El dolor psíquico en el proceso terapéutico

Por Marta Bernat

Iniciar un proceso terapéutico equivale a emprender un viaje sin un destino muy claro. Sabemos que es uno largo, pero no tenemos certeza sobre cuánto va a durar; pueden presentarse inconvenientes o momentos inesperados, sorpresas agradables o desagradables, cambios de horario, desvíos en la ruta, paradas no planeadas e inclusive la interrupción del viaje. Si al emprender el camino se buscan certezas, el recorrido nos enseña situaciones distintas. La incertidumbre predomina y eso es lo que puede llegar a ser emocionante, ya que uno no sabe qué es lo que va a encontrar. 

Se trata de un viaje de autodescubrimiento, una ruta para conocer quién se es en toda su complejidad y profundidad. Puede ir acompañado de momentos de alegría, de optimismo, de confianza y seguridad, pero también de momentos dolorosos. A veces hay rabia, tristeza, celos, envidia, humillación. Por momentos puede parecer que se pierde el rumbo, la confianza en uno mismo y en los demás y aparece una sensación de carencia. El mundo puede aparecer amenazante y peligroso, pero luego evocamos a las personas que amamos, los recuerdos agradables, los aspectos más bondadosos y volvemos a recuperar la confianza. Lo que antes nos parecía un mundo injusto y cruel ahora lo podemos ver con otra lente, desde otra perspectiva y con diferentes matices.

Durante el viaje se aprenden distintas cosas; por ejemplo, a descubrir las pasiones que colorean nuestra vida: la fortaleza, la inteligencia, la creatividad y la bondad que se tiene, aunque también se logran reconocer en uno mismo la violencia, los celos o la envidia, las cuales siempre pensábamos que radicaban en los demás. El conocerse a sí mismo y tener contacto con la verdad, es decir, con las emociones que predominan en la mente, produce dolor, pero es un dolor que se puede transformar al obtener distintos sentidos y significados. Un ejemplo de esto sería una mujer que ha logrado algo muy importante en su trabajo, lo cual le ha valido un ascenso de puesto. Un día su jefa le señala un error y a partir de ese momento todo se vuelve catastrófico; no puede dejar de pensar en ese error y se tortura continuamente. Posteriormente se da cuenta de algo, de que así es ella con su familia: la demanda de perfección a cada uno de sus integrantes y la intolerancia ante los errores son lo que le ha causado mucho sufrimiento y conflictos. El reconocer ese aspecto de ella misma le ocasionó mucho dolor, pues pensaba que era perfecta y no podía permitirse cometer un error, ya que solo los tontos se equivocan. Con el proceso terapéutico ella tiene que conciliar en su mente que no es perfecta y que todos nos equivocamos, que lo que pasó no es una tragedia, sino parte de la vida y que equivocarse no la convierte en una perdedora.

El proceso terapéutico fortalece el yo y esto le hace tolerar todas estas emociones. De esta manera se abren la esperanza, la posibilidad de reparar lo que se ha dañado y de transformar todo aquello que produce sufrimiento.

Otro aprendizaje que se obtiene en este viaje es el de adquirir la capacidad para hacerse responsable de la propia forma de ser, de las propias emociones y conflictos y así dejar de culpar a los que nos rodean.  Este aprendizaje puede generar dolor, pues quizás nos resulte más sencillo responsabilizar a otros. Pensar que el maestro me reprobó porque me tiene envidia es más cómodo que aceptar que no estudié lo suficiente. Es doloroso y difícil porque hay que establecer contacto con mis propias emociones, como podrían ser la rivalidad con el maestro, la propia pasividad o flojera, la superficialidad con la cual se enfrentan los problemas, etc. Culpar a otros no arregla nada, pero responsabilizarse abre la puerta a una infinidad de oportunidades y nuevos aprendizajes.

En este viaje uno deja cosas atrás, como certezas, creencias, mitos, verdades absolutas, y puede adquirir otras, como seguridad en sí mismo, fuerza para enfrentar los embates de la vida, apreciar lo que se despreciaba y atesorar y cuidar todo aquello que se considera valioso. Es un viaje analítico en el que ya no se regresa igual y se adquiere la capacidad de mirarse a uno mismo y al mundo desde otra perspectiva, seguramente más objetiva.

Por suerte en este viaje no estamos solos, pues tenemos un acompañante con quien establecemos una relación profunda, íntima, de confianza y cordialidad, que con sus capacidades y habilidades nos acompañará durante toda la travesía.

Quizás habrá personas que se quieran bajar en cierta estación por diferentes razones y finalizar el viaje, pero otros, tal vez empujados por el entusiasmo y la curiosidad de conocerse, desean continuarlo. Para estos últimos, cada estación significa nuevos aprendizajes que les enriquece y fortalece. 

Con el proceso terapéutico se puede aceptar que la vida no es perfecta y nosotros tampoco lo somos, que la vida es compleja y que eso es lo que hace que valga la pena recorrerla y vivirla con la mayor plenitud.

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