¿Por qué algunas personas se sienten abandonadas a causa del aislamiento aunque no vivan solas?
Por Andrea Méndez
Al introducir la palabra “abandono” en el navegador aparecen términos relacionados con el desamparo, el desvalimiento, la orfandad y la renuncia. Incluso puede asociarse con la sensación de quedar a la deriva en pleno mar abierto aun cuando físicamente uno se encuentre en casa con su familia, pero ¿por qué podemos quedar invadidos por esta emoción a pesar de estar acompañados?, ¿de dónde proviene el sentimiento de abandono?
Freud planteó que, desde que nacemos, nos caracteriza un desvalimiento tanto biológico como psicológico. Pensemos que el bebé humano es sumamente vulnerable y por sí mismo es imposible que sobreviva. Necesita de otro que lo cuide y lo proteja de las afrentas tanto externas, como el frío y los peligros del ambiente, como internas; por ejemplo, todo lo que le pasa en el cuerpo, que aún es desconocido para él y le genera ansiedad y miedo.
Generalmente quien cubre estas funciones es mamá o alguna otra persona que pueda vincularse con las necesidades del bebé. Teóricos como Klein, Bion y Winnicott estudiaron este vínculo temprano y su influencia en el desarrollo de la mente y de la personalidad del bebé. Plantearon que es la mamá (o quien represente sus funciones), con su disposición para tratar de entender lo que le pasa al bebé —aunque ella no tenga las respuestas exactas—, así como para las tareas cotidianas y repetidas de cuidarlo, bañarlo, hablarle, etcétera, lo que le brindan al bebé tanto la sensación de ser entendido por alguien como la esperanza de que luego él podrá también entender qué le pasa a sí mismo y aprender a cuidarse.
Klein vinculaba la sensación de soledad con la nostalgia que queda como resto de este vínculo donde alguna vez existió alguien que me cuidó y que casi me leía la mente, pues aun sin hablar lograba identificar lo que necesitaba. Desde esta perspectiva podemos pensar la sensación de abandono como la mezcla entre el anhelo de que en algún momento hubo otro que me entendía, me resolvía y me acompañaba, y el hecho de que estamos viviendo una situación sin precedentes que genera incertidumbre, pues no hay manera de que nada ni nadie nos asegure cuándo va a terminar el periodo de encierro, cuándo va a llegar la vacuna y esta nos garantizará inmunidad.
Por lo tanto ya no está la mamá que todo lo podía, sino que ahora quedo a merced de lo que pase dentro de mí y de mi mente a pesar de estar físicamente acompañado por otros. Frente a esta situación, uno puede tratar de evocar a esa mamá que cuida y calma y que ahora habita en mi mente; aquella voz dentro de mí que después de una situación complicada, por ejemplo, un temblor o una pérdida, me dice “tranquilo, esto va a pasar y vas a estar bien”.
En caso de que la ansiedad o el temor se sientan incontrolables, también conviene pedir ayuda profesional de alguien que pueda no solamente ayudarme a sentirme mejor, sino escuchar y llevarme a entender de dónde vienen estas emociones que inundan mi mente. De esa manera podré pensarlas y tolerarlas cada vez mejor.
Referencias
Bleichmar, N. y Leiberman, C. (1997). Dos ensayos de contrastación de Teorías. En El Psicoanálisis después de Freud. México: Paidós.
Klein, M. (1963). Sobre el sentimiento de soledad. En Obras Completas, tomo 3. Barcelona: Paidós.
Ortíz, E. (2011). La verdad, los tiempos de vínculo y la sexualidad. En La mente en desarrollo. Reflexiones sobre clínica psicoanalítica. México: Paidós.
Winnicott, D. (1956). Preocupación maternal primaria. En Escritos de pediatría y psicoanálisis.