Trauma temprano: el impacto en la construcción de símbolos
Por Gabriela A. Cardós Duarte
El estudio del vínculo temprano mamá-bebé y su impacto en el desarrollo del psiquismo ha cobrado más y más relevancia, a medida que el psicoanálisis ha ampliado su campo de trabajo hacia patologías graves como la psicosis, los trastornos fronterizos, las enfermedades psicosomáticas y las adicciones. Una de las formas en las que se explica la génesis de dichas patologías tiene que ver con la presencia de estados que no lograron ser pensados en la mente, es decir, que no llegaron a ser representados o simbolizados.
Al nacer, el bebé se enfrenta a estímulos que provienen tanto del interior como del exterior. Éstos lo abruman y no puede hacerles frente para mantener el equilibrio, por lo que necesita de la presencia del otro que le acompaña; alguien que, primero, recibe estas emociones y, después, les da sentido. En condiciones ideales, la madre de un recién nacido presta atención a los gestos de su hijo, está pendiente de su contacto e interpreta cada una de sus expresiones: observa detenidamente los movimientos de sus labios, los giros de su cabeza, la manera en la que respira y la forma en la que llora, pues sabe que hay un significado detrás de estos impulsos, el cual intenta interpretar para luego responder, en concordancia con el llamado del bebé.
De acuerdo con Wilfred Bion, el desarrollo psicológico se desenvuelve en presencia del otro, es decir, en la interacción de dos mentes que se comunican de manera primitiva. A través de dicha interacción, el bebé deposita dentro de la psique de la madre emociones de las que él no puede hacerse cargo y, de este modo, le comunica lo que no logra tolerar. Ella, en un estado sensible, deberá ser capaz de interpretarlas y funcionar como un filtro, prestándole su mente para significar lo que está pasando y actuar en consecuencia, a fin de calmar aquello que aqueja al bebé.
Cuando esta comunicación se obstruye, esos primeros eslabones del pensamiento quedan también interrumpidos, lo cual genera una catástrofe para la mente, que deja al bebé en un estado de gran vulnerabilidad y confusión. Es por eso que las situaciones que amenazan este vínculo son potencialmente patógenas y suponen, para algunos, un impacto traumático, toda vez que el bebé no tiene recursos para lidiar con ciertas emociones sin la ayuda de su madre.
De acuerdo con Howard B. Levine, toda psicopatología se construye por la presencia de traumas, irrupciones en la mente que crean ansiedad y que afectan sus funciones al exceder su capacidad para pensarlas.
Hay muchos eventos que se pueden considerar traumáticos para un bebé; algunos dependen de su ambiente cercano, como situaciones de violencia familiar, las circunstancias que rodean su nacimiento, separaciones tempranas o estar frente a una madre ausente o indiferente, que lo deja a merced de afectos no metabolizados e indiferenciados. Otros se relacionan con fenómenos naturales y con situaciones sociales, como las migraciones y, ahora mismo, la pandemia. Estas circunstancias amenazan el vínculo al irrumpir en el proceso de continuidad y en la posibilidad de que la madre acompañe a su bebé en el camino para pensar. Todo ello puede provocar que, más adelante, el individuo tenga dificultades para tolerar y simbolizar experiencias frustrantes o dolorosas.