La sobremedicación en los niños

Por José Cristóbal Barud Medrano

Seguramente, si tus hijos tienen dificultades de conducta o de socialización, la siguiente imagen te será muy familiar. Muchísimas personas e instituciones, comenzando con la escuela y llegando hasta los familiares cercanos, sugieren o imponen lo que deberías hacer para que tu pequeño pueda avanzar. Los profesores y directivos, naturalmente preocupados por el aprovechamiento académico, instan a los padres ‑presionándolos‑ a buscar ayuda psiquiátrica o psicológica que muestre avances veloces.

Del mismo modo, las voces familiares, aunque con buenas intenciones, terminan sintiéndose como una presión excesiva: sugieren todo un catálogo de soluciones, consejos, peticiones y comparaciones, que llegan a hacer sentir a los padres como una pareja incapaz, culposa y confundida. Con la esperanza de mantener el amor de la familia y de cumplir con las ‑razonables‑ exigencias de la escuela, los padres prueban infinidad de opciones que varían en eficacia y seriedad. A menudo, la frustración pasa la factura y los padres comienzan a culparse, a buscar cambios de escuela o simplemente etiquetan al niño como “difícil”.

Frente a una situación tan estresante, cualquiera buscaría una solución rápida y eficaz. Es aquí cuando se nos presenta la opción de la psiquiatría, que aún hoy, tras sus probados avances y una marcada evolución en cuanto a sus métodos y su eficacia, despierta controversias entre quienes hacen uso de sus servicios. Esta rama de la medicina es útil en algunos casos específicos de niños, es decir, en aquellos que presentan dificultades importantes en el comportamiento durante un tiempo prolongado, y cuya base está determinada por alguna alteración orgánica, o sea, del funcionamiento o de la química cerebral.

En aras de ahorrarse el complicado camino que aqueja a muchos padres, cada vez más se recurre a la psiquiatría como primera opción para tratar a la infancia, debido a su conveniencia y aparente rapidez. En ciertos casos, tras ser evaluados por un profesional médico o psicólogo, puede suceder que la psiquiatría resulta la mejor alternativa, pero en otros, conviene sumar esfuerzos con la psicoterapia y, en muchos otros, lo más adecuado es trabajar únicamente con la psicoterapia. Sin embargo, la promesa de que los fármacos son soluciones completas y expeditas los hace tan atractivos, como para evitar que nos preguntemos acerca de las emociones que, en el fondo, desencadenan bastantes de estos problemas de la infancia.

Cuando hablamos de temas de corte emocional, es posible que los padres se sientan angustiados, pues la primera pregunta que suelo recibir en mi práctica clínica tiene que ver con un sentimiento de responsabilidad desmedida sobre el malestar del pequeño. Naturalmente, esto los pone incómodos y vuelve más atractiva la opción psiquiátrica, en donde el pequeño recibe la pastilla y el problema queda resuelto, al menos en teoría.

Sin embargo, cuando se escoge la alternativa psiquiátrica indiscriminadamente, y sin una reflexión previa, cerramos la oportunidad para que un niño pueda cuestionarse los acontecimientos y el significado de las frustraciones que vive día con día, que, por alguna razón, no ha logrado convertir en aprendizaje o en crecimiento propio. Mediante un trabajo terapéutico, gradualmente se va profundizando en el mundo de las fantasías y construcciones imaginarias que un niño hace de su propia vida, a través de las cuales se pueden conocer y fortalecer las áreas de la personalidad que lo necesitan. Por ejemplo, y desde luego de manera un tanto simplista, puede ser que detrás de un niño agresivo exista un pequeño que se siente solo o inadaptado tras un cambio familiar, o que tras un niño que hace trampa, se esconda un pequeño que no confía en sus propias capacidades, o bien, que en el fondo, un chico distraído esté viviendo el duelo por un familiar cercano, cuyo significado puede no ser tan evidente para padres y maestros.

Esto no quiere decir que la psiquiatría sea inútil o dañina, sino que su uso con los niños, como sí ocurre cuando se hace a través de la ética, debe darse a consciencia tras un profundo examen que considere que, tal vez detrás de aquellas conductas que desesperan a todos, se encuentra un niño que no cuenta con otra manera para externar su malestar y sufrimiento. Para ellos, es muy complicado hablar de lo que les pasa emocionalmente, ya que sus recursos lingüísticos son más limitados que los de los adultos, puesto que se encuentran en desarrollo. Muchas veces, la mirada de otra persona y la expresión mediante el juego son enormes apoyos que tienen efectos benéficos duraderos, y que fortalecen el mundo emocional para los años venideros.

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