Amor y narcisismo: ¿amo al otro o me amo en el otro?

Por Miguel Eduardo Torres Contreras

 

El 28 de julio de 1914, el Imperio Austrohúngaro invadió Serbia debido al asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austrohúngara, ocurrido unas semanas antes, en Sarajevo; con este acontecimiento, iniciaba la Primera Guerra Mundial. Algunos meses antes, en marzo del mismo año, Sigmund Freud publicaba su texto Introducción del narcisismo (1914). Ya en escritos anteriores había usado el término narcisismo para hablar, por ejemplo, de la homosexualidad masculina o de la paranoia. A partir de entonces, este término ha sido y sigue siendo uno de los conceptos fundamentales del psicoanálisis; la comprensión y la ampliación de su significado se ha enriquecido por diversos autores posfreudianos.

Tanto Freud, como diversos psicoanalistas posteriores, coinciden en que el ser humano, en un inicio, no reconocía al otro como alguien diferente de sí mismo. En otras palabras: el otro, de entrada, no existe. El paso del narcisismo primario (término freudiano) al reconocimiento del otro como diferente, o del yo al reconocimiento del no-yo, según Donald Winnicott, es un proceso psíquico muy complejo y (parafraseando a Freud) grávido en consecuencias. En efecto, es el paso en el que el infante se da cuenta de que no es el centro del universo, sino que su madre, o quien haga sus funciones, es un otro que tiene una existencia autónoma, deseos propios y vínculos con otras personas a las que también ama.

Un siguiente momento decisivo consiste en que ese otro se constituye en un objeto de amor. Éste también es un proceso psíquico muy complejo, pues no sólo se trata de reconocer al otro como diferente, de aceptar su existencia, sino de crear y sostener un vínculo afectivo con él, lo que en psicoanálisis se le llama amor de objeto. En síntesis, pasar del narcisismo o amor a sí mismo, al amor de objeto o amor al otro no es cualquier cosa, ambos tipos de amor conllevan múltiples procesos llenos de vicisitudes. Y es sobre esta base en particular, y sobre la estructura y funcionamiento psíquico en general, que un determinado sujeto hace vínculos con los demás sujetos.

En Introducción del narcisismo, cuando aborda la teoría de la libido, Freud propone la existencia de dos tipos de elección de objeto: la narcisista y la de apuntalamiento. En la primera, se elige como objeto de amor a alguien que representa, en lo inconsciente, lo que uno mismo es, o lo que uno mismo fue, o lo que uno desearía ser. Por ejemplo, se puede elegir a alguien que tiene la misma profesión, o pertenece a la misma religión, o tiene el mismo color de piel (lo que uno mismo es). Asimismo, si alguien fue deportista profesional, pero se retiró por una grave lesión, puede elegir a alguna persona que, hoy en día, sea deportista profesional (lo que uno mismo fue); este segundo subtipo de elección narcisista le sirve a Freud para explicar una forma de homosexualidad masculina, como la de Leonardo Da Vinci. El tercer subtipo narcisista se puede ejemplificar cuando alguien quiere tener una posición económica muy alta y elige amigos o pareja que posean tal condición (lo que uno mismo quiere ser).   

En el segundo tipo de elección de objeto de amor (apuntalamiento), el sujeto elige a alguien que, en lo inconsciente, representa a la madre nutricia o al padre protector. En el primer caso, se elige a alguien que brinda cuidados que se asemejan a los cuidados maternos. Una paciente, por ejemplo, contaba que, en ocasiones, su marido la llamaba usando las primeras letras de su nombre y agregando la palabra “teta”, lo que a ella le molestaba mucho. Decía, con mucha indignación: “¡No soy su madre!”. En el segundo caso, se elige a alguien que, representa una figura paterna, que cuida y protege. Por ejemplo, una mujer recibe de regalo de cumpleaños, por parte de su esposo, una camioneta nueva; al año siguiente, se vence el seguro de la misma, no se renueva y, después, de tres meses, ella se da cuenta y le reclama al esposo: “¿Cómo es posible que no hayas renovado el seguro? ¡Me dejaste desprotegida durante tres meses!”. Se puede pensar que, para esta mujer, su esposo representa a un padre que ha de cuidarla y protegerla.

Ante toda esta complejidad en la manera en la que los sujetos hacen vínculos, surgen diversas preguntas: ¿es posible amar a alguien sin que esté presente, de alguna manera, el narcisismo?, ¿en qué medida el narcisismo de cada quién está presente en la elección de sus objetos de amor?, ¿la oposición entre el amor a sí mismo y el amor al otro es tan radical y absoluta que uno excluye al otro?, y más aún: ¿hay una real oposición entre ambas opciones o la supuesta oposición es sólo una construcción ficticia?, ¿amar al otro implica un olvido de sí mismo?, ¿se trata de amor cuando un sujeto brinda a otro tiempo, cuidados, recursos económicos, disfrute sexual, y no recibe de éste una respuesta recíproca?

Tal vez, es posible pensar en dos conclusiones para reflexionar y discutir: la primera es que, aun en el amor más maduro y auténtico (por llamarlo de algún modo) está presente el narcisismo, es imposible escapar de él. Si elegimos a otro es porque tiene algo que para nosotros es valioso, importante, imprescindible. Si un sujeto elige a alguien como amigo o pareja, es porque muy probablemente comparten valores, ideales, religión, forma de ver la vida, etcétera. El célebre filósofo Jean-Paul Sartre, desde su postura filosófica, llega a afirmar que todo proyecto humano, incluso el más noble (como lo es el amor a otro), es un proyecto cargado de egoísmo. En otras palabras: todo proyecto de amar es, en el fondo, el proyecto de hacerse amar por ese otro.

Por otra parte, si pensamos en la importancia que Freud dio a la realidad psíquica, o en el concepto de fantasma de Jacques Lacan, se puede afirmar que somos lo que deseamos, y que no vemos lo que es, sino lo que somos. Esto nos lleva al siguiente corolario que propone Juan David Nasio: “[C]uando amo a alguien o me apasiono por algo, lo que veo es la proyección de mí mismo” (2007, p. 14). Lejos de pensar que esto sea algo ofensivo para la vida y las relaciones afectivas del ser humano, es mejor reconocer y aceptar cuál es nuestra condición psíquica, asumirla y tratar de tener vínculos donde haya un crecimiento mutuo.

La segunda conclusión, también para debatirse, es que, si bien, el narcisismo está presente en todo vínculo amoroso, también se pone en juego la diferencia del otro. Esto lleva a considerar la importancia de reconocer su existencia, la aceptación de cómo es, de sus elecciones y de que tiene otros vínculos amorosos que forman parte de su vida afectiva. Por ejemplo, una mujer relata que se sometió a una cirugía para aumentar el tamaño de sus pechos debido a que su marido se lo pidió. Ahora ella tiene ciertas dificultades con la cicatrización. Se puede pensar que el marido no la aceptó con los pechos que tenía.

El narcisismo y el amor son dos procesos psíquicos que forman parte de nuestra mente. Son, también, un continuum en constante tensión dialéctica; se manifiestan y expresan de manera muy específica en cada sujeto, según su singular estructura y funcionamiento psíquico.

 

Referencias:

Freud, S. (1992). Introducción del narcisismo. Obras Completas (vol. 14). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1914).

Nasio, J. D. (2007). El placer de leer a Lacan. Gedisa.

Reale, G. y Antiseri, D. (1991). Historia del pensamiento filosófico y científico (vol. 3). Herder.

 

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