¿Es obsoleta la privacidad en el mundo de hoy?
El animal tiene que estar fuera de sí por la sencilla razón de que no tiene un “dentro de sí”, un chez soi, una intimidad donde meterse cuando pretendiese retirarse de la realidad. Y no tiene intimidad, eso es, mundo interior, porque no tiene imaginación. Lo que llamamos nuestra intimidad no es sino nuestro imaginario mundo, el mundo de nuestras ideas. Ese movimiento merced al cual desatendemos la realidad unos momentos para atender a nuestras ideas, es lo específico del hombre y se llama “ensimismarse”.
Ortega y Gasset
Por Andrea Méndez
A diario, entramos a Facebook, Instagram, Snapchat y demás redes sociales y, mientras deslizamos la pantalla, descubrimos una cascada de imágenes e historias que se tornan una suerte de ventana, por donde nos asomamos curiosos a la vida de otros. En un día común, nos encontramos con diversas fotografías: una mano con uñas gelish perfectas y portando un anillo de compromiso en el dedo anular izquierdo; unos tiernos zapatitos o un ultrasonido con un cartel de “Bienvenido el próximo año”; una imagen en blanco y negro de un torso atlético posando al lado de unas pesas con la leyenda “#VidaFit”; un pasaporte junto con un boleto de avión; o bien, la estrofa de una canción de despecho, “que te ruegue quien te quiera…”.
Todos estos fragmentos nos reflejan un pedazo de la vida de alguien más, que muchas veces está editado y embellecido. Sin embargo, también nos da una “probada” de su cotidianidad o nos hace partícipes de un momento cargado de emociones, como el anuncio de un embarazo o una pelea de pareja, pero ¿será que las redes sociales despiertan en nosotros aspectos exhibicionistas o tiene que ver más con un aspecto de la personalidad? ¿Por qué es tan importante para nosotros ser mirados? ¿Existe alguna frontera entre lo público y lo privado?
A lo largo de la historia, cada avance tecnológico fue contemplado por la sociedad a través de dos cristales: el esperanzador, que representa una promesa de mejoría, y el satanizador, que fungiría como agente patógeno. Esto mismo ocurre con las redes sociales y comunidades virtuales, que resultan lugares perfectos para plasmar nuestros componentes exhibicionistas y voyeristas.
Recordemos que Freud planteó la existencia de estos deseos de mirar y ser mirado como algo inherente al ser humano y que encuentran distintas maneras de emerger, una de ellas es cuando posteamos una foto, una frase, un pensamiento o un estado emocional a la par que observamos lo que otros publican. Esta contemplación está acompañada de las emociones que nos despierta la vida del otro, por ejemplo, de comparación: “mis vacaciones fueron mejor que las que publicó tal”; de celos: “¿por qué le puso like a él y a mí no?”; de exclusión: “¿por qué no me invitaron a esa fiesta?”. Tales afectos están presentes a diario, estemos o no en la web, pero las reacciones que tengamos, así como las motivaciones para postear algo, se vincularán con aspectos internos.
Mirar y ser mirado son cuestiones fundamentales en el desarrollo personal, sobre todo en etapas tempranas. Basta recordar el trabajo de Donald Winnicott (1967), quien plantea que, gracias a que mamá lo mira, es que el niño comienza a sentir que existe y, posteriormente, se va a poder encontrar y reconocer en el reflejo de un espejo. Conforme crece, el individuo ratifica a diario la propia existencia sin precisar que el otro esté junto a él, no obstante, algunas personas necesitan que el otro las mire en lo concreto.
La frontera entre lo público y lo privado, es decir, de lo que mostramos a los otros y lo que retenemos para nosotros, se explica dependiendo del estado mental y emocional en el que estemos. Meltzer (1974) plantea que exponer lo íntimo frente a los demás puede tener como motivación sentirse especial, pero también genera celos y la sensación de estar en competencia con los otros, que son características de lo que él llama la sexualidad infantil; mientras que la sexualidad adulta tiene como cualidades la intimidad, la modestia, la humildad y la preocupación por las demás personas.
Por lo tanto, desde esta perspectiva, podemos entender que lo que hacemos público y lo que dejamos en el terreno de lo privado y lo íntimo está relacionado con el estado mental en el que estamos, el cual cambia constantemente.
Referencias
Freud, S. (2003). Tres ensayos sobre teoría sexual. En Obras completas de Sigmund Freud. Buenos Aires: Amorrortu. (Obra original publicada en 1905).
Meltzer, D. (1974). Los estados sexuales de la mente. México: Edición Jaime del Palacio.
Winnicott, D. (1967). Papel de espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño. En Realidad y juego. Barcelona: Gedisa. 179-188 pp.