Cambios en la clínica: encuadre, interpretación y transferencia
Elena Ortiz
Javier Fernández
La clínica psicoanalítica descansa sobre diversos pilares que sirven para sostener el método que ejercemos en nuestra consulta privada. Hay una suma de elementos que se entretejen en una red que mantiene viva la función analítica. En este Encuentro Científico abordaremos tres pilares: el encuadre, la interpretación y la transferencia.
El encuadre va más allá de ciertas reglas que se deben cumplir por el analista y el paciente, e implica los cimientos que posibilitan el trabajo analítico. Si bien, los criterios fundamentales del encuadre se enuncian al inicio del tratamiento, este se edifica, trabaja y mantiene a lo largo del proceso psicoanalítico.
Hay una serie de definiciones interesantes que subrayan distintos aspectos del encuadre. Donald Meltzer (1967/1996), por ejemplo, considera que lo constituye, fundamentalmente, la actitud mental del analista, es decir, la disposición receptiva y valiente para recibir el mundo interno del paciente. El analista no debe luchar para que el paciente cumpla con las “reglas establecidas”, debe alejarse de una función pedagógica y concentrarse en una oportuna interpretación.
André Green (2004) propone que el encuadre es central para el trabajo con cualquier psicopatología, pero más aún, cuando se trata de estructuras no neuróticas. Si bien, propone algunos matices distintos en la intervención clínica con este tipo de pacientes, hace énfasis en sostener la función analítica para que el paciente pueda introyectarla. El análisis no se refiere solo a las condiciones externas; no es sólo el consultorio, los horarios o el diván. En sus palabras: “La noción de encuadre interno es un logro esencial del análisis, que debe entonces velar por el mayor rigor a fin de que se cumpla el proceso de internalización” (Green, 2004, p. 58).
En Mas allá del principio del placer, Sigmund Freud entra a un campo que no se explica desde la teoría del conflicto o de la represión. Deja la puerta abierta para autores como Wilfred Bion que, con su teoría del pensamiento, subraya la función mental de darle significado a una experiencia emocional, representarla, metabolizarla. Esto tiene un impacto en la concepción que tenemos de la interpretación clásica que Freud hereda en su consistente teoría de la neurosis.
En la actualidad, partiendo de la comprensión de ciertos fenómenos del funcionamiento mental presentes en los trastornos graves del carácter, se desarrollan propuestas clínicas específicas, tales como suspender la interpretación que tiene por finalidad descifrar los contenidos simbólicos, apoyar al paciente en la discriminación de sus afectos y que el analista utilice su capacidad imaginativa (Ortiz, 2011).
Esto tiene consecuencias importantes en la clínica contemporánea: el analista requerirá de su facultad simbólica para construir, junto con su paciente, aquello que está desligado en su mente. Tratará de “soñar” lo que el paciente no puede (Ogden, 2004), haciendo de la sesión analítica una construcción onírica. La interpretación, entonces, será una descripción cargada de afecto y, si es posible, se apoyará de imágenes y recursos líricos como la metáfora, que puedan aprehender y capturar significados y sentidos. En la actualidad, nos detenemos a mirar el proceso de la formación simbólica como un punto neurálgico y, en la clínica, se busca enriquecer el aparato mental para que tenga mayor capacidad de pensar[1].
Lo anterior también sucede en la interpretación de los sueños. Autores como Bion y Meltzer no están de acuerdo con la idea de que la formación simbólica presente en los sueños solo esté al servicio de desfigurar deseos inconscientes y que, por tanto, haya que develar los contenidos latentes del sueño. Este aspecto de la técnica ha constituido una problemática durante varias generaciones de psicoanalistas que tienen en mente encontrar el “hilo negro” o el significado del sueño, lo cual presiona y compromete su trabajo clínico, haciendo de la interpretación una herramienta reduccionista.
La comprensión del sueño se amplía: soñar es pensar. Los sueños tienen imágenes plenas de sentido, constituyen una explosión llena de significados. Sara Flanders (1993) menciona que el analista tiene una doble tarea: dejarse impactar, escuchar y observar el contenido manifiesto con toda su fuerza, pero, al mismo tiempo, no perder la actitud de sospecha freudiana.
El fenómeno transferencial, visto desde la perspectiva freudiana, se despliega al comenzar un vínculo emocional con el analista. Es decir, la neurosis de transferencia no es espontánea, sino que se instala en relaciones específicas, como sucede en el proceso analítico. Los objetos infantiles (parentales) construyen representaciones dentro de la mente que serán transferidas hacia el analista. Estos aspectos de la técnica siguen vigentes, pero con una concepción más amplia. Melanie Klein concibe la transferencia como algo universal que se refleja en la externalización de las relaciones entre las partes del self y de los objetos internos, tomando como base las fantasías inconscientes. Con esta ampliación del concepto, se toma en cuenta la transferencia latente y no solo las ocurrencias del analizando hacia el analista. La transferencia es implícita, se infiere y está presente en la estructura de los vínculos, en las ansiedades y las fantasías que constituyen un todo y se expresan en la relación analítica (Ortiz, 2011).
El campo de la transferencia, desde una visión contemporánea, evoluciona. Bion se cuestionaba cómo podemos entender la transferencia si es inconsciente. De aquí parte Meltzer al explicar la dificultad que se tiene para comprender este fenómeno sin los sueños: los pacientes empiezan a soñar en transferencia y no sobre la transferencia. El sueño ayuda a refinar la comprensión de la transferencia.
Las interpretaciones requieren de coraje para ponerlas en juego dentro del análisis, si no es así, probablemente no sea la verdad de lo que uno piensa acerca del material del paciente. La valentía está relacionada con el potencial explosivo de la verdad, que bien puede ser alimento para la mente, pero también una amenaza a la persona, tanto del analista como del paciente (Meltzer, 1978).
El analista no puede esperar que el paciente entienda sus interpretaciones transferenciales por el simple hecho de que está en análisis. La finalidad es que pueda apreciar el origen de las construcciones interpretativas del analista, quien, por tanto, puede explicarle, a manera de metáfora, que el análisis es una especie de “laboratorio” donde se ve “en pequeño” lo que aparece como un funcionamiento general.
En conclusión, la pluralidad con que se concibe el psicoanálisis contemporáneo nos da mayores herramientas para el trabajo clínico.
Referencias
Flanders, S. (1993). Introduction. The Dream Discourse Today. Brunner-Routledge.
Green, A. (2004). Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo. Amorrortu editores.
Meltzer, D. (1996). El proceso psicoanalítico. Lumen-Hormé. (Obra original publicada en 1967).
Meltzer, D. (1990). Desarrollo Kleiniano. Spatia. (Obra original publicada en 1978).
Ogden, T. (2004). This Art of Psychoanalysis. Dreaming Undreamt Dreams and Interrupted Cries. The International Journal of Psychoanalysis, 85(4), pp. 857-877.
Ortiz, E. (2011). La mente en desarrollo. Reflexiones sobre clínica psicoanalítica. Paidós.
[1] Utilizamos el término pensar sin referirnos a la concepción cognitiva o intelectual. Lo que puntualizamos es la capacidad de pensar referente a la teoría de W. Bion.