La pulsión de destrucción: lo que empuja a morir o a deshacerse de todo sentido personal

Por Nadezda Berjón

En este texto vamos a pensar en un modelo teórico que asiste en la comprensión de expresiones humanas de falta de sentido vital, como son el suicidio, la depresión y las adicciones.

Sigmund Freud (1920), a partir del empeoramiento en vez de la mejora en algunos pacientes que trató, así como acciones o situaciones que se repiten a pesar del monto de sufrimiento,[1] desarrolló lo que se denomina el segundo modelo pulsional. En éste, engloba lo propuesto con anterioridad (pulsiones sexuales y de autoconservación), ahora bajo el rubro de pulsiones de vida, y agregó como pulsiones de muerte aquello dentro del sujeto que lo lleva a destruirse o destruir. Ambas pulsiones presentes en la psique, mezcladas, promueven la neutralización de lo destructivo, y su desmezcla lo libera.

Aunque es un concepto de gran controversia y como tal es poco usado (por ejemplo, Klein utiliza agresividad, sadismo o destructividad en relación a los celos y la envidia y omite las palabras pulsión de muerte), éste ayuda en el abordaje de ciertas patologías en las que vemos cómo la persona hace todo por estar mal, paralizarse, no evolucionar y desconectarse de otros en vez de procurarse algo bueno, movilizarse, crear vínculos significativos y avanzar en su desarrollo.

El psicoanalista francés André Green retoma la teoría freudiana de pulsiones de vida y pulsiones de muerte para pensar en ciertas expresiones clínicas. En este sentido, Green (2010) observa la desvitalización o erotización de los vínculos como dinámicas que nos indican cuál es el estado mental predominante. Por ejemplo, lo que mejor expresa la cualidad de las pulsiones de vida es la vitalización de los lazos con el objeto,[2] la fusión amorosa versus el aislamiento. Por otra parte, la pulsión de muerte, que Green prefiere denominar pulsión de destrucción, se expresa despojando de sentido tanto a la persona como a aspectos de su vida. Este fenómeno es normal en el duelo, durante el cual el mundo y la vida personal pierden su atractivo, pero después de un tiempo se recupera el interés. Sin embargo, en ciertos individuos, y no a causa de una pérdida, parece que la vida les es indiferente, las relaciones interpersonales no despiertan su pasión ni para bien (crear un lazo íntimo, compañerismo, solidaridad, sexo y amor) ni para mal (pelearse, los celos, la posesividad, que finalmente son parte de la pulsión de vida). El trabajo se vive con monotonía, no hay actividades lúdicas, el gozo en las artes o el ejercicio está ausente. En consulta, lo vemos en pacientes que despojan de sentido toda su existencia, cual si desconectaran toda corriente eléctrica que los haga sentir vivos, viviendo a oscuras, pero no de modo reflexivo o contemplativo, simplemente sin curiosidad ni afán de estar vivos.

Green (2010) utiliza el concepto freudiano de narcisismo,[3] pero, junto con el modelo pulsional mencionado, lo divide en dos. Por una parte, narcisismo de vida es cargar afectivamente al yo: “el sentimiento de que somos únicos, que como sujetos nadie puede hablar desde el lugar de uno” (Bautista Navarro, 2016, p. 232). Y esto implica la aspiración hacia la unidad, al Uno, importante para el sentido de identidad. En su contraparte, denomina narcisismo de muerte a aquel que presiona hacia la aniquilación de uno mismo, aspirando hacia el Cero, el no existir. Por ejemplo, alguien que puede desear tal o cual puesto laboral o visitar un país, aprender un idioma o tocar un instrumento y, sin embargo, bajo el narcisismo de muerte, no mueve ninguna partícula de su ser para lograrlo. Esto puede tener múltiples motivaciones, acá estamos pensando solamente en la posibilidad de una tendencia hacia la nada, que coloca a la persona en un estado de no transición en el tiempo y el espacio, manteniéndose estática como figura de cera, sin vida en su interior ni en lo externo, aunque aquellos que lo ven desde fuera puedan volcar muchas esperanzas y anhelos en dicho sujeto.

Green (2010) observa que la pulsión de muerte, cuyo final catastrófico sería el fallecimiento real del individuo, no suele tener tal desenlace, pues en ese caso más personas se provocarían la muerte. Esto lo vincula con la fuerza que se le opone para tal fin, ejercida por la autoconservación, mediante la cual el yo debe ser resguardado, pues no puede quedarse a merced absoluta de la pulsión destructiva. Acá está la teoría freudiana de mezcla pulsional. Sin embargo, quedan reminiscencias de tal embate en las toxicomanías y los trastornos de la alimentación. De esta forma, enfatiza el componente agresivo de la bulimia, así como el suicidio disfrazado en las sobredosis. No son actos directos de autoaniquilamiento, pero esconden entre sus motivaciones la muerte.

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Referencias

Bautista Navarro, J. (2016). Diccionario conceptual André Green. Psicoanálisis contemporáneo. Buenos Aires: Lugar.

Freud, S. (1914). Introducción del narcisismo. En J. Strachey y A. Freud. (Ed.). (2013). Obras completas de Sigmund Freud, 14 (pp. 65-98). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1920). Más allá del principio del placer. En J. Strachey y A. Freud. (Ed.). (2013). Obras completas de Sigmund Freud, 18 (pp. 1-62). Buenos Aires: Amorrortu.

Green, André (2010). ¿Por qué las pulsiones de destrucción o de muerte? Buenos Aires: Amorrortu, 2014.

[1] Como estar recordando de modo repetitivo un evento doloroso sucedido años atrás, sin poder dar espacio mental a otras experiencias menos dramáticas. En este sentido, Freud (1920) observó un masoquismo primario, de origen, en el cual el sujeto sufre como resultado de la pulsión de muerte, atacándose sin piedad. Esto como contraste de un masoquismo moral, posterior, que surge como castigo por deseos vergonzosos o inadecuados.

[2] El uso del concepto “objeto” tiene la intención de enfatizar la cualidad interna que tenemos de las personas o incluso de nosotros mismos. Cuando el paciente habla de su madre, no sé si lo que me dice sea exactamente tal cual, entonces prefiero pensar en la madre como él la construye dentro de su mente.

[3] Freud (1914) habla de narcisismo como: 1) un estado inicial, narcisismo primario, en el cual el bebé desconoce la existencia del otro, y 2) narcisismo secundario como una vuelta de la libido, que podemos pensar como interés y afecto, hacia la propia persona cuando el otro se va o frustra. En Freud, el narcisismo secundario tiene un matiz patológico, porque, en vez de vincularse con otros, se toma a sí mismo como objeto de amor.

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