Depresión en niños. ¿Qué hacer?
Por Ana Livier Govea
Con frecuencia los adultos llegamos a desestimar la relevancia que tienen las experiencias en la vida del niño. Incluso, en ocasiones se puede llegar a pensar que la infancia es una etapa de la vida donde “todo está bien”, la cual está llena sólo de bellos momentos, de diversión y en la que el pequeño está libre de preocupaciones. Dicha aseveración es falsa y tajante, puesto que el mundo infantil está plagado de dificultades, vicisitudes y desafíos. Algunos de ellos, a grandes rasgos, serían “explicarse el mundo” ‑menuda tarea‑, darles sentido a sus sensaciones, emociones y tramitar sus experiencias. El mundo infantil está lleno de contrariedades, fantasías, temores, de intensas emociones y vivencias, las cuales conformarán su subjetividad.
Dentro del campo clínico infantil, observamos que los motivos de consulta más comunes son bajo rendimiento escolar, problemas de conducta, enuresis, inhibición en el juego, dificultades para relacionarse con sus pares, entre otros. Al parecer, no toda infancia es plena y no todos los niños son felices; algunos experimentan mucho sufrimiento a causa de sus síntomas y de sus consecuencias.
Por ejemplo, Mateo es un niño de 7 años, cuya madre consulta puesto que lo ha visto “tristón”, decaído, se ha estado enfermando recurrentemente, no quiere jugar y está “mal modoso” e irritable, se encierra largos periodos en su cuarto, dice que está cansado, no tiene ganas de nada, hace berrinches intensos, no le pone atención a la maestra y está “muy enojón”. La madre de Mateo piensa que la reciente separación con su esposo y la muerte de su abuelo podrían tener algo que ver en lo que sucede con su hijo.
¿Podría Mateo estar deprimido?
La depresión es mucho más que estar bajo de ánimo y, aunque experimentar tristeza de vez en cuando es normal y común, para algunas personas estos sentimientos son muy intensos, no desaparecen y “se acompañan de otros síntomas que provocan malestar o dificultades para desarrollar su vida cotidiana. Interfiere en su capacidad de pensar, aprender y desarrollarse social y académicamente” (Avalia-t. Guías de Práctica Clínica en el SNS, 2007).
En la actualidad, los trastornos depresivos en el niño son comunes, recurrentes y, en muchos casos, crónicos y presentan altos índices de comorbilidad. La depresión infantil es un hecho; los niños también se deprimen, por este motivo el estudio y el tratamiento de dicha condición es de suma relevancia.
Es necesario que distingamos que la depresión en los niños se parece un poco a la que podrían padecer los adultos, pero entre ambas existen diferencias fundamentales que exigen nuestra atención y sensibilidad tanto clínica, como diagnóstica. Por ejemplo, síntomas como el estado de ánimo bajo y la dificultad para disfrutar de actividades que anteriormente producían placer no siempre se manifiestan en los pequeños.
La depresión puede ser explicada desde un punto de vista médico-biológica, en donde la causa puede ser atribuible a factores genéticos y hereditarios o alguna alteración a nivel cerebral. “El cerebro usa mensajeros llamados neurotransmisores que envían señales a diferentes partes de nuestro cuerpo. También sirven para que diferentes partes del cerebro se comuniquen entre sí. Un mal funcionamiento de los neurotransmisores influye en el estado de ánimo” (Ibid.). Desde esta perspectiva, un tratamiento farmacológico sería lo prescrito.
Existen también distintos tipos o “niveles” de depresión. Por ejemplo, la depresión leve puede presentarse en los niños que manifiestan pocos síntomas que afectan su vida cotidiana en algún rubro en específico. Otros pueden tener muchos más síntomas que llegan a impedirles realizar una vida normal; sufren de muchos síntomas y malestares que perduran por un periodo más amplio y, en ese caso, la depresión se califica como moderada o grave.
Pero, ¿qué es lo que puede deprimir a un niño? Algunas de las causas podrían ser la separación y divorcio de los padres, la muerte de un ser querido o una persona cercana, incluso de una mascota, la vivencia de experiencias que lo rebasan, como algún evento traumático, tener complicaciones escolares y sociales. De hecho, la depresión infantil también está asociada con antecedentes familiares de trastornos del estado de ánimo, es decir, si los padres del pequeño sufren de depresión o la padecieron en algún momento de su vida, el niño podría desarrollar este padecimiento también.
Diferentes sucesos pueden actuar como desencadenantes de la depresión. Sin embargo, en ocasiones, la depresión aparece sin ninguna causa externa aparente. Por tal motivo, no podemos dejar de lado la estructura de personalidad del niño, su ambiente, las vivencias que le acontecen y la forma que tiene el niño de metabolizarlas e interpretarlas.
El psicoanálisis plantea distintas miradas y aporta una comprensión distinta, la cual alude a la importancia del mundo interno del niño, de sus fantasías y su subjetividad. Por ejemplo, Abraham considera que la depresión infantil sería una reacción emocional frente a una experiencia traumática que implica la pérdida de un objeto (real) o un otro significativo en la vida infantil. El niño frente al duelo se sentirá decepcionado y abandonado por su objeto amoroso, lo cual despertará sentimientos de odio, rabia y desesperanza.
Para Melanie Klein (1934, 1940) la predisposición a la depresión se origina en las mismas características constitutivas de la relación madre-hijo. En su formulación de la posición depresiva los niños atraviesan un complejo de sentimientos de dolor hacia el objeto amado, incluyendo el temor a perderlo y el deseo de recuperarlo, previo a adquirir seguridad de que la madre realmente le ama (que la figura de la madre sea objeto total). Si el niño ve frustradas las posibilidades de instalar el objeto bueno en el interior de sí mismo nunca se sentirán seguros del amor recibido y estarán en disposición de volver a la posición depresiva, a los sentimientos de dolor, culpa y a la falta de autoestima (Ávila A., 1990).
Winnicott, pediatra y psicoanalista británico, considera que la depresión infantil está en relación con el ambiente, el vínculo madre-bebé y las fallas de éste, es decir, el niño puede enfermar cuando está frente a situaciones ambientales carentes o poco confiables, en donde la madre o cuidadores no son capaces de satisfacer sus necesidades emocionales.
Cualquiera que sea la etiología del padecimiento infantil, es necesario remarcar la importancia de un tratamiento oportuno y adecuado. En este sentido, la atención psicoterapéutica infantil es una gran herramienta, la cual le ofrece al niño un espacio íntimo y de confianza en donde él puede desplegar todo su conflicto interno para que, junto con el terapeuta, sea capaz de dar significado a su experiencia y resolver su conflicto.
Referencias
Avalia-t. Guías de Práctica Clínica en el SNS. (2007). Depresión en la infancia y adolescencia. Información para el paciente, familiares y personas interesadas (N.º 2007/09). Recuperado de https://consaludmental.org/publicaciones/DepresionInfanciaadolescencia.pdf
Lander, Rómulo. (2018). Depresión en niños y adolescentes. Diplomado de psicoterapia psicoanalítica en niños y adolescentes de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas. Caracas: Editorial Psicoanalítica. Colección Documentos bibliográficos de libre circulación.
Ávila, Alejandro. (1990). Psicodinámica de la depresión. Universidad Complutense de Madrid. Anales de Psicología. 6 (1), 37-58. Universidad de Murcia.