Altruismo y egoísmo en la pandemia

Por José Cristóbal Barud Medrano

El psicoanálisis, desde sus inicios, ha ofrecido una oportunidad de comprender el mundo interno de los seres humanos, pero también ha suscitado el interés de quienes buscan ahondar en el estudio de los fenómenos sociales y en las formas en que el arte, la cultura, la ciencia y la política están moldeadas por nuestras fantasías. En virtud de lo anterior, acontecimientos como la pandemia actual fácilmente se presentan como objetos de la mirada del psicoanálisis no solo por la sacudida interna que esta ha representado, sino por las transformaciones sociales en las cuales somos testigos y actores.

                Si observamos con detenimiento las noticias y los dichos de la gente, este suceso de escala mundial, que bien podría caber en la categoría de los desastres naturales, ha generado reacciones atípicas de desconfianza y miedo en lugar de solidaridad y empatía. Por ejemplo, durante el sismo del año 2017 encontramos múltiples formas en las que la comunidad misma fomentó los lazos de ayuda mutua, ya fuera dentro de los albergues o en las calles, con las familias o entre desconocidos. ¿Puede el psicoanálisis decir algo al respecto?

                De alguna manera, el egoísmo y el altruismo son dos polos de la experiencia humana que pueden estar apuntalados en una miríada de motivaciones y trasfondos particulares. Para Sigmund Freud (1930) nunca llegó a tener sentido el lugar común que designa al altruismo como una expresión superior de nuestra naturaleza, sino que se decantó por pensarlo como una forma de negar nuestros impulsos hostiles en favor de una orientación colectiva que permita sostener las organizaciones sociales. Todos lo hemos observado en nuestro mundo: ayudamos al otro, quien puede ser un desconocido, y nos sentimos bien al hacerlo o quizá nos motiva la esperanza de una pronta vuelta a la normalidad. Aun así, es loable el altruismo.

                La pandemia sin duda ha desdibujado el altruismo en favor de respuestas cuya visceralidad es destacable. Así, el virus posee muchos rostros matizados por el miedo a los intrusos; puede ser un enemigo extranjero, un invasor, un castigo o, en caso de contagiarse, un signo de inferioridad. Desde luego, el virus visto como ángel de la muerte que perdona a unos y es implacable con otros y cuya lógica todavía escapa a las explicaciones médicas convincentes contribuye con la actitud egoísta evidenciada en el “sálvese quien pueda” que hoy parece haber permeado hasta el fondo de nuestra sociedad. De este modo, apuntalado en la realidad y en nuestras fantasías, el virus ensancha aquellas brechas siempre presentes en nuestros vínculos. Ahí es donde entra el psicoanálisis.

                Donald Meltzer (1990) ya se había interesado en el problema derivado de la interacción con el otro. Él notó la forma en la cual los vínculos profundos desatan todo tipo de emociones contradictorias. Por un lado, existe el júbilo en tanto la presencia prevalece, mientras que siempre existe un misterio en relación con las ideas y los pensamientos del otro, cuyo carácter nebuloso y desconocido nos llena de curiosidad, pero también de incomodidad y tensión. Cualquiera que haya tenido un intercambio emocional íntimo con un amigo o una pareja, conoce el gusto del encuentro y sabe que la confianza contrarresta siempre las sospechas de abandono y desconfianza, si bien las dudas pueden aparecer momentáneamente.

Aunque el contacto con muchas personas en la vida cotidiana dista mucho de tener la intimidad descrita por Meltzer, también implica el cruce con lo desconocido y quizá mayor tensión. Imaginemos algunas de las formas en que puede manifestarse: ¿sabrá más que yo?, ¿entenderá mejor?, ¿tendrá buenas intenciones? Aunque esto no despierta instantáneamente la agresión y el egoísmo, el anonimato característico de las comunidades actuales favorece el mirar con desconfianza al otro. En medio de la situación actual cabe preguntarse si esta cautela está trascendiendo la barrera del mundo público para inmiscuirse en la esfera de nuestros vínculos íntimos. Quizá súbitamente nuestros tíos, amigos, familiares o incluso parejas (Dumas, 2020) se convirtieron en potenciales portadores de un virus desconocido, más parecidos a los extraños de la calle que a los familiares con quienes se comparten lazos fuertes y profundos. Basta mirar la cantidad de tensiones familiares que han emergido o se han intensificado durante la pandemia.

                Este es el principal contraste entre la idea de un sismo como potenciador del altruismo y de la pandemia como caldo de cultivo para la animosidad y la desconfianza. La historia misma nos ha mostrado las formas en que las epidemias tienden a generar reacciones similares. Desde el psicoanálisis es interesante pensar en todas estas vertientes, mismas que encontramos en la clínica y en la vida diaria.

Referencias

Dumas, D. (marzo de 2020). Grandparenting from a distance: how coronavirus challenges the closest bonds. The Guardian. Recuperado de https://www.theguardian.com/world/2020/mar/29/grandparenting-from-a-distance-how-coronavirus-challenges-the-closest-bonds.

Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. Obras completas (Vol. 21). Buenos Aires: Amorrortu.

Meltzer, D. (1990). La aprehensión de la belleza: el rol del conflicto estético en el desarrollo, la violencia y el arte. Buenos Aires: Spatia.


 [

Compartir: