Sueños y sesiones telefónicas: el trabajo terapéutico a distancia
Por Mariana Castillo López
Los sueños en psicoanálisis se consideran un material privilegiado para el trabajo con los pacientes, no solo por permitir un acceso más directo al inconsciente, sino por su capacidad elaborativa y transformadora. A raíz de la pandemia el método psicoanalítico ha tenido que adaptarse a las condiciones cambiantes de lo que llamamos “nueva normalidad”. A principios de año nunca imaginamos tener que mudar el consultorio abruptamente a otros medios de contacto como las llamadas telefónicas o videollamadas. Un poco a ciegas y llenos de incertidumbre, muchos retomamos el trabajo con pacientes haciendo el mayor esfuerzo para conservar lo esencial del método y así dar continuidad al trabajo iniciado, con la pregunta acerca de qué efecto tendría el cambio.
Una de las enseñanzas más valiosas que cobró especial sentido en esta época de adversidad se relaciona con aquello que tantas veces escuchamos de maestros, colegas y supervisores, pero que pocas veces tiene oportunidad de demostrarse con esta contundencia: “si se confía y se trabaja siguiendo el método psicoanalítico, las cosas no pueden ser tan diferentes”; es decir, que si se puede conservar la escucha analítica centrada en el inconsciente, la sexualidad infantil y el trabajo en la transferencia-contratransferencia y si se logra privilegiar el lugar de la interpretación como nuestra herramienta central, nos es posible mantener una relación cercana e íntima a pesar de la distancia y así continuar con la labor analítica. Por supuesto que lo anterior no tiene el objetivo de negar que las llamadas telefónicas generan cierto dolor, pues se extrañan el contacto y el encuentro concreto y eso es algo que debe ponerse sobre la mesa, pero si la labor del analista se conserva, el paciente retribuye trayendo a sus sesiones material muy valioso en forma de sueños y asociaciones.
Si bien cada paciente ha sufrido un impacto distinto a raíz de las modificaciones de la vida y en especial de sus tratamientos, en algunos de ellos el análisis también tiene que ocuparse de observar la manera única y subjetiva en la que el cambio de modalidad se ancla con aspectos previos de los conflictos del paciente, develando una infinidad de posibilidades: en algunos de ellos predominan las ansiedades de separación, en otros se exacerba la curiosidad infantil, en otros se activaron defensas maniacas, etc.
Veamos el siguiente sueño que surgió en la segunda semana después del cambio a sesiones telefónicas, las cuales se dan con una frecuencia de tres veces por semana:
Soñé que estaba en un parque, un espacio abierto. Yo quería sentarme en el medio para esperar el inicio de una conferencia; había muchas sillas, pero estaban vacías. Tenía la sensación de estar equivocada de día o tal vez de lugar; me daba angustia haberme equivocado de día: la conferencia era el lunes, y era miércoles. Aparecía un escenario en el que se instalaba el ponente y prendía el micrófono, pero yo no podía escuchar bien lo que decía; ponía atención, pero no lograba entender. Era como si hablara en un idioma desconocido. Después estabas tú (la analista) platicando con una mujer. Cuando me acercaba, me saludabas, pero me llamabas con el nombre de mi hermana.
En este sueño podríamos pensar en la sensación de lejanía que a la paciente le despierta la nueva modalidad de trabajo representada por la distancia entre ella y el escenario. También aparecen angustias alrededor del tiempo en cuanto a la regularidad de las sesiones. Se pudo hablar también acerca de cómo el cambio en el encuadre había puesto sobre la mesa una dificultad y una desconfianza de no saber si la analista será capaz de escucharla y si ella será capaz de comunicar. También el sueño muestra aspectos de rivalidad; es decir, que la falta de cercanía con la analista se nutre por una fantasía en la que siente que ha sido desplazada por otros: la analista se aleja por que se ocupa de alguien más.
Otra de las situaciones comunes consiste en las fantasías que aparecen en algunos pacientes al tener que ingeniárselas para encontrar un espacio privado dentro de sus hogares y tomar sus sesiones. En ese sentido se pone en juego la intimidad y la privacidad, lo que se puede vivir desde varios vértices: como una seducción, como una invasión mutua a la privacidad, como una intrusión o con recelo cuando se despiertan ansiedades paranoides, etc. En el siguiente sueño de un adolescente de 16 años podemos observar algunos de estos conflictos:
En el sueño estaba en un salón de clases, pero era chistoso porque en vez de bancas había sillones. La maestra nos enseñaba un video que se proyectaba en la pared del patio. El video mostraba una fiesta de su familia. No sé si era una boda o un bautizo. No se veía bien, pero todos nos asomábamos por la ventana para poder mirar. Todos sacados de onda por que pensaba que ni al caso que la miss nos enseñara eso, pero yo me sentía muy interesado. Un amigo sacaba un cuaderno y empezaba a tomar apuntes como si fuera una clase muy importante. Cuando terminaba el video, la maestra le decía a R que era su turno de mostrar su video y él se apenaba; no quería que todos viéramos su tarea.
Este sueño muestra, por un lado, el conflicto entre el deseo de mirar y ser mirado. Por otro, se presenta la excitación propia de la adolescencia y la curiosidad de conocer la vida privada de la analista, representada por la maestra, a la que también se le dota de un conocimiento acerca de la sexualidad, la intimidad y a la que se proyectan los deseos exhibicionistas. Podemos pensar que también se mezcla el deseo de espiar a las parejas cuando están juntas y la comparación entre el adulto y el niño que se avergüenza por mostrarse.
Vemos que el sueño condensa y representa una multiplicidad de conflictos que se comprenderán en el contexto de la sesión, de las asociaciones del paciente y del interjuego transferencia-contratransferencia; es decir, el trabajo con los sueños conserva un lugar central en el trabajo analítico independientemente de si ocurre en una sesión presencial o telefónica.