El impacto emocional ante la llegada de un hermanito
Crónicas de la mente de una niña ante la llegada de un hermano
Por Sara Fasja
La imaginación es un impulso que busca afanosamente; hallará alimentos para el pensamiento aun en el desierto (Meltzer, 1988, p. 23).
Es muy valioso tener teorías que nos permitan pensar las experiencias humanas, la mente y las fantasías que nos habitan. Nuestra visión psicoanalítica enriquece la cotidianidad del día a día. El modelo postkleiniano de la mente se centra en el papel de las emociones como base para el desarrollo del pensamiento y el conocimiento. En esta ocasión, trataré de utilizar esta lupa de observación de la mente y las relaciones para pensar las experiencias que obtuve del contacto con una pequeña niña de tres años ante el embarazo de su madre.
La madre de Julia está embarazada. A partir de esto, Julia desarrolla en su cabeza una historia bastante creativa que va expresando en sus juegos, sus comunicaciones y actitudes: ella también tiene un bebé en su panza; ese bebé a veces la golpea; en otras ocasiones, ese bebé será amigo del bebé de su mamá cuando ambos nazcan. Cuando los padres regañan a Julia por pegar, automáticamente su respuesta es: “mi bebé me pegó y estoy triste por eso”. Cuando se niega a comer algo menciona: “mi bebé no me deja”. Algunas veces su bebé es su hija, a quien ella cuida con afecto, le da de comer y le cambia el pañal; otras, se enoja tanto con la bebé que termina ahogándola en la tina. En un momento, la madre le aclaró que ella no tendría un bebé, que su bebé es de mentiras, y esto desató un llanto difícil de frenar y un ataque imperioso hacia la madre y su vientre.
Meltzer opina que una “experiencia emocional” es un encuentro con la belleza y el misterio del mundo; y que este encuentro despierta una lucha mental en la que siempre están implicadas las relaciones humanas íntimas. Las emociones dan a luz a nuevas ideas, lo mismo que si decimos que las relaciones humanas íntimas son las experiencias emocionales capaces de hacer surgir el pensamiento (Meltzer, 1988, pp. 22-23). Lo que motiva al desarrollo, el conocimiento y la creatividad es la necesidad de descubrir el interior de la madre (Fano Cassese, 2007, pp. 120). La madre es un objeto admirado, pero, si bien esta belleza y misterio despiertan la inteligencia del bebé para conocer, Klein observó que también se despierta la envidia, provocando lo que Bion después llamó el “deseo de mal entender” (Meltzer, 1988, pp. 22). Las emociones pueden desarrollar la mente o, al contrario, revertir la función de creación de significado y pensamiento.
La pasión, la intimidad y el pensar son procesos profundamente entrelazados. La pasión es aquella experiencia en la que las emociones se ven comprometidas de tal manera que el amor, el odio y el ansia de conocimiento son puestos en movimiento. “La esencia es la conjunción” (Meltzer, 1988, p. 147). La experiencia humana tiene el potencial de convertirse en una vivencia apasionada, siempre y cuando la mente tolere la complejidad emocional.
Comenta Meltzer que cada bebé sabe por experiencia que su madre tiene un mundo interior, un mundo en el cual él habitó y del que, según su punto de vista, fue expelido o escapó: “Mi cama esta llenísima de peluches, ya no cabo yo, ya no tengo lugar”, le dijo Julia a su madre, y es que uno de los miedos más intensos que existe en la mente humana es el miedo a perder el amor de mamá y papá, de perder el lugar. Como Klein brillantemente lo descubre, Julia imagina que dentro de la panza de mamá hay bebés, que idealizadamente tienen experiencias increíbles, un vínculo único y especial con su mamá, mientras que Julia queda fuera, sin lugar.
Meltzer también plantea el concepto de la intrusión dentro de los compartimentos del cuerpo de la madre, lo que llama identificación intrusiva (Meltzer, 1988, p. 14). Un ejemplo de la identificación intrusiva es la necesidad imperiosa de Julia de meterse dentro de su madre nuevamente, a ese mundo maravilloso donde ahora se encuentra alguien más. La observo tratando de sentarse encima de su madre, apretándose físicamente sobre ella hasta hacerla sentir agobiada.
Klein y Bion insisten en que es esencial cierto nivel de dolor mental para el desarrollo de la personalidad. Observan que un nivel óptimo de ansiedad favorece el conflicto del desarrollo y su resolución, en tanto que demasiado o muy poco de ese dolor produce estancamiento o regresión (Meltzer, 1988, p. 25).
Julia: Mami, cuando yo sea hombre voy a tener barba.
Madre: No vas a ser hombre, Julia, naciste mujer y siempre vas a ser mujer.
Julia (se queda pensando): Ya sé, mami, podemos abrir tu panza con unas tijeras, me meto yo adentro y me hago bebé y la cerramos con diurex, luego la abrimos otra vez y nazco yo y nazco hombre.
Impactante el desarrollo de su pensamiento; la capacidad de captar la abstracción y la concreción del nacimiento a la vez. El dolor que le causa ver a mamá embarazada, saber que alguien más está dentro de la panza, querer entrar, el deseo de tener eso que le falta, el deseo de ser hombre, todas estas emociones conducen a la mente a simbolizar y a las nuevas ideas. Probablemente Julia se imagina que el varón, es decir, papá, sí tiene acceso a ese mundo al que desea penetrar; si mamá pertenece a papá, ¿por qué no ser ella también un hombre con la posibilidad de ser el dueño de mamá y los bebés?
Ahora veamos otra escena:
Julia: Mamá, ¿por qué yo no puedo tener un bebé de verdad?
Madre: Porque todavía estás chica, necesitas crecer mucho, mucho, y después tener un esposo, y entonces tendrás un bebé.
Julia: Pero sí tengo esposo, Gaby [su nana] es mi esposo.
En esta escena encontramos una fantasía inconsciente y a la vez un ataque a la verdad y al pensamiento ante el dolor de dicha fantasía; Julia tiene la noción de que papá y mamá pueden crear un bebé, y simultáneamente quiere apoderarse de esa capacidad admirable y envidiable. Bion nos iluminó el terreno con su teoría de la lucha entre K y -K, entre conocer y desconocer, entre la verdad y la mentira. Aquí vemos a una niña de tres años ya inmersa en esa lucha humana universal de cuando no queremos aceptar las dolorosas verdades que nos componen.
Una frase de Julia me mostró su gran angustia cuando le dijeron que ya casi iba a nacer su hermanita y contestó a su madre: “¿Y yo ya me voy a morir?”, en ese momento comprendí lo angustioso que es para un niño pensar en el nacimiento de un hermano, un suplente, el impacto que le provoca en la mente y las emociones que esto conlleva.
¿Qué hacemos ante el dolor y la lucha interna? Utilizamos refugios o defensas. Como Julia que, ante el dolor de ser chiquita y no poder tener bebés, se convierte en la grande para aliviar un poco del dolor de ser pequeña. Es una defensa a la que recurrimos muchos, o si no todos, desde pequeños, cuando jugamos a ser la mamá, la maestra, la cocinera o el doctor; ¡casi nunca jugamos a ser el alumno o el niño!
Otra conducta común en Julia es no dejar de hablar cuando no quiere escuchar o cuando se encuentra angustiada ante algo nuevo. En el momento en que alguien le trata de explicar alguna verdad, es ella la que prefiere hablar y explicar a los demás las cosas que aprendió sola o que le enseñó su amiga imaginaria. Bion menciona que la omnipotencia y la grandiosidad (el narcisismo) no nos dejan aprender y nutrirnos de la verdad. ¿Cuántas veces no preferimos explicar algo en clase, como una aportación que va a iluminar al maestro y enseñarles a todos, en vez de humildemente preguntar las dudas y lo que uno no entendió del tema que el maestro está queriendo enseñar? Estos ejemplos son conflictos que imperan en diferentes niveles en los seres humanos, y eso nos hace ser humanos. Existe en todos una lucha constante entre conocer y desconocer nuestro mundo interno y nuestras emociones. Implica un dolor fuerte darse cuenta de que no todas las intenciones y emociones que tenemos son lindas y desinteresadas.
De lo anterior podemos pensar que una de las metas del análisis, según los postkleinianos, es aguantar el dolor que implica la verdad; como lo explica bellamente Meltzer en La aprehensión de la belleza (1988): encontrar la verdad y aprender a sufrir al enfrentarse con ella. No evacuarla o destruirla; tolerar la incertidumbre y el no saber todo; conocerse a uno mismo y llegar al autoanálisis, que puede darse cuando los objetos internos han adquirido esa capacidad analítica de observar; recordemos que pensar es estar en relación con un objeto interno.
Las relaciones íntimas con otros individuos cambian al sujeto de tal manera que la organización de su personalidad se desarrolla. Fue sumamente interesante observar el desarrollo del pensamiento de Julia en relación con el embarazo de su madre, ya que me iluminó para entender cómo es que los vínculos más cercanos y las emociones se encuentran justamente en la base del pensamiento.
Referencias
Fano Cassese, S. (2007). Introducción a la obra de Donald Meltzer. México: Scripta.
Meltzer, D. (1988), La aprehensión de la belleza. El papel del conflicto estético en el desarrollo, la violencia y el arte. Buenos Aires: Spatia.