Aportaciones de nuestros alumnos: Validez ecológica del TDAH en Psicología
Por Alejandro Monterrosas
Desde que Wilhelm Wundt desarrolló el primer laboratorio de psicología experimental en Leipzig, Alemania, en 1879, se empezaron a proponer diversos constructos y teorías que necesitaban de un ambiente estrictamente controlado para poder ser puestas a prueba. La gran variedad de experimentos llevados a cabo en laboratorios ayudaron a los investigadores a conocer y entender procesos normales y patológicos, tanto del desarrollo de habilidades como de conductas y formas de interacción social.
En la investigación de procesos cognitivos, llevar sujetos a ambientes con situaciones y estímulos controlados ayudaba a los investigadores a aislar procesos individuales para su mejor análisis y entendimiento. Asimismo, se intentaba excluir cualquier variable extraña que pudiera interferir en el desempeño del individuo, afectando los resultados.
Durante el periodo de la Segunda Guerra Mundial, la investigación neurológica y neuropsicológica tuvo su primer auge al estudiar a sobrevivientes de guerra con lesiones a nivel cerebral. Así fue como comenzó en las décadas de los 40 y 50 la observación de la relación cerebro-conducta, junto con el desarrollo y lanzamiento de las primeras baterías que medían, localizaban y cuantificaban los efectos secundarios de las lesiones neurológicas.
El desarrollo de estas y otras pruebas dentro de la psicología fue posible gracias a la identificación de procesos cognitivos individuales, primero en pacientes con afectaciones neurológicas, para luego pasar al estudio en pacientes sanos, con ambientes aislados, controlados y estructurados para evitar la interferencia o contaminación con otros procesos mentales no dañados o no relacionados.
A finales de los 50, diversos investigadores comenzaron a discutir un problema que se presentaba al medir, cuantificar y describir ciertos procesos dentro de un laboratorio, pues era posible que este ambiente controlado no se relacionara en lo más mínimo al ambiente social o familiar en el que el individuo se desarrollaba e interactuaba de manera cotidiana. A esta cualidad de representar dentro de un laboratorio o en una prueba, lo más fielmente posible, las capacidades que las personas utilizan en su vida, se le llamó validez ecológica. En su estudio, Bombin-González y colaboradores (2014) consideran que la fragmentación de los procesos mentales complejos para el análisis de procesos más sencillos implica una gran pérdida de valiosa información.
Pese a que todavía no hay un consenso claro sobre la definición y la aplicación de la validez ecológica, tanto en psicología como en neuropsicología, diversos autores coinciden en la necesidad de crear pruebas y demostrar constructos que sean representativos de la vida del sujeto. Esto ayudaría a generalizar los resultados que se observan en el laboratorio y predecir de manera fiel la conducta que tendrá la persona en su vida diaria. En palabras de Brofenbrenner, se trata de: “Mantener la integridad de las situaciones de la vida real en el contexto experimental, sin dejar de serle fiel al contexto social y cultural” (1977: 516).
En el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) se ha encontrado evidencia de un déficit en determinadas funciones que controlan, modulan y organizan nuestra conducta para orientarla a un fin concreto. Este conjunto de habilidades son llamadas Funciones ejecutivas. No obstante, se ha empezado a cuestionar la validez ecológica de las diversas pruebas con las que se valora este déficit en el funcionamiento ejecutivo. El objetivo es saber si tales pruebas realmente están arrojando resultados confiables sobre las capacidades que los pacientes usan todos los días para llevar a cabo sus tareas cotidianas.
En ocasiones, las pruebas diseñadas bajo procesos teóricos resultan con poca correspondencia para la realidad clínica del paciente. Un ejemplo son los test de resolución de problemas que plantean tareas que frecuentemente no tienen que ver con las actividades cotidianas de los pacientes. La importancia del impacto que tiene la disfunción en el entorno cotidiano del paciente supone una especial importancia para el diseño de estrategias de intervención y rehabilitación.
Para García-Molina, Tirapu-Ustárroz y Roing-Rovira (2007), en neuropsicología la validez ecológica está relacionada con la capacidad de una prueba para predecir el desempeño de un paciente en su vida diaria con base en los resultados obtenidos en los test. A comparación del ambiente en un laboratorio, en la vida diaria lo sujetos se suelen enfrentar a tareas no estructuradas, abstractas y espontáneas, por lo que las pruebas no estarían mostrando el mismo grado de disfunción que el paciente enfrenta día con día.
Teniendo en cuenta la validez ecológica, Gioia, Isquith, Guy y Kenwonthy (2000) desarrollaron el Inventario Breve de Conductas de Funciones Ejecutivas (BRIEF, por sus siglas en inglés), que es un cuestionario auto aplicable y que puede ser contestado en 20 minutos. Tiene una versión para niños en edades de 5 a 18 años y son los padres o maestros los que deben responder las preguntas. La segunda versión es para adultos y puede contestarlo el mismo paciente.
La importancia del BRIEF radica en que sus preguntas ayudan a documentar una serie de conductas que el niño no podría exhibir dentro de un consultorio u oficina. Además, estas conductas son difíciles de plasmar en una “evaluación a lápiz y papel” (Gioia et al., 2000: 3), por lo que la valoración de dominios específicos de las funciones ejecutivas debió ser llevada a ambientes comunes para el niño y en lugares donde la presencia de un evaluador en un ambiente estrictamente controlado pudiera afectar su motivación.
Con preguntas específicas como: “¿El niño tiene problemas al esperar su turno?”, “¿necesita ser vigilado de cerca?”, “¿es impulsivo?”, “¿tiene problemas concentrándose en los quehaceres, trabajos de la escuela, etc.?”, “¿necesita la ayuda de un adulto para continuar una tarea?”, “¿cuándo se le dan 3 cosas para hacer, recuerda solo la primera o la última?”, se puede conocer el desempeño del niño en 8 dominios diferentes de las funciones ejecutivas.
Un problema que suele estar relacionado al uso del BRIEF es la manera en la que es resuelto. En ocasiones, la visión de la conducta del niño puede verse afectada por sesgos o distorsiones en los padres o maestros, haciendo que se exagere (intencionalmente o no) la gravedad o la frecuencia de los síntomas que los niños presentan. No obstante, el BRIEF ha sido bien aceptado por los especialistas y su efectividad ha sido corroborada múltiples veces. Este instrumento también es usado para ayudar a desarrollar nuevos experimentos que tomen en cuenta la validez ecológica de las funciones ejecutivas en el TDAH (Monterrosas, s.f.).
Referencias
– Ardilla, A. & Roselli, M. (2007). Neurosicología clínica. México: Manual Moderno.
– Bombin-González, I., Cifuentes-Rodríguez, A., Climent-Martínez, G., Luna-Lario, P., Cardas-Ibáñez, J., Tirapu-Ustárroz, J., et al. (2014). Validez ecológica y entornos multitarea en la evaluación de las funciones ejecutivas. Revista de Neurología, 59(2): 77-87.
– Brofenbrenner, U. (1977). Toward an experimental ecological of human development. American Psychologist, 32: 513-531.
– García-Molina, A., Tirapu-Ustárroz, J., & Roing-Rovira, T. (2007). Validez ecológica en la exploración de las funciones ejecutivas. Anales de psicología, 23(2): 289-299.
– Gioia, G.A., Isquith, P.K., Guy, S.C. & Kenwonthy, L. (2000). Behavior Rating Inventory of Executive Function: Professional Manual. Florida: Psychological Assessment Resources, Inc.
– Monterrosas, A. (s.f.). Conducta de búsqueda, una prueba ecológica para funciones ejecutivas en el TDAH. [Tesis de licenciatura no publicada] México: Centro Eleia.