la presencia y la ausencia, entre lo vivo y lo inerte. Además, en lugar de juego simbólico presentan acciones o movimientos repetitivos carentes de fantasía.
Teorías psicoanalíticas del autismo
Existen muchas teorías psicoanalíticas que han tratado de dar cuenta de la sintomatología del autismo. La mayoría de ellas entienden este trastorno como una forma de defensa primitiva y devastadora, una especie de retirada del mundo de las emociones provocada por angustias intensas experimentadas en los momentos más tempranos de la vida. Autores como Donald Winnicott, Frances Tustin, Esther Bick, Donald Meltzer y Margaret Little, entre otros, consideraron que los niños con autismo huyen de ciertas sensaciones intolerables, como “terrores sin nombre”, “angustias impensables”, “miedo a desaparecer”, “sensación de caer por un agujero negro”, “romperse en pedazos”, “muerte psíquica” y “ausencia de mismidad”. Asimismo, asociaron el autismo con la presencia de vínculos donde predominan tanto ansiedades de separación intensas como ansiedades que apuntan a lo opuesto, es decir, temores de invasión, de quedar fusionado e indiferenciado con el otro. Ambos tipos de angustia pueden ser devastadores para una mente en desarrollo, frágil, con pocos recursos y sin estructura. Se piensa que estas angustias insoportables solo logran tolerarse cuando se utilizan mecanismos de defensa extremos que dejan huecos o vacíos que trastornan o empobrecen la mente de manera muchas veces irreversible. Al observar la conducta de los niños con autismo, parecería que la retracción a la nada o al vacío de alguna forma los tranquiliza, mientras que, al sacarlos de ese estado, experimentan una irrupción insufrible, violenta y agresiva.
Con respecto a la estructuración temprana de la psique, los autores antes mencionados identificaron la piel como contenedora y diferenciadora del yo. Desde diferentes esquemas teóricos, puntualizaron la importancia del contacto corporal y la cercanía emocional como función sostenedora o tranquilizadora en los primeros momentos de la vida. De acuerdo con sus teorías, sostener o abrazar al bebé de manera que se sienta contenido y seguro lo ayuda a procesar las angustias más intensas y, al mismo tiempo, promueve la incorporación de los límites corporales. Si este contacto no se logra, existe el riesgo de que la piel no desarrolle su función de contención y que, por lo tanto, el niño viva sensaciones parecidas a diluirse y confundirse terroríficamente con el entorno. Algunos autores describen estos estados como la sensación de ser líquido sin que la piel funcione como contenedora.
Sin negar los aspectos constitucionales, algunas teorías subrayan el papel del ambiente en la gestación del autismo. Argumentan que las perturbaciones en la función materna de sostén y de procesamiento de emociones tempranas pueden ser el origen de la defensa autista. Se trata de encuentros fallidos entre la madre y sus hijos, donde no se da el plus de la significación y la fantasía, madres que no otorgan un sentido a las producciones del bebé. Con frecuencia, las historias de niños con autismo incluyen separaciones prematuras violentas o vínculos afectivos carentes de vitalidad: hospitalizaciones, accidentes graves, situaciones de abandono temprano, etc. Esto nos hace pensar que se trata de niños que vivieron ansiedades importantes bajo la ausencia de vínculos que les brindaran una contención adecuada o la posibilidad de dar significado a esas experiencias traumáticas. De acuerdo con André Green (1986), podría también tratarse de relaciones tempranas donde las madres deprimidas o sumamente ansiosas no lograron vincularse con sus hijos y comprender sus ansiedades; madres que desvitalizan y establecen vínculos carentes de amor, en donde la desconexión parece ser el común denominador.
Otras teorías se enfocan en el papel de lo constitucional. Explican que las angustias insoportables que viven los niños autistas y que provocan su retirada del mundo de los afectos y los vínculos tienen que ver con tendencias destructivas innatas muy intensas, con el predominio de la pulsión de muerte que corroe, desmantela investiduras, impide la representación, separa y desgarra hasta generar sensaciones que van desde la desesperanza, la indiferencia y la frustración, hasta el odio e incluso la violencia.
Los padres y su vinculación con el niño con autismo
Una vez instalada la defensa o la retirada autista, independientemente del origen, surgen ciertas actitudes en los padres: ¿cómo vincularse con un niño que no responde a las caricias ni a la voz, a la estimulación o a la mirada? ¿Cómo amarlo y no retirarse en reciprocidad? Los padres y los familiares cercanos tienen una tarea monumental al criar a un niño con autismo. Cuando nace un niño, siempre se tienen ideas preformadas sobre él, expectativas que muchas veces no se cumplen. Por lo tanto, los padres deben trabajar un duelo por el niño que no nació. En el caso del nacimiento de niños con perturbaciones severas, este duelo es mucho más intenso y, en ocasiones, incluso imposible. ¿Cómo amar a un niño que nació tan diferente a las expectativas que se tenían sobre él, un niño que está tan lejos de cumplir los sueños que los padres habían construido para su vida?
Es importante aprender a manejar la ambivalencia que se suscita ante la patología severa de un niño. Por un lado, existe el amor y el deseo de brindarle cuidados para que logre desarrollarse lo mejor posible y que sea capaz de abrirse camino en la vida; por el otro, se puede experimentar una enorme frustración y enojo cuando se tiene a un hijo que responde escasamente y que brinda satisfacciones distintas a las esperadas. Si esas emociones no se trabajan, si los padres no tienen un espacio donde procesar el dolor y la frustración, estos sentimientos pueden traducirse en una violencia que podría expresarse de manera inconsciente por medio del descuido y la agresión, o todo lo contrario, a través de una sobreprotección y apoderamiento de su cuerpo, como si se tratara de un objeto y no de un ser humano a quien cuidar. Estos actos despojan a la persona con autismo de la posibilidad de ser un sujeto único, diferenciado y deseante.
Es muy importante que los padres de niños severamente perturbados elaboren el duelo de la mejor manera posible, que logren disfrutar del hijo que tienen y persistan en su intento por vincularse con él, que puedan gozar de sus actividades y logros, y que insistan en realizar las actividades lúdicas que les brinden momentos placenteros. Solo así podrán abrir un espacio vital para que ese niño logre construirse como sujeto.
Referencias
Anzieu, D. (2010). El yo-piel. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva.
Bick, E. (1968). La experiencia de la piel a principio de las relaciones de objeto. International Journal of Psychoanalysis, 49, 484-486.
Green, A. (1986). La madre muerta. En Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Buenos Aires: Amorrortu.
Janin, B. (2011). El sufrimiento psíquico en los niños. Em Psicopatología infantil y constitución subjetiva. Buenos Aires: Noveduc.
Lebovici, S. (1995). La psicopatología del bebé. Ciudad de México: Siglo XXI.
Little, M. (1995). Relato de mi análisis con Winnicott. Buenos Aires: Lugar Editorial.
Mahler, M. (1968). Simbiosis Humana: las vicisitudes de la individuación. Ciudad de México: Joaquín Mortiz.
Marcelli, D. (2006). Psicopatología del niño (7ª ed.). Barcelona: Elsevier.
Torras de Bea, E. (2012). Normalidad, psicopatología y tratamientos en niños, adolescentes y familia. Barcelona: Octaedro.
Tustin, F. (1987). Autismo y psicosis infantiles. Barcelona: Paidós.
Winnicott, D. (1971). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa
Marcela Barruel
estudió Psicología en la UNAM y la Maestría en Psicoterapia Psicoanalítica en el Centro Eleia, donde es docente desde 1999, tanto en la Licenciatura como en la Maestría. Trabajó en varias instituciones para gente con discapacidad intelectual. Es miembro de la Asociación Mexicana para el Estudio del Retardo y la Psicosis Infantil (AMERPI) desde 1999, donde ha coordinado varios comités. Participó como ponente en cursos, mesas de discusión y conferencias en congresos y jornadas de diferentes instituciones. Actualmente realiza su práctica privada con niños y adultos.