Aportaciones de nuestros alumnos de licenciatura
Cuento basado en la etapa la adolescencia según la teoría de Erikson. La rosca de naranja
Por Jorge Luis Pérez Silva
Había una vez una rosca de pan sabor naranja, de esas redondas con un agujero circular en el centro. Tuvo una infancia agradable junto a los otros panes que vivían en la panadería. Sin embargo, ahora era una rosca adolescente y empezaba a observarse a sí misma y a los demás de manera distinta, se daba cuenta de las grandes diferencias que había entre la constitución de unos panes y otros, percibía incomodidad en su interior, se sentía desubicada, perdida, además no tenía ni idea del sentido de su existencia, pues en su niñez no se había puesto a pensar en cosas tan profundas como ahora lo hacía, reflexionaba sobre su futuro, se preguntaba con qué fin había sido cocinada.
A menudo se iba a meditar encima de una charola: “¡Oh, gran chef de los cielos! Amasa mi espíritu, hornéame la respuesta, alivia este cruel buffet de dudas, ¿quién soy?, ¿qué hago aquí?, ¿qué debo hacer?”. Decía angustiada: “Siento un vacío interior, este agujero que tengo en el centro también está en mi alma, ¡y además me veo gorda!”. A veces incluso espolvoreaba lágrimas de azúcar glas sobre la charola.
Hasta que un buen día decidió que no podía seguir así y salió a buscar las respuestas por toda la panadería. Primero fue a donde estaban las conchas y les preguntó: “Oigan, ¿ustedes cómo le hacen para encontrarle sentido a la vida?”. A lo que ellas le respondieron: “¿El sentido de la vida? Ah, eso a nosotras no nos interesa, sólo la pasamos aquí todo el día haciéndonos concha, los problemas de la vida no nos importan, si quieres puedes venir aquí también, duérmete. ¡Ay, tengo tanto sueño!”. Y dando un bostezo enorme se quedaron dormidas. La rosca permaneció un rato ahí descansando, tratando de probar si durmiendo se le quitaba su angustia, pero eventualmente se aburrió y se desesperó; la angustia no se había ido, así que continuó su camino.
Luego fue con los bísquets, a quienes preguntó lo mismo. Aquellos la miraron y uno dijo: “¡Vean!, esa rosca no tiene centro en el centro, valga la redundancia”. Otro dijo: ¡Sí, valga la redundancia por gorda! Ja ja ja”. Todos rieron y empezaron a aventarle migajas. La rosca no soportó y tuvo que salir huyendo, se sintió rechazada y ofendida, muy poca cosa, así que fue a refugiarse a una esquina donde estaban esos panes llamados “rejas” que tienen dos tiras de masa verticales y otras dos horizontales, semejando a una reja. Ellos le dijeron: “Te entendemos perfectamente, nosotros nos sentimos como atrapados todo el tiempo, como si estuviéramos tras los barrotes de una cárcel, al parecer sólo vinimos aquí a sufrir, ven llora con nosotros” y la rosca cubrió su frente cual emo con unos hilos que salían de la envoltura en la que estaba y se fue con ellos, se quedó ahí lamentándose. Pero aun así había algo en su interior que no le satisfacía, bien sabía en que ahí no iba a encontrar las respuestas que buscaba, lo cual la impulsó a seguir el viaje.
Llegó con los cuernitos, a quienes les contó de su problemática y ellos le dieron un consejo: “Mira, cuando nosotros tenemos un problema o algo nos incomoda, entonces lo rechazamos, decimos: ‘¡Cuernos, que! A mí no me atormentes, ¡cuernos, que!’ y ya con eso nos libramos de todo; así es la vida, hay que rechazar los problemas”. Entonces la rosca tomó la misma actitud que ellos y se volvió un tanto agresiva reaccionando con rechazo hacia el mundo.
Fue entonces cuando se encontró a unos panes con licor que le dijeron: “Lo mejor para olvidar los problemas es emborracharse, míranos a nosotros, estamos bien felices, no nos importa nada, sólo divertirnos”. Así que la rosca se fue con ellos a tomar licor; mientras lo hacía se olvidaba un poco de su angustia, pero luego cuando volvía en sí, todo era peor, pues eso no solucionaba las cosas. Al contrario, su salud empeoró un poco, ya que ella no era un pan de licor sino de otro tipo.
Sin embargo, necia, seguía en las mismas. Incluso se topó con unos polvorones de naranja, que tenían mucha azúcar, lo que los volvía hiperactivos y desenfrenados; ellos le dijeron: “¿Tú eres de naranja también? Únete a nosotros, vamos a grafitear los precios en el área de bolillos, vamos, banda”. Entonces la rosca se juntó con ellos un par de veces, pero seguía sin solucionar su crisis y parecía que todo había empeorado. Había días que se angustiaba más.
Después se unió a un grupo de esos panes llamados “piedras de chocolate”, los cuales eran dark y le dijeron: “Relájate, no te angusties, hay que aguantar los golpes de la vida como una piedra, de manera estoica, sin dejarse afectar. Mejor ve las cosas con otros ojos, aprende a apreciar la vida mediante la profundidad del arte y la música”. Se reunía seguido con ellos, iban a conciertos de rock sinfónico, que ponía en la cocina uno de los ayudantes del panadero. Eso canalizaba un poco su angustia y la volvió más sensible, pero seguía teniendo dentro algo que la atormentaba. A las piedras de chocolate no les pasaba lo mismo porque eran de chocolate, por lo tanto producían serotonina que mantenía su estado de ánimo. Pero la rosca no era así, era de naranja. Entonces siguió su rumbo buscando algo más.
Se encontró con un grupo de panqués esponjosos y les pidió consejo: “Mira, amiga, no te esponjes, llévala leve, vente con nosotros. Eso hacemos, estamos en completa tranquilidad interior, hacemos yoga sobre nuestra envoltura roja que nos pusieron y que parece un tapetito, nada nos molesta”. Permaneció con ellos y sí, se sentía un ambiente muy relajado y cómodo, eso le ayudó a recuperar su estado de ánimo y su salud. No obstante, se dio cuenta que ella no podía reaccionar con tanta tranquilidad ante las situaciones de la vida como lo hacían los panqués, pues como ellos ya estaban esponjados al máximo, nada podía esponjarlos más. Pero a ella sí le afectaban las cosas, porque era otro tipo de panqué y, a pesar de relajarse, no había encontrado aún sus respuestas. Los panqués le aconsejaron que fuera a la charola de las donas, pues ahí vivía una que tal vez podía ayudarla.
La rosca emprendió el viaje una vez más motivada por su anhelo de encontrarse a sí misma y capturar finalmente el sentido de su existir. Llegó con las donas, quienes le dijeron: “Ah sí, tú buscas al maestro Donatello, aquí está”. Se acercó una gran dona, que la invitó amablemente a sentarse a su lado. Dijo lo siguiente: “¿Te has puesto a pensar que en las fiestas de cumpleaños las personas siempre hacen un agujero en el centro del pastel y comen las rebanadas del exterior? Muchas veces el centro se queda y hasta lo tienen que tirar por que nadie se lo come, después de que hasta se le pararon las moscas. ¿Por qué crees que fuiste horneada con un agujero en el centro? Por qué la rosca es un diseño modernizado del pastel, más práctico. Así ya no tienen que cortar el centro. Fuiste diseñada de la mejor manera posible y no puede ser de otra manera. Así tal como eres, eres perfecta. Quédate tranquila, pues tienes la mejor forma posible, que te da la razón de ser así, una misión que cumplir: sé tú misma”. La dona condujo cariñosamente a la rosca hacia la salida de la charola.
La rosca sonrió, las palabras de la dona sabia habían llegado al fondo de su corazón; la rosca había comprendido su lugar en este mundo, estaba lista para regresar al lugar del que partió. Por primera vez desde la adolescencia se había identificado consigo misma de verdad, no necesitaba buscar en ningún otro lugar. Las respuestas estaban en sí de manera muy clara, sintió devoción por el mundo del pan. Ese agujero en el centro, ese vacío, estaba lleno de auto-comprensión y de amor. Espolvoreó lágrimas de azúcar glas una vez más, pero esta vez eran más dulces que nunca, eran de plenitud y de la gran felicidad de ser una rosca de naranja.