La formación simbólica en el bebé y los trastornos psicosomáticos
Por Sara Dweck
En este artículo abordaremos algunas causas que impiden a ciertos individuos alcanzar una adecuada simbolización, es decir, la capacidad de detectar, comprender y pensar las emociones propias. Además, discutiremos cómo la incapacidad que tienen los pacientes con trastornos psicosomáticos para expresar verbalmente sus sentimientos es, en muchas ocasiones, resultado de la pérdida de un objeto muy significativo, ya sea real o imaginado, que ocurre durante los primeros meses de vida del bebé y antes de la aparición del lenguaje de éste.
En muchos casos de enfermedad psicosomática, existe un trastorno en la relación del bebé con su madre que se desarrolla antes o durante el embarazo de ésta. Puede deberse a varios motivos: por ejemplo, a la incapacidad que la mujer encuentra para separarse de su propia madre, dejar de ser hija y convertirse en mamá, o a diversos conflictos y ansiedades experimentados frente a la maternidad que pueden llegar a dificultar los primeros contactos afectivos entre la madre y su hijo. En ocasiones, la propia madre ha sufrido pérdidas importantes que la incapacitan – en términos de D.W. Winnicott (1960, p. 189) – para ser una “madre suficientemente buena”, capaz de adaptarse de manera sensible a las necesidades que el bebé experimenta (cargarlo en brazos, alimentarlo, darle calor, etc.). Como señala Wilfred Bion (1962), cuando la madre tiene conflictos internos, no puede calmar – por medio de sus palabras, y del contacto corporal y afectivo – las intensas ansiedades que el niño experimenta y siente. Por lo tanto, dichas emociones terminan por invadirlo y no permiten que tenga, más adelante, recuerdos de experiencias agradables e integradoras.
Gonçalves define la capacidad simbólica como la representación mental de los contenidos inconscientes por medio de símbolos creados por el yo y en relación con las capacidades perceptivas tanto visuales (imágenes) como auditivas (lenguaje). La representación simbólica de los primeros objetos se realiza mediante el uso tanto de imágenes mentales como de palabras a las que el niño poco a poco podrá recurrir para nombrar sus deseos, angustias y sentimientos. La capacidad para formar símbolos ocurre antes de que el bebé forme el lenguaje y es un prerrequisito para ello. Muchos psicoanalistas consideran que, si las ausencias de la madre son prolongadas y continuas, la capacidad del niño para simbolizar se verá gravemente afectada. Melanie Klein (1990), por su parte, sugiere que el proceso de simbolización desempeña un papel fundamental en el desarrollo del yo. Agrega que cuando la angustia del bebé es excesiva, ésta domina al yo y lo paraliza, lo cual impide que el bebé forme una simbolización adecuada. De esta forma, las experiencias dolorosas no pueden comprenderse y tienen un fuerte impacto en la capacidad futura del niño para pensar, entender y conectarse de manera adecuada con sus propias vivencias emocionales.
Para Hanna Segal (1993), la formación de símbolos es el resultado de una pérdida producida por la necesaria separación entre el niño y la madre. Es, además, un acto creador que involucra el dolor y todo el trabajo que implica el duelo. Asimismo, Segal considera que el objeto que se abandona – en este caso la madre – más tarde se re-introyecta, es decir, se construye una imagen de dicho objeto en la mente. Finalmente, mediante un proceso de pérdida y restauración interna, el yo logra asimilarlo. Podemos observar un ejemplo de lo anterior en el juego infantil, en donde los juguetes que el niño utiliza son símbolos que representan tanto la imagen que ha creado de los padres en las fantasías de su mente, como las emociones y sentimientos que tiene en relación con ellos. Cuando el yo del bebé no asimila el objeto debido a fallas en la relación madre-hijo, entonces la capacidad para generar símbolos se vuelve problemática.
En mi opinión, cuando los padecimientos psicosomáticos se manifiestan en etapas avanzadas del desarrollo, es porque el paciente cuenta con una historia de abandonos, ya sean reales o fantaseados, en etapas muy tempranas. En estos casos, el paciente tiende a presentar regresiones a aquellas etapas de su vida. Es quizá por eso que presenta dificultades en la simbolización, debido al desarrollo yoico tan primitivo con el que contó siendo un bebé y para el cual no formó un lenguaje verbal, solo sensaciones corporales que quedaron fijadas como recuerdos desagradables. Es así que, cuando los pacientes presentan síntomas psicosomáticos, relacionan la aparición de estos con una pérdida importante y actual. Sin embargo, la pérdida que sufren en el presente nos remite a la primera pérdida en donde el bebé se sentía desvalido, desprotegido, con temor, tristeza y ansiedad de quedar solo, enloquecer o perecer.
Desde mi punto de vista, y con base en la observación y tratamiento de este tipo de pacientes (incluidos algunos enfermos de cáncer), la función del síntoma psicosomático es ocupar el lugar del objeto perdido de manera inconsciente. Entonces, el órgano enfermo representa el objeto malo, “abandonador” y persecutorio. Por ello, el paciente no logra simbolizar ese vacío y su capacidad afectiva también se ve alterada.
Es importante tratar a estos pacientes con un equipo multidisciplinario. El tratamiento psicoanalítico con niños se realiza a partir del juego y el trabajo con los padres, ya que a veces existe una relación adhesiva entre el niño y su madre, y el síntoma funciona como el pegamento que une a ambas partes. La inclusión del padre en el tratamiento funcionará también como un antídoto para la relación simbiótica entre el niño y su madre. Enseñar a estos pacientes cómo comunicarse con ellos mismos y con sus partes afectadas es darles las bases para reparar y reconciliarse con sus objetos internos, con su cuerpo y, en general, con el mundo que los rodea.
Referencias
Bion, W. (1962). Aprendiendo de la experiencia. México: Paidós.
Klein, M. (1990). “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo (1930)”. Amor, culpa y reparación y otros trabajos (1921-1945) (pp. 224-237). México: Paidós.
Segal, H. y O’Shaughnessy, E. (1993). “La transferencia en el psicoanálisis de niños”. Psicoanálisis, 15(1): 181-201.
Winnicott, D.W. (1960). Procesos de maduración y el ambiente facilitador: estudios para una teoría del desarrollo emocional. Buenos Aires: Paidós.