¿Cómo se trabaja a distancia en psicoterapia psicoanalítica?

Por Karina Velasco Cota

A raíz de la cuarentena por la pandemia del coronavirus nos vimos empujados a adoptar una nueva modalidad de trabajo que no es la forma en la que ejercemos habitualmente nuestra práctica clínica. Es comprensible que, como todo cambio, el trabajo a distancia haya traído consigo, en un principio, renuencia e incertidumbre por parte de terapeutas y pacientes, para convertirse paulatinamente en una valiosa alternativa no solo para dar continuidad a los tratamientos terapéuticos que se encontraban en marcha sino también para extender la atención psicológica a aquellas personas que, durante la contingencia, consultaron por primera vez afligidos por algún conflicto en su vida personal.

Posiblemente una de las preguntas que nos hemos planteado con mayor frecuencia desde que dimos paso a las sesiones en línea es: ¿qué tan profundo puede ser el trabajo bajo este esquema? Sin duda, sabemos que el nivel de intimidad que brinda un encuentro presencial no puede ser sustituido por ninguna tecnología, pero esto no quiere decir que estemos supeditados únicamente a emprender psicoterapias de apoyo. Conforme ha pasado el tiempo y para nuestra sorpresa, hemos constatado que sostener un vínculo y una labor interpretativa es posible siempre y cuando conservemos ciertos criterios operando.

En inicio, la apreciación y forma de comprender la vida mental sigue siendo la misma independientemente de si efectuamos nuestra labor de forma presencial u online y está fundamentada en los pilares del inconsciente, la realidad psíquica, las vicisitudes del vínculo entre paciente y terapeuta (transferencia-contratransferencia), así como el trabajo con los sueños.

Ahora bien, a este conocimiento que reposa en las teorías psicoanalíticas, se le suma la actitud analítica que describió Freud como parte de la técnica y hace referencia a una disposición emocional y mental por parte del terapeuta que permite que el tratamiento se sostenga. Implica un tipo especial de escucha, que no pretende dirigir el discurso del paciente y atiende todo aquello que éste dice en un ambiente neutral y libre de juicios morales o de cualquier otra índole, así como la capacidad de abstenerse frente a las demandas del paciente. El trabajo a distancia le exige al terapeuta un compromiso esforzado en este sentido, ya que puede estar sujeto a una variedad de distracciones que pongan en riesgo la escucha analítica, sobre todo cuando por determinadas circunstancias, no cuenta con un espacio lo suficientemente cómodo, privado y libre de interrupciones para llevar a cabo las sesiones, o bien, puede verse incitado a hablar y estar más activo en la sesión o a intervenir de forma precipitada durante un silencio por la angustia que causa no saber con certeza si la otra persona está escuchando bien, etc. Finalmente, ninguna persona – sea terapeuta o paciente -, está exenta de sufrir algún inconveniente con su red telefónica o su conexión a internet.

Otro criterio a tomar en cuenta tiene que ver con la preservación, en la medida de lo posible, del encuadre habitual. Esto implica mantener el mismo número de sesiones a la semana, los horarios y la duración de las mismas, la puntualidad por parte del terapeuta, etc. Esto quiere decir que es imprescindible estar preparados y a tiempo para recibir la videollamada o llamada telefónica del paciente, no cancelar sesiones, avisar con anticipación sobre cualquier interrupción, etc. Sin estas premisas, ya sea que se atienda de una forma u otra, se carece del marco de referencia necesario para el desarrollo del proceso analítico y el despliegue de la transferencia.

Hasta ahora he mencionado aquellos criterios que en realidad no se han visto, o por lo menos, no deberían verse modificados en el trabajo a distancia. No obstante, hay otros que aspectos que emergen directamente de la pandemia y/o del trabajo online. Uno de los elementos reales que conviene tomar en cuenta de la vida del paciente es su estado de salud y de sus seres queridos, tanto físico como psicológico. Al estar inmersos, terapeutas y pacientes, en una crisis sanitaria que trastoca diferentes ámbitos de la vida, vale la pena estar atentos al cuidado de la salud, del cumplimiento de las medidas de higiene para prevenir los contagios y, por supuesto, evitar riesgos innecesarios privilegiando siempre el cuidado y la preocupación por los objetos. Me refiero, por ejemplo, a no exponer al paciente al transporte público para que asista a sesiones presenciales o para que realice el pago de los honorarios. En este rubro ciertamente se han tenido que acordar otras modalidades, sin embargo, el trabajo interpretativo sobre las diversas fantasías que pueden emerger al respecto, deben explorarse con el mismo cuidado y esmero de siempre.

Un aspecto más a tomar en cuenta con respecto a las diferencias en el trabajo a distancia es la inevitable restricción con respecto a la apreciación del lenguaje preverbal del paciente: su manera de caminar, de ingresar al consultorio, de sentarse o recostarse en el diván, su arreglo personal, sus movimientos, etc. Elementos que son una rica fuente de información y que ahora no podemos obtener a través de una observación directa, sino de inferencias y, en caso de ser estrictamente necesario, preguntando.  

El psicoanálisis se abrió paso no solo durante pandemias y recesiones, sino a través de una época de intensa conmoción a raíz de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Paradójicamente lo que ha permitido que los analistas conserven su práctica pese a las circunstancias cambiantes de cada momento histórico, ha sido la atemporalidad de sus teorías y la sujeción a los principios fundamentales de su método. Estoy segura de que las circunstancias actuales nos dejarán mucho aprendizaje y, sobre todo, diversos cuestionamientos sobre nuestra labor terapéutica, mismos que requieren un espacio de apertura para el debate.

 

 

Compartir: