El narcisismo y el ataque a lo diferente
Por Miguel Eduardo Torres Contreras
Cuando observamos los vínculos que hacemos los seres humanos, algunas de las preguntas que nos planteamos son: ¿por qué nos relacionamos con unas personas y no con otras?, ¿por qué preferimos un equipo del deporte que nos gusta y no otro?, ¿por qué decidimos estudiar en cierta institución educativa y no en otra? De la misma manera, cuando vemos el grado de violencia y rechazo que alcanzan ciertas expresiones en la vida social y en los vínculos entre sujetos, nos preguntamos: ¿por qué tanto rechazo y devaluación?, ¿por qué tanto odio, por ejemplo, en el racismo, el clasismo, la misoginia, la homofobia, o a quien practica una religión distinta o no tiene religión? Los ejemplos son innumerables y forman parte de nuestra vida cotidiana.
Si bien Freud ya había usado el término narcisismo, que retomó de la psiquiatría de finales del siglo XIX y del mito griego de Narciso, en 1914 escribió Introducción del narcisismo —texto clásico de la obra freudiana— donde presenta sus hallazgos sobre este fenómeno psíquico. Conviene poner el énfasis en la palabra ‘del’, pues salta la pregunta: ¿en dónde hay que introducir el narcisismo? En la teoría de la libido.
A partir de su experiencia clínica, de sugerencias de colegas y de lo que observa en los vínculos humanos, el fundador del psicoanálisis afirma que hay un momento en nuestro psicodesarrollo en el que ponemos toda nuestra libido en nosotros mismos, nos creemos el centro de atención, poseedores de todas las cualidades, y pensamos que las normas que los demás deben respetar no aplican para nosotros. Freud lo llamó narcisismo primario y utiliza la frase de un cuadro inglés para expresar esta etapa narcisista, “His Majesty the Baby” (Su Majestad el Bebé). Pensemos esto en nuestro contexto: cuando ponemos en nuestro auto un letrero que dice: “Bebé a bordo”, indicamos que se deben tomar todas las acciones necesarias para no perturbar la vida de ese bebé.
Si todo marcha suficientemente bien, parafraseando a Winnicott, vendrá otro momento en la estructuración de nuestro psiquismo que se denomina amor de objeto. Este implica que el niño se reconoce como diferente de ese otro (la madre) a quien ama; en términos freudianos, pone su libido en ese objeto/madre. Este proceso, que se describe de manera tan sencilla, implica vicisitudes psíquicas muy complejas. Implica renunciar a la omnipotencia infantil, aceptar la separación de ese primer objeto que es la madre (o quien hace sus funciones), crear una representación de ella en la mente y reconocer que esa madre puede amar a otras personas, no solo a nosotros, y puede dedicar su tiempo a ellas y a otras actividades. Todo esto genera un dolor psíquico en el niño(a), una afectación a su narcisismo.
Poco tiempo después, viene el descubrimiento de la diferencia de sexos, también muy importante. El niño pequeño se percata de que hay otros muy similares a él, pero que no tienen pene, en el caso de los varoncitos, según la expresión típica de Freud. Por su parte, la niña descubre que ese otro ser tan parecido a ella tiene algo que ella no. ¿Cómo entender y aceptar que ese otro tan parecido a mí es, al mismo tiempo, diferente? Aceptar al otro, más aún, al otro que es diferente, implica todo un trabajo de elaboración psíquica para el niño y la niña. Lo mismo es en los años siguientes, para el adolescente y el adulto.
Freud llega a sostener que hay varones que no toleran en la mujer la ausencia de pene y, por ello, la desprecian y la consideran un ser inferior —que se traduce en acciones de rechazo, devaluación y odio hacia ella—, afirmando que “son menos inteligentes, son inferiores, son emocionales”, etcétera. En el fondo, estos varones están atrincherados en una posición muy narcisista, que ataca a lo diferente, a la mujer. De manera similar, puede suceder con personas que tienen una clase socioeconómica distinta, un color de piel diferente, otra orientación sexual, etcétera. En todos estos comportamientos subyace una postura psíquica muy narcisista. El sujeto solo ama a otros parecidos a él. En otras palabras, se ama a sí mismo en otros. De ahí que rechace y ataque a todo aquel y aquello que es diferente.
Por su parte, Lacan profundizó en las reflexiones freudianas sobre el narcisismo. En efecto, habló sobre el estadio del espejo, fase donde se constituye el yo imaginario (moi); una imagen de sí mismo acabada, en la que el infante se puede reconocer y amar. Ese otro (el del espejo) soy yo. Aunque, posteriormente, el sujeto ame a otro diferente siempre lo hace desde este fundamento narcisista. Así, todo amor en el sujeto tiene una impronta narcisista. Más aún, Lacan sostiene que esa imagen especular de sí mismo (ese “otro” en el espejo) genera no solo amor a sí mismo, sino también hostilidad. La imagen especular de uno mismo se torna persecutoria porque es un yo ideal, completo, total, que pone en riesgo mi yo recién adquirido. Así, el doble se vuelve persecutorio: o es él o soy yo.
En la literatura hay múltiples muestras de este fenómeno, por ejemplo, el cuento William Wilson de Edgar Allan Poe. En la vida de Wilson, irrumpe de pronto un doble, un hombre igual a él. Entonces, se siente perseguido, se vuelve su sombra y termina asesinándolo. También está la novela El doble de Fiódor Dostoyevski, o bien la novela El retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde. Otro ejemplo de la hostilidad que provoca el doble, la imagen especular de sí mismo, lo constituyen los conflictos y pleitos a muerte entre pueblos con el mismo origen, o entre hermanos. Freud le llamó a esto el narcisismo de las pequeñas diferencias: necesito deshacerme de ese otro que es igual a mí, de ahí la violencia y el odio con que se le ataca. Es el mal de Narciso.
En suma, se puede atacar no solo a lo diferente, sino a lo semejante, a lo igual. En ambos casos, está presente el narcisismo. El asunto es más complejo porque hay otros factores que intervienen, aquí solo hemos reflexionado brevemente sobre el papel del narcisismo.
Desde la perspectiva filosófica, es muy sugerente el planteamiento que hace Byung-Chul Han en su libro La sociedad de la transparencia (2012). En este texto, sostiene que una de las características de las sociedades contemporáneas es la tendencia a borrar las diferencias, lo extraño, al otro, la negatividad. Es el “infierno de lo igual”, dice Han. Un ejemplo de este infierno es el de la comunidad transexual española, que propuso hace poco dejar de llamar “vagina” a esa parte del cuerpo porque es “machista”, para llamarle “agujero delantero”. Esta propuesta lleva implícita la anulación de la diferencia de sexos.
Referencias
Chemama, R. y Vandermersch, B. (2004). Diccionario del psicoanálisis. Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1995).
De Mijolla, A. (2007). Diccionario internacional de psicoanálisis. Akal.
Freud, S. (1992). Introducción del narcisismo. Obras Completas (vol. 14, pp. 65-98). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1914).
Han, B-Ch. (2012). La sociedad de la transparencia. Herder.
Lacan, J. (2009). El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En Escritos (vol. I, pp. 86-93). Siglo XXI Editores. (Obra original publicada en 1949).
Laplanche, J. y Pontalis, J. B. (1996). Diccionario de psicoanálisis. Paidós. (Obra original publicada en 1967).
Roudinesco, E. y Plon, M. (2005). Diccionario de psicoanálisis. Paidós.