Más allá de lo inconsciente reprimido
Por Cristóbal Barud Medrano
La propuesta central del psicoanálisis gira en torno a la poderosa influencia que ejercen las emociones, las fantasías y los conflictos emocionales ignorados o desestimados, sobre las personas. Si se admitiera su paso hacia la percepción, sería grande la incomodidad que generarían, por lo que la mente emplea diversas estrategias para mantenerlos a distancia, conservando la ilusión de tener plena consciencia de las decisiones que se toman. Como todo, su uso no es gratuito y, además, tiene diversos efectos.
Sigmund Freud llamó represión a este esfuerzo activo por desconocer y desestimar fantasías incómodas, usualmente relacionadas con la sexualidad y la agresión. Si bien este mecanismo parece disminuir el influjo de los conflictos psíquicos, en realidad solo genera un enorme esfuerzo para dejarlos fuera de la consciencia, similar a lo que hace un dique en el cauce de un río. A largo plazo, esa presión desgasta la mente, empobreciendo las posibilidades de enriquecer la vida y tomar decisiones diferentes. Una vez que el proceso terapéutico aporta conocimiento sobre los contenidos inconscientes, se libera energía para emprender nuevos proyectos, que se fundarán en una visión más compleja de la vida.
Esta noción, pese a que fue formulada a finales del siglo XIX e inicios del XX, posee innegable valor en la práctica contemporánea, ya que permite atender con eficacia los conflictos neuróticos. Por ejemplo, la rivalidad o comparación en el trabajo, normalmente, posee una raíz inconsciente fincada en la novela familiar, es decir, la serie de fantasías complejas, reprimidas mediante las cuales se asume un lugar de perpetua desventaja respecto de los hermanos. Así, un paciente neurótico enunciará quejas razonables o exageradas sobre sus colegas, pero desconocerá el nexo que ellas tienen con la fantasía, los afectos y las consecuencias de sentirse el hermano relegado. Si bien nadie muere como resultado de recurrir a la represión para evadir los conflictos neuróticos, su empleo abona a una vida monótona, invadida de los mismos conflictos, resoluciones y conclusiones.
La teoría y acepción de lo inconsciente se amplió a medida que los retos terapéuticos del psicoanálisis aumentaron con la incorporación de pacientes que Freud había considerado inanalizables —como aquellos aquejados por la melancolía, la psicosis y lo que posteriormente se agruparía bajo la categoría de estructuras fronterizas—. En Análisis terminable e interminable (1937) y Esquema del Psicoanálisis (1940) el autor menciona que en todo paciente neurótico se debía sumar un funcionamiento mental más parecido al de las psicosis o patologías graves, en donde la ruta para anular el conflicto psíquico no es su represión, sino el empeño por negar la realidad que despierta tensiones internas. Esto abre la puerta para suponer contenidos inconscientes que permanecen en estado bruto o cuya desfiguración es mucho más violenta para el yo, dado que pretenderían borrarse del psiquismo.
Mientras que el mecanismo de la represión conserva una liga esencial entre aquello incómodo que ha devenido inconsciente y sus ramificaciones en la vida cotidiana, el funcionamiento menos evolucionado busca negar la existencia de dichas fantasías, modificando la estructura del yo (principio de realidad) mediante la escisión. Dicho de otra forma, los conflictos neuróticos se caracterizan porque la persona reconoce un conflicto de rivalidad, sale a su encuentro en la vida cotidiana en muchos contextos, pero ignora su fuente auténtica.
En cambio, los siguientes mecanismos se destacan por la vehemencia con la que buscan anular el registro simbólico de las experiencias, como si al negar la realidad fuera posible desechar también sus ramificaciones emocionales. Por ejemplo, si se desconoce por completo la rivalidad en el trabajo, se tendría que negar también las situaciones externas que la desencadenan. Como se puede observar, las alteraciones en el sentido de realidad son mayores, de tal suerte que la fantasía permanece inconsciente por la vía del ataque a las capacidades de percibir las emociones y la realidad, más que por una presión interna por disminuir su influencia.
Con el paso de los años, las aportaciones teóricas se han centrado en describir la forma en que ocurren estos procesos de desconocimiento para delimitar la naturaleza y la expresión de las fantasías y sensaciones que se experimentaron fuera del lenguaje. Melanie Klein acuñó el concepto de memories in feelings para referirse a estos registros; Piera Aulagnier, el de pictograma; y la teoría del pensamiento de Wilfred Bion describió un proceso probable con el que inscribimos las experiencias en el psiquismo. Incluso la idea freudiana de representación-cosa, inconsciente, que debe ligarse a representaciones-palabra para ser admitida en la consciencia, abre el campo para suponer un vasto mundo de sensaciones y fantasías tempranas por explorar en la travesía psicoanalítica.
El trabajo clínico actual posee dos vertientes de importancia que se conjugan dentro de cada terapia particular, una en la que se preserva la búsqueda y el descubrimiento de fantasías inconscientes, y otra que busca disminuir la necesidad de recurrir a la negación o a la escisión como estrategias para desestimar los conflictos psíquicos. Estos acercamientos, juntos, abordan las partes neuróticas de la personalidad y también los resquicios en donde se altera el sentido de realidad.