La escritura del analista
Por Erika Patricia Ciénega Valerio
…la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito,
y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.
Marguerite Duras
¿Qué es lo que lleva a un analista a escribir acerca de un análisis? Evidentemente, lo sabemos. Uno no escribe de cualquier cosa, ni de cualquier caso. No se escribe por azar, aunque de inicio –y tal vez también al final– resulte desconocido. Se está comprometido en y con lo que se escribe.
Daniel Rubinsztein (1999), psicoanalista argentino, plantea que el analista escribe a partir de la caída, de la pérdida, de lo inexplicable de un caso, yo agregaría, del enigma. ¿Acaso no el enigma, esa cosa equívoca y oscura, que podría representar cualquier caso clínico, remite al agujero, a un real? Recurro a Marguerite Duras (1994) para describir este planteamiento: “Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará… Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de nada. Delante de algo así como una escritura viva y desnuda…”. Entonces me cuestiono, ¿el analista escribe en un intento de bordear ese agujero, ese real, ese enigma al que su práctica lo expone día con día?
Lo que motiva al analista a escribir un “caso” podría ser un llamado: algo lo convoca a decir. Quizá no sea él quien elige el caso, sino el caso el que reclama un sujeto con el fin de ser narrado. De algún modo el caso se impone y supone también un deseo de plantear un interrogante dirigido a la teoría, a la conocida por el analista y a la desarrollada hasta ese momento (Ruiz, 2000). Lo cierto es que el analista que lee en la transferencia, no es el mismo que aquel quien habrá de teorizar lo transcurrido en las sesiones.
La escritura anuda, marca un límite, pone distancia, reordena para que otro texto tenga lugar. Al escribir acerca de un caso, Alejandra Ruiz (2000) propone que el analista tendrá que vérselas con tres planos temporales: el tiempo de la oralidad, el tiempo de la narración y el tiempo narrado.
Siguiendo el planteamiento de la autora citada, que el tiempo de la oralidad sea un real, que deba perderse la presencia real del analizante para que queden sólo algunas frases, implica la existencia de un real que no cesará de inscribirse y será necesario bordear. El tiempo narrado remite a la capacidad de asombro del analista, poner en suspenso lo que se cree saber acerca del caso para volver a interrogarlo. La escritura del caso deja entonces de ser un mero ejercicio especular, en donde únicamente se describa de manera ingenua lo acontecido en el análisis. Por el contrario, escribir es apostar, es arriesgarse. El analista deberá despojarse de lo que sabe (clínica y teóricamente); falto de un sustento conceptual que lo proteja, deberá fingir olvidar a dónde supone que eso conduce, para así interrogarlo nuevamente, cosa que exige una división. Para que el analista escriba deberá desposeerse, desasirse, perder para crear.
El analista está ahí para perder y entonces escribir, aunque sea una tarea que quedará inacabada –afortunadamente– y condenada al fracaso. Como señala Rubinsztein (1999), existe un fracaso interno en la tarea de la escritura; escribir lo que no se sabe es el intento de tensar hasta el límite las palabras. La escritura es una puesta en acto de la renuncia a tener una respuesta para todo y a pretender decirlo todo.
Referencias:
- Duras, M. (1994). Escribir. España: Tusquet.
- Rubinsztein, D. (1999) El psicoanalista y la escritura. Algunas notas sobre ensayo y psicoanálisis. Clase 8 del Seminario La formación del analista (en línea), com. El programa de Seminarios por Internet de PsicoMundo, 1999 [fecha de consulta: 1 de diciembre 2014]. Acceso restringido a miembros: http://www.edupsi.com/formacion
- Ruiz, A. (2000). “La escritura del caso”, en Relatos de la clínica, número 1, noviembre, (en línea), (fecha de consulta: 1 diciembre 2014). Acceso restringido a miembros: www.psicomundo.com/relatos/relatos1.htm