Anorexia nerviosa: ¿Adicción al ayuno o la aspiración a vivir sin cuerpo?
Por Karina Velasco Cota
“En boca cerrada no entran kilos”, “Nada sabe mejor que sentirse delgado”, “Un cuerpo imperfecto refleja una persona imperfecta”, “El hambre es una debilidad”, “Creo en la báscula como un indicador de mis éxitos y mis fracasos”, “Cuando sientas mucho frío en la noche y quieras cobijarte, piénsalo dos veces. Tu cuerpo consume calorías tratando de calentarse a sí mismo”.
Estas y muchas otras frases son las que pueden encontrarse en las páginas y blogs que promueven la anorexia o la bulimia. Si bien es cierto que estas conductas ‒como en el caso de cualquier otro trastorno mental‒ son la expresión subjetiva de un conflicto psíquico personal, en estos sitios se observa reiteradamente una exigencia casi delirante en torno al auto-control, el poder sobre el cuerpo y la perfección.
La anorexia nerviosa es un trastorno de la conducta alimentaria (junto con la bulimia y los atracones) que se caracteriza por un deseo constante de perder peso, un intenso temor a engordar y una clara distorsión en la imagen corporal. El control del peso implica no solo la restricción alimentaria sino muchas otras conductas: estrictas rutinas de ejercicio, uso de laxantes, diuréticos y suplementos alimenticios que aceleran el metabolismo, etc. Este padecimiento deteriora la salud física, reduce la vida diaria a una tabla calórica y una báscula, y quebranta las relaciones interpersonales. El paciente con anorexia ‒a veces parecido a un adicto‒ no puede renunciar al ayuno pese al riesgo de muerte, miente, oculta su meticuloso proceder a su familia y su círculo cercano, y paulatinamente adopta un confinamiento desde el cual se vuelve inadmisible recibir ayuda.
La Secretaría de Salud Pública señala que en México se registran al año cerca de 20 mil casos de adolescentes afectados por anorexia y bulimia. Ciertamente, los ideales estéticos en la sociedad occidental han cambiado a lo largo de la historia (los rebosantes desnudos del renacimiento, las atléticas figuras de los años ochenta, hasta las siluetas minimalistas y andróginas de las últimas décadas, por ejemplo) y esto da origen a una marcada influencia sociocultural. Sin embargo, pese a lo que suele pensarse, la anorexia no es un trastorno exclusivo de nuestra época y tampoco podemos limitar su comprensión a un mero componente (el social), pues estaríamos dejando de lado los factores psíquicos internos, el inconsciente y la emocionalidad.
Existen registros sobre la anorexia desde muchos siglos atrás. En la Edad Media el ayuno solía ser parte de los rituales de purificación, una vía para sofrenar los abusos y las urgencias del cuerpo. En Londres a finales del siglo XVII se documentó por primera vez la descripción médica de dos casos clínicos, una mujer y un varón adolescentes, que sufrían de inanición por haberse rehusado a comer durante un prolongado período de tiempo, sin ninguna causa médica que lo explicara. Ella murió pese a los esfuerzos del médico, mientras que el joven sobrevivió a la desnutrición, aunque sin quedar exento de las “pasiones de su mente” (Rovira y Chandler, 2012).
Sigmund Freud (1895) se refirió a la tendencia a vomitar y a la anorexia ‒o neurosis alimentaria‒ como síntomas histéricos. El autor explica que para estas pacientes rechazar la comida representa una postura defensiva ante el deseo y un medio para desautorizar el placer que implica su satisfacción. La relacionó con una forma de anestesia histérica, de frigidez o de “parálisis psíquica”, así como “una melancolía en presencia de una sexualidad no desarrollada” (p. 240).
La destacada novelista belga Amélie Nothomb escribió el siguiente pasaje en la obra titulada Biografía del hambre (2006):
La anorexia fue una bendición para mí: la voz interior, subalimentada, se había callado; mi pecho volvía a ser plano a las mil maravillas; ya no sentía ni una pizca de deseo por el joven inglés; a decir verdad, ya no sentía nada.
Para Freud, el síntoma neurótico nace del conflicto entre el deseo y la defensa, mientras que en la melancolía ocurre entre el yo y el superyó. La anorexia se relaciona con una dificultad para hacer frente a los cambios puberales, el crecimiento y el cuerpo sexuado; también se vincula con la lucha narcisista por alcanzar un ideal omnipotente de perfección y pureza que pretende silenciar el organismo, eliminar la urgencia instintiva, la necesidad y la dependencia. Dominar el hambre se traduce en un triunfo sobre las debilidades del cuerpo y los deseos. Se trata de domar lo indomable, de castigar el cuerpo porque tiene demandas; por esta razón el discurso anoréxico irrumpe casi como un delirio. Nothomb menciona más adelante en su novela: “Los alimentos eran lo extranjero, el mal. La palabra diablo significa lo que separa. Comer era el diablo que separaba mi cuerpo de mi cabeza”.
Puig (2009) señala que detrás del rechazo al alimento a menudo se halla un cuadro neurótico que representa en el hambre la erupción de la sexualidad, ansiedades y conflictos tempranos (que implican mecanismos defensivos intensos como la disociación, la negación y la idealización), fallas estructurales en el vínculo materno y dificultades en el proceso de separación-individuación. Esta aproximación plural y compleja invita a la cautela en cuanto al diagnóstico y el tratamiento.
Hoy en día entendemos a los trastornos de la conducta alimentaria como un síntoma que apunta a un fracaso en la integración de la identidad. Asimismo, sabemos que no son exclusivos de una estructura psíquica particular, en tanto que pueden adquirir el matiz conversivo de la histeria o la distorsión de la realidad de la psicosis y, debido a ello, es necesario un abordaje multidisciplinario. No basta con la hospitalización y la medicación psiquiátrica, hace falta el abordaje psicoterapéutico y viceversa; no podemos perseguir el análisis del síntoma ‒con el tiempo y la paciencia que el método requiere‒ mientras que la persona sucumbe por inanición.
Rovira y Chandler (2012) enfatizan que trastornos como la anorexia, la bulimia y la obesidad ‒al igual que sucede en las adicciones‒ ofrecen una “solución” a un conflicto preexistente en el cual el vacío de la identidad es un problema central. La anorexia no se trata de la comida o del peso, de la misma forma que la adicción no se trata de la sustancia en sí; ambos consisten en un método dañino y compulsivo de hacer frente a la conflictiva emocional. El sujeto se ve esclavizado a una conducta, su personalidad se rigidiza y sus vínculos se ven socavados. Al verse conducidos por la autosuficiencia y el sadismo, se dificultan las tentativas del tratamiento y los progresos en su desarrollo.
¿Qué hacer entonces frente a un paciente con anorexia? ¿Basta con revertir el efecto de la desnutrición? ¿Qué determina el éxito o el fracaso del tratamiento? Te invitamos a participar en el Diplomado Trastornos de la alimentación y adicciones que se impartirá próximamente en el Centro Eleia, donde estudiaremos estos temas desde una mirada profunda y plural. Analizaremos y discutiremos la clínica de estos padecimientos, así como los modelos de tratamiento y las estrategias de prevención con las que contamos actualmente en beneficio del individuo y la sociedad.
Referencias
Freud, S. (1893-95). “Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud)”. En Obras completas, tomo II. Buenos Aires: Amorrortu, 1985.
Freud, S. (1950 [1892-99]). “Fragmentos de la correspondencia con Fliess. Manuscrito G”. En Obras completas, tomo I. Buenos Aires: Amorrortu, 1985.
Nothomb, A. (2006). Biografía del hambre. Barcelona: Anagrama.
Puig, M. (2009). Sobre la adolescencia. Perspectivas clásicas y actuales. Tesis de doctorado. México: Centro Eleia.
Rovira, B. y Chandler, E. (2012). Anorexia nerviosa: curioso no comer para vivir. Buenos Aires: Centro AB.
Conoce más del Diplomado Trastornos de la alimentación y adicciones, que iniciará en abril de 2018.