Nos divorciamos. ¿Cuál es el impacto en los hijos?
Por Raquel Vega
Hace muchos años, las mujeres que decidían divorciarse eran vistas como entes extraños e incluso peligrosos, y los hijos de padres divorciados eran considerados como una especie de bichos raros. En general, podría decirse que el divorcio era un tema tabú. Hoy en día, el divorcio se presenta cada vez con mayor frecuencia en las familias modernas. Simplemente entre 2016 y 2017, el Inegi reportó su incremento en 5.6%, mientras que, en 2018, el aumento llegó a 6.5%.
La decisión de divorciarse es ya en sí misma una situación complicada para una persona, pues se trata de una pérdida, de una separación y de una decisión que tiene consecuencias importantes en su vida. Ahora bien, cuando la pareja además tiene hijos, la idea de cómo afectará este suceso a los niños se suma a las diversas preocupaciones que ya existían. A veces, ese malestar puede contribuir a que la pareja elija no recurrir al divorcio.
Es bien sabido que, cuando en el proceso hay hijos de por medio, las cosas pueden volverse muy complicadas, ya que, en ocasiones, ellos terminan convirtiéndose en un tipo de carne de cañón o moneda de cambio entre la “guerra” que libra la pareja. Quien sea hijo de padres divorciados tal vez recuerde la incertidumbre, la tensión, tener que acostumbrase a no contar con la presencia de ambos padres siempre, a los horarios de visita y, probablemente también, a acudir al juzgado mientras los adultos determinaban quién se quedaba con la patria potestad, aun cuando los padres se divorciaron en términos relativamente amigables.
Frente a esta situación, los hijos pueden llegar a tener diversas fantasías, como haber destruido a la pareja parental, sentirse abandonado por los padres, o pensar que es capaz de reunir y reconciliar a la pareja. Las emociones que posiblemente predominen son enojo, miedo, tristeza, confusión y soledad. De esta circunstancia, pueden derivarse diferentes escenarios que propicien que los padres lleguen a consultar a un terapeuta, por ejemplo, ansiedad, rebeldía, baja en el rendimiento escolar, problemas de conducta, alteración en el comportamiento social, entre otros. En el largo plazo, podemos encontrar adultos que sienten una imposibilidad de armar una pareja, pues piensan que inevitablemente compartirán el destino de sus padres.
En realidad, el impacto que tenga el divorcio sobre los hijos dependerá de diversos agentes, uno de ellos son los aspectos personales, es decir, la capacidad del hijo para lidiar con sus emociones y conflictos. Por ejemplo, recuerdo una joven que consultó conmigo y que se quejaba amargamente porque había ido a varias terapias, pero sus padres seguían divorciados.
Los otros factores están relacionados con la postura de la familia y los padres: si el divorcio se dio en buenos o malos términos, si se trata de padres que comprenden que el divorcio es un tema de pareja, si constantemente involucran de más a los hijos, si uno de ellos se aleja o si ambos siguen formando parte de su vida, así como la actitud que haya en la familia en torno al divorcio, por ejemplo, la secrecía versus la posibilidad de comunicación.
Lo cierto es que el divorcio siempre conllevará un impacto emocional importante en los hijos, no hay manera de evitarlo y, en mi opinión, tampoco hay por qué intentarlo, ya que, si bien puede ser una experiencia dolorosa, también puede ser una oportunidad de crecimiento, donde el hijo sea capaz de obtener cosas provechosas, a pesar de haber atravesado por un suceso no muy afortunado. Es importante tener en cuenta que, aunque los padres se divorcian y la pareja se disuelve, lo que no se rompe es el lazo entre los padres e hijos, ni la posibilidad de tener una familia unida y amorosa.