Amor y narcisismo
Por Conrado Zuliani
En 1914, Freud escribió la “Introducción del narcisismo”, un texto complejo por la cantidad de temas teórico-clínicos que aborda. Eran los tiempos de la disputa conceptual con Jung; el motivo, una vez más, fue el lugar de la sexualidad en el psicoanálisis. Ante la propuesta junguiana de una libido “neutra” (es decir, no sexual), Freud reafirma su postura de considerar la libido como energía sexual; establece lo sexual como esencia del campo analítico. Esta obra es, en gran parte, la respuesta teórica de Freud a la controversia con Jung.
De la propuesta inicial y “simple” del artículo que postula al yo como el primer objeto de amor de la libido, se desprenden una multiplicidad de temas que funcionan como parte aguas en la posición que adoptan los psicoanalistas posteriores a Freud. De esta forma, con el transcurrir de las páginas, vemos desfilar un conjunto de planteamientos que resultaron centrales para el desarrollo teórico y clínico del psicoanálisis en los años venideros, por ejemplo: las psicosis, la enfermedad orgánica y la hipocondríaca, la vida erótica, el vínculo entre padres e hijos, la relación entre el yo y su sistema de ideales, las identificaciones, la relación del yo con el superyó (llamado en este artículo “conciencia moral”).
A partir de la patología (las psicosis, la enfermedad orgánica), Freud infiere que debe existir un “narcisismo primario”, no patológico, como momento inicial de la vida psíquica del cual depende, entre otras cosas, la conformación del yo. El yo, nos dirá Freud, no existe desde un principio, tiene que ser “desarrollado” y para que esto ocurra deberá acontecer un “nuevo acto psíquico”. El yo ‒“proyección mental de la superficie del cuerpo”‒ se constituirá mediante una identificación narcisista con la imagen totalizada que el otro provee.
A partir de lo anterior, el narcisismo primario se constituye como el momento fundacional de conformación de esa imagen que llamamos “yo”. Descriptivamente, diríamos que la madre y el hijo conforman inicialmente una unidad, los dos son “uno”. Tal es la máxima ilusión del narcisismo: hacer de dos cuerpos, uno; de dos mentes, una; ser uno con el otro, un mismo ser. Diríamos que, inicialmente, el yo es otro. Desde esta perspectiva, la ilusión del niño es ser aquello que colma el deseo materno. Este anhelo devendrá en una de las máximas del amor en su vertiente narcisista: ser todo para alguien, ser amado con exclusividad. El amor infantil, nos dice Freud, no tolera parcialidades.
Ser aquello que completa al otro, ser todo para el otro, ser la causa de la felicidad del otro, ser amado, único, el origen de la historia, son algunas de las modalidades más frecuentes como se actualiza el narcisismo en la clínica. Seguramente todos hemos visto la escena del niño enojado al no encontrarse en las fotografías de boda de sus padres; desde el narcisismo, se cree que la vida del otro comenzó cuando nació uno. El niño narcisista se sitúa a sí mismo como origen de la historia. De igual manera, en las relaciones de pareja, suele ser causa de enojo y dolor confrontar el hecho de que la otra persona tiene una historia previa, que su vida no comenzó al momento de conocerse; entonces cae la ilusión infantil de ser el centro y el origen de la creación.
Otro ejemplo del niño narcisista lo vemos en aquel que intenta cumplir los sueños inconclusos de los padres (por ejemplo, ser ingeniero, médico, arquitecto, futbolista, como el padre hubiera querido ser) se coloca siempre en posición de darles cosas a los padres, en espera de una retribución que consiste en ser amado por ellos. Una de las fantasías más comunes al respecto es que si se deja de dar aquello que el otro (los padres, la pareja, los amigos, los hijos, etc.) supuestamente desea, se correría el riesgo de dejar de ser amado, contemplado, tenido en cuenta. Esto limita al sujeto a una posición de “incondicionalidad” con relación a los otros, que resulta atrapante porque implica deponer lo que desea en función de lo que los demás, supuestamente, le demandan.
Por otro lado, los secretos que los adolescentes ocultan a sus padres suelen constituir un modo de librarse de la omnipotencia narcisista de aquellos: “si no lo saben todo de mí, si puedo tener secretos para con ellos, significa que no somos lo mismo, que no somos uno”. Esto produce la caída de una de las máximas ilusiones narcisistas: formar junto con el otro un mismo ser.
“Introducción del narcisismo” (1914) abre una nueva perspectiva para pensar el conflicto psíquico. Si inicialmente éste se presentaba entre la sexualidad y el yo, a partir de dicho artículo, la marca del conflicto se fijará entre amar o ser amado. Dicho de otra forma, dentro de la relación amorosa cobra más fuerza el amor, la preocupación, la gratitud hacia el otro o, de manera contraria, la demanda de ser amado. ¿Se ama al otro bajo la condición y la exigencia de igualdad, de reciprocidad o se tolera al otro como diferente? El psicoanálisis favorece el pasaje de la posición de “amado”, propia del narcisismo, a la posición de “amante”, es decir, aquella en donde se procura al objeto, una posición más abierta al deseo.
Cuando el niño cae del lugar de complemento narcisista de la madre, el ideal del yo (es decir, las metas del yo, aquello a lo que el yo aspira) será el camino para recobrar algo del narcisismo infantil perdido, sin lograrlo nunca del todo. Cada vez que el sujeto se acerca a aquello que constituye su ideal (ya sean logros académicos, económicos, intelectuales, amorosos) tiende a rescatar algo de aquella ilusión de perfección que caracteriza al narcisismo. De manera inversa, si la persona se aleja de las metas del ideal, la culpa y los sentimientos depresivos se harán presentes.
La clínica enseña que el narcisismo, territorio del “todo”, del “uno”, opera en muchos casos produciendo un aplastamiento del deseo. La ilusión de completud, de eliminación de la alteridad, dirige a un callejón sin salida, porque allí donde imaginariamente se tiene “todo”, no se desea nada. En ocasiones, ciertos atrincheramientos narcisistas tienen como finalidad abolir al otro que, en tanto objeto que puede faltar, se erige como causa de una posible angustia, la cual debe evitarse a toda costa.
Habrá que ser capaz de perder el narcisismo, junto con la ilusión ‒exigencia‒ de perfección y completud, para posibilitar el trabajo del deseo. Si, como nos dice Freud, el niño viene a ocupar para los padres el lugar del objeto que les reintegrará su propio narcisismo infantil perdido (“su majestad, el bebé”), el camino de la constitución subjetiva indica también la necesidad de dejar ese lugar. Esto implica soportar la propia imperfección y del otro, deponer el narcisismo, en pos de una disposición a amar a otro más allá de sí mismo.
Artículo del Taller «Amor y narcisismo» que impartirá el Dr. Zuliani el 21 de enero en Plantel Norte y el 28 de enero en Plantel Sur.
Inscríbete aquí: https://www.centroeleia.edu.mx/taller-amor-y-narcisismo