El trabajo psicoterapéutico a distancia

Por Fernanda Aragón
La pandemia por COVID-19 que inició en 2020 marcó un parteaguas en la vida de los seres humanos. Aunque se experimentó el mismo fenómeno respecto al virus, cada familia y cada individuo lo vivió desde una perspectiva distinta. Algunos aún resienten las secuelas físicas, emocionales y hasta laborales de aquel encierro que duró varios años. Sin embargo, no todo fue tan terrible; los medios tecnológicos funcionaron bien para sostener el contacto con quienes estaban lejos o requerían muchos cuidados para evitar caer enfermos. La casa se convirtió en un lugar con distintos compartimentos; fue escuela, trabajo, consultorio psicoterapéutico, sala de juntas, cafetería o bar. En todos estos lugares, la lejanía se acortaba.
Los consultorios psicoterapéuticos tuvieron que modificarse y trasladarse también a lo virtual. Probablemente, algunos especialistas ya estaban familiarizados con dicho trabajo ante cambios de residencia de los pacientes o cierta negativa a trabajar con alguien distinto, incluso si esa nueva persona se encontraba cerca del nuevo lugar donde se asentaría. Sin duda, para muchos, fue bastante novedoso y desafiante.
Algunos pacientes se fueron y muchos otros llegaron; la necesidad de entrar en contacto para procesar vivencias traumáticas, pérdidas irreparables, y lidiar con el encierro y la cercanía de la pareja, los hijos y los vecinos fueron solo algunos de los motivos de consulta que predominaron.
Entonces, el trabajo a distancia logró mantener un vínculo entre paciente y analista a través de otros medios como la videollamada o la llamada telefónica, sin perder su esencia. Algunos elementos no se modificaron, como el número de encuentros semanales, el uso de la misma aplicación electrónica para comunicarnos y la búsqueda de un espacio privado para hablar con libertad y sin interrupciones. Tampoco cambió la función que realizaba el analista. En el terapeuta recayó una adaptación a los nuevos medios comunicativos del paciente, lo que implicó una mayor exigencia imaginativa, así como más sensibilidad a los cambios de voz o entonación y al uso de las palabras. De la misma forma, debía considerar el lugar en el que se tomaba la sesión y, uniendo todos esos elementos, los entrelazaba con la sensación contratransferencial.
Esto no quiere decir que en la presencialidad no se consideren estos factores, pero, tal vez, en el trabajo a distancia, tengan más relevancia. Por ejemplo, una adolescente radicada en el extranjero llamó para su sesión y, en cuanto se encendieron las cámaras, ambas descubrimos que teníamos un peinado muy similar. Ella relató con una risita nerviosa que esta no era la primera vez que le sucedía; le había pasado con una amiga muy cercana, a la que percibe como cálida y muy comprensiva. En este caso, a pesar de vivir en países diferentes e incluso en continentes distintos, ella se ha sentido comprendida y acompañada.
En sí, la función analítica en el sostenimiento de los tratamientos a distancia es de vital importancia. La cercanía emocional de lo que experimenta el analizante y su progresiva comprensión alimentan la confianza en el trabajo realizado entre los dos, lo que da lugar a la conexión y aproximación de ambas mentes.