Adolescencia y cuarentena: ¿por qué es benéfica la psicoterapia en estas circunstancias?
Sabemos que la pandemia por COVID-19 ha modificado nuestra vida cotidiana: llevamos más de diez meses en aislamiento y hemos pasado por altibajos en cuestiones de salud pública, lo que pone a prueba nuestra capacidad para adecuarnos y tolerar un estado de incertidumbre permanente. Un gran número de personas, movilizadas por intensos estados emocionales, ha buscado un espacio terapéutico para dar sentido a esta experiencia. Es verdad que, a pesar de ser un fenómeno global, la pandemia se vive de manera subjetiva y no es posible hablar de generalizaciones tajantes, pero en el trabajo clínico se observan diversos momentos del desarrollo en donde la naturaleza del encierro genera mayores dificultades.
Es importante recalcar que las experiencias humanas siempre resultan de la suma de múltiples factores, entre los que se incluyen los conflictos provenientes de las fantasías, los deseos, las relaciones internas y la sexualidad infantil, unidos a las condiciones del ambiente externo, lo cual modela una capacidad particular para hacer frente a los acontecimientos de la vida. Partiendo de esta base: ¿cuáles son las complicaciones de atravesar la pandemia durante la adolescencia y qué vicisitudes y ventajas puede ofrecer al adolescente contar con un espacio terapéutico en tiempos de aislamiento?
La adolescencia es un momento muy particular en el desarrollo psíquico; es un periodo de transformación, movimiento y reacomodo que requiere de un arduo trabajo. En ella, sobrevienen intensos duelos que, si pueden tramitarse de manera exitosa, permiten la construcción de una identidad distinta a la infantil. Arminda Aberastury y Mauricio Knobel (1988) coinciden en que una de las grandes tareas de la adolescencia consiste en dejar la seguridad de la familia para expandirse hacia otras relaciones fuera de ella. El grupo de pares, la pareja, las actividades sociales y la vida “afuera” representan un escenario crucial para el desarrollo del adolescente. Las generaciones pasadas rememoran este periodo como una época en compañía de amigos, fiestas o eventos, en la que lo adulto quedaba afuera. Los adolescentes de la pandemia no gozan de dicha libertad y tienen que permanecer en casa, lo que, muchas veces, genera dificultades. Algunos adolescentes, por ejemplo, se sienten muy angustiados al no poder contar con un espacio privado para poder explorar su cuerpo y su mente.
Un adolescente de diecisiete años se siente muy avergonzado al haber sido sorprendido por la madre mientras se masturbaba. En su casa sólo cuentan con un baño y tiene cuatro hermanos. Refiere que extraña mucho la escuela y a sus amigos. Aunque se las han arreglado para hacer reuniones vía remota, para él no es igual, ya que tiene que conectarse en la sala y no se siente libre para convivir con sus amigos como lo haría estando cara a cara. También se siente cansado de convivir con su hermano menor todo el día; antes, se podía alejar de él cuando iba a la preparatoria. Con la madre, la relación va mal: ella lo trata como “niño chiquito”, lo presiona para que se conecte a sus clases y pasa todo el día demandando su atención. En las sesiones con la analista ha encontrado una vía de comunicación cuando le comparte la pantalla y le muestra un juego de video en el que se “refugia”, según sus palabras, y puede imaginar que es libre. Es un juego en el que crea un personaje y puede recorrer las ciudades tratando de ganar a los enemigos en distintas misiones para tener armas cada vez más grandes, potentes y certeras.
La analista puede trabajar con él los conflictos propios de la adolescencia: la masturbación, la exploración del cuerpo a través del juego de video, los temores y la excitación que acompaña el proceso de convertirse en un hombre que intenta descubrir cuál es la diferencia entre la potencia y la impotencia. La analista puede explorar y describir, junto con su paciente, la frustración que éste vive al desconectarse del juego y sentir que desciende, de nueva cuenta, al mundo infantil, en donde vuelve a ser el niñito vigilado por mamá.
Sigmund Freud (1905/1992) pensó que en la adolescencia se reviven con fuerza los deseos de la sexualidad infantil, que habían encontrado un momento de calma aparente durante la latencia. Ahora, resurgen los deseos edípicos más amenazantes por el agravante de contar ya con un cuerpo biológicamente dispuesto para la sexualidad. Para lidiar con sus deseos, el adolescente necesita poner en lo concreto una distancia física con los padres, a quienes comienza a rechazar en sus intentos de ser cariñosos.
Entonces, el joven de diecisiete años pasa por un conflicto que se libra con la excitación de estar cerca de su madre y que está motivado por el exhibicionismo de no cerrar la puerta y ser descubierto en un acto masturbatorio. Al mismo tiempo, experimenta el horror y la vergüenza de sentir que su madre está “encima” de él. El hermano menor, quien le recuerda, de manera constante, que aún no es un adulto, representa el rechazo a su pasado infantil (Meltzer y Harris, 1988/1998).
Esta mirada al mundo interno nos indica que, si el joven cuenta con un psiquismo dispuesto y fortalecido pada enfrentarse a la adolescencia, experimentará los conflictos propios de la pubertad, con el agravante de no contar con las facilidades para poder poner distancia física, tener tiempo fuera de la familia, etcétera. La capacidad creativa permite acceder a una vida adolescente a pesar de las dificultades externas, no sin considerar que se vuelve más complejo. En este sentido, el espacio analítico puede representar un espacio privado que sirve de escenario para la comprensión y contención de los conflictos puberales.
El camino no es fácil. El analista trabaja con los medios disponibles, pero, a veces, es difícil asegurar que los jóvenes puedan, por ejemplo, tener sesiones en un lugar solitario y silencioso. Por momentos, esta dificultad responde a las motivaciones internas, como el exhibicionismo y la necesidad de devaluar el espacio, a veces en un acto de rebeldía propio de la adolescencia y, muchas otras, porque la realidad no lo permite, como en el caso del adolescente que se mencionó antes, pues las condiciones de su vivienda no daban para tener tanta privacidad. En ese caso particular, después de explorar las motivaciones de su propia dificultad para asegurarse un espacio íntimo, el adolescente decidió tomar sus sesiones en la azotea, aunque eso implicara otras dificultades.
Sin duda, la posibilidad de contar con un espacio psicoterapéutico durante la adolescencia ofrece una oportunidad para ser acompañado en este proceso natural y, en las circunstancias particulares de la pandemia, puede constituir una vía de acceso a aquello que el entorno complica.
Referencias:
Freud, S. (1992). Tres ensayos de teoría sexual. Obras completas (vol. 7), Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1905).
Aberastury, A. y Knobel, M. (1988). La adolescencia normal. Un enfoque psicoanalítico. Paidós.
Meltzer, D. y Harris, M. (1998). Adolescentes. Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1988).
Waddell, M. (2007). El grupo. Comprendiendo a tu hijo de 12-14 años, Paidós, pp. 47-56.