El analista en formación (Segunda Parte)
Por Sara Fasja
La oportunidad de ampliar nuestros vértices como psicoterapeutas, de cierta manera, se consigue con nosotros en la medida en que estamos abiertos a atender pacientes con una escucha y una actitud analítica. Ellos nos ayudan a romper nuestro narcisismo, siempre y cuando uno se haya analizado. En el consultorio, se llegan a tratar temas filosóficos, antropológicos, humanitarios, artísticos y hasta políticos que estimulan el pensamiento y el crecimiento mental.
Meltzer señala que no sólo en el espacio de consulta se llega a esos niveles de intimidad y sinceridad. Propone que las relaciones muy íntimas, en las que el lenguaje es realmente importante, siguen este mismo esquema. La idea es que la pareja, ya sea de amigos o amantes, pueda compartir el contenido de sus mentes sin reservas (Ortiz, 2019). Sin duda, el consultorio es un lugar privilegiado para tener este tipo de vínculos y dedicarse a crear lazos así es muy provechoso.
El analista en formación se encara con dificultades y frustraciones que, a veces, resultan muy agobiantes, estresantes y desmotivadoras. Hablar de ellas ayuda a darnos cuenta de que no estamos solos y que “vienen con la chamba”; es un proceso que todos los analistas tuvieron y tienen que pasar, es un esfuerzo que vale la pena.
El analista que está comenzando a trabajar puede estar muy motivado para recibir nuevos pacientes en consulta y ofrecerle lo mejor de sí mismo, le “echa todos los kilos” para hacer una entrevista en la que recaude suficiente información y el paciente se sienta escuchado y cómodo. Sale sintiendo que ha hecho un buen trabajo y, un par de días después, el candidato le escribe “que siempre no”, o bien, no se vuelve a presentar en el consultorio. Esa negativa se siente de distintas formas: como un rechazo o un abandono de algún objeto, como una herida narcisista (“no soy buen analista” o “no le caí bien”), como una angustia persecutoria (“¿le habré dicho algo mal?, “me notó nervioso?”). Sin embargo, también se llega a vivir como un alivio, cuando el paciente entrevistado nos angustió demasiado.
¿Cuántas veces nos han explicado nuestros profesores que, si los pacientes se quedan o se van después de las entrevistas, poco tiene que ver con nosotros y mucho más con sus propias dificultades? Demasiadas, pero no suficientes; toma tiempo y un doloroso esfuerzo descentrarnos de nosotros mismos y aprender a ver a los pacientes desde una óptica más adulta y menos narcisista. Es verdad también que, en ocasiones, nuestros errores técnicos o nuestras dificultades caracterológicas contribuyen a que los pacientes no se queden en tratamiento.
Es doloroso y frustrante ver partir a un paciente, principalmente cuando es un niño que quiere permanecer en el tratamiento, pero sus padres no están dispuestos a recibir la ayuda que uno le puede ofrecer. Sucede lo mismo cuando un adulto viene y no logra quedarse, porque una parte de su mente no lo deja beneficiarse del espacio que le ofrecemos. Ante tales circunstancias nos ayudaría el concepto de capacidad negativa de Bion. Como analistas, necesitamos cierta aptitud para aguantar la frustración y el dolor que implica que los pacientes se vayan, pues no a todos los podemos ayudar, a pesar de cuán motivados estemos, incluso, cuando un paciente se ha beneficiado ya del tratamiento, igual se puede ir en cualquier momento. Es un dolor que hay que aprender a apechugar y de eso no sabemos hasta que lo vivimos. Esa es una de las razones por las que esta profesión es tan dura y por la que muchos desisten en el intento.
Otro tema que reflexionar es el de la ansiedad que causa dar una mala interpretación, mal entender algo y estar solo en el intento. La angustia de no comprender a un paciente se alivia con la supervisión constante, pero, casi siempre, al principio, no es suficiente la tal revisión y uno se pregunta “¿estaré regándola?”, esa incógnita, por sí misma, causa un dolor narcisista y una angustia persecutoria. Claro que las consecuencias positivas que se obtienen con el psicoanálisis valen todos los esfuerzos, pero, por momentos, uno es más propenso a ver las cosas desagradables y las frustraciones, en lugar de los beneficios, el desarrollo y el crecimiento que se obtienen con una vida comprometida con el psicoanálisis.
Uno de los puntos que más ayudan para la posibilidad de un crecimiento emocional y profesional es por medio de una idea de Meltzer: si uno puede tener una relación de admiración, valor y confianza hacia los padres internos -figuras de nuestra mente que son fuente de motivación, y que son producto de la crianza de los padres junto con la predominancia del amor en la mente- y aceptar la creatividad y productividad de estos padres internos; es entonces que es posible crecer, esforzarse y beneficiarse de todo lo bueno que se le ponga en el camino. Asimismo, puede ser él mismo creativo y productivo. Esto se explica el desarrollo del libro Adolescentes (Meltzer y Harris,1998):
“Una persona debe comenzar por ser alumno, seguir la guía de los docentes y maestros, antes de ser capaz de ir por su camino. En cierto sentido corresponde a un aprendizaje, como el que se impartía en los talleres artesanales; primero se era aprendiz; después alumno; y después maestro y se podían hacer las cosas que se querían. Esto, naturalmente requiere un proceso de internalización, de gratitud que es la esencia de la posición depresiva” (p.193).
Debemos conversar con nuestros profesores, escuchar sus propias experiencias, analizarnos y supervisarnos durante muchos años, hasta lograr internalizar a los padres de la infancia, que son figuras tan básicas e importantes en nuestra formación. Además, conocer un poco el arduo trabajo que han hecho los analistas establecidos y el esfuerzo constante, que es un ingrediente necesario para lograr convertirnos en analistas comprometidos y experimentados, ayudan bastante a aliviar las angustias que todo analista en formación llega atener y a motivarnos al esfuerzo. Sobre todo, lo que habría que tomar en cuenta es que necesitamos tener fe en que, si uno trabaja duro, verá después el resultado con creces, siguiendo la idea de Meltzer cuando desea “buena suerte” a los analistas y describe la buena suerte como la confianza que uno puede tener en sus objetos internos (Ortiz, 2019).
Referencias
Ortiz, E. (2019). Donald Meltzer, Vida Onírica, sueños, mente y pensamiento. México: Analytiké Ediciones.
Meltzer, D. y Harris, M. (1998). Adolescentes. Buenos Aires: Spatia Editorial.