El duelo y la ansiedad como motores del desarrollo en la adolescencia

Por Susana Cancino y Mariana Castillo
En el lenguaje, es común relacionar las emociones depresivas y la ansiedad con estados patológicos que, idealmente, deben ser aliviados con rapidez. No obstante, la vida misma está acompañada de estas y otras emociones que también poseen un aspecto positivo. De esta forma, a lo largo de la vida, el ser humano experimenta diversas pérdidas. En etapas tempranas se pierden, por ejemplo, la vida intrauterina o el pecho, lo que causa un gran dolor y angustia, pero también la posibilidad de realizar un trabajo psíquico ante la pérdida.
Desde la perspectiva psicoanalítica, la vida mental es susceptible de hacer frente al dolor de las pérdidas y a las diversas ansiedades por medio de diferentes mecanismos que permiten un desarrollo y un crecimiento psíquico. Por ejemplo, Freud (1915) habló del duelo como uno de los recursos a los que recurre la mente para resignar las diversas pérdidas, lo cual implica un trabajo de resignificación y simbolización que, de ser exitoso, permite comprender la ausencia y volver a armar vínculos con nuevos objetos.
La adolescencia es uno de los momentos cruciales en el desarrollo y se caracteriza por cambios físicos, emocionales y psicológicos que transforman la identidad del individuo. Dar paso a la adolescencia supone dejar ir poco a poco el mundo infantil. Aberastury y Knobel, en su libro La adolescencia normal (1971), exponen cuatro duelos que el adolescente tendrá que atravesar, todos ellos acompañados de diversas ansiedades. El primero es el duelo por la pérdida del cuerpo de niño al que se está habituado; los cambios físicos llegan de manera acelerada y, en la mayoría de las ocasiones, de forma desconcertante para el joven. El segundo es el duelo por el rol y las identidades infantiles, en el que se pierde la dependencia de la que el niño gozaba, pero al mismo tiempo no se puede obtener la libertad plena del adulto. También está el duelo por los padres de la infancia: aunque los padres siguen cercanos, el adolescente no necesita padres hipervigilantes, sino quienes reconozcan que ya no es un niño y le den espacio para un momento de expansión, exploración y crecimiento. Aunque muchas veces el deseo del adolescente es que sus padres permitan y den ese espacio, también puede ser doloroso perder a esos padres que celebraban y consentían la conducta infantil y obediente del niño. Por último, tenemos el duelo por la bisexualidad. Estás experiencias constituyen pérdidas simbólicas que tendrán impacto en el psiquismo.
Desde la óptica psicoanalítica, se entiende que el duelo juega un papel central en este proceso, ya que será el camino para la elaboración de estas pérdidas simbólicas necesarias para la construcción de una identidad adulta. Freud (1915/1981) señala: “el duelo mueve al Yo a renunciar al objeto declarándoselo muerto y ofreciéndole como premio el permanecer con vida” (p. 254). Es decir, que se realiza un proceso psíquico esencial para la reorganización del sujeto frente a una pérdida significativa. En la adolescencia, esto ocurre en la pérdida del mundo infantil.
Al hablar de duelos, damos cuenta de que hay una gran parte que el niño resigna para poder dar lugar a ser algo distinto. El primer paso sería la distinción entre el mundo infantil y el mundo adolescente, pero aún hay un gran trabajo por realizar: el trabajo psíquico, la elaboración. Elaborar, pensar, entender, acomodar las experiencias es parte fundamental. Como en todo duelo, el proceso que no puede acelerarse, no es lineal y no tiene un tiempo definido. Bion (1962) habla de metabolizar las experiencias. En la adolescencia, las vivencias a las que nos enfrentamos tienen un gran impacto en la mente, por lo que requerirá mucha de nuestra energía psíquica puesta en esta metabolización. Pensemos la mente como un sistema digestivo, las experiencias serían el alimento. Habrá experiencias que nos nutran, pero habrá otras que se parezcan más a la comida chatarra. La mente (así como nuestro estómago) tendrá que procesar ambas cosas; no va a parar de trabajar nunca, pero tendrá por momentos diferentes respuestas, algunas expulsivas como cuando no alcanzamos a procesar algo. Aquí podríamos hacer una distinción entre el dolor de la experiencia y la ansiedad que eso puede generar. El dolor y la angustia implican que entendemos y metabolizamos la pérdida, por lo que la angustia es un logro psíquico. Contrario a una respuesta que nos acerca a la ansiedad, no sentir dolor o actuar impulsivamente podrían ser parte de una experiencia no metabolizada. Puede ser una señal de que ese adolescente no logra elaborar su duelo.
Al ser padre, profesor o analista de un adolescente, se debe estar dispuesto a acompañar estas angustias y ofrecer un espacio de contención que le permita al joven elaborar, a su ritmo, los diversos duelos a los que se enfrenta. Si el duelo no es elaborado adecuadamente, los síntomas como ansiedad, conductas de riesgo o depresión se harán presentes. En el diplomado “Depresión y ansiedad. Psicoanálisis, psicoterapia y psicofármacos”, exploraremos los diversos recursos psíquicos para enfrentar el dolor mental, con el fin de comprender cómo se gesta un estado depresivo en la adolescencia, así como los recursos de intervención disponibles para esta problemática.
Referencias:
Aberastury, A. y Knobel, M. (1984). La adolescencia normal. Ediciones Paidós Ibérica.
Bion, WR (1999). Aprendiendo de la experiencia. Ediciones Paidós Ibérica.
Freud, S. (1981). Duelo y melancolía. Obras completas (vol. 14). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1915-1917).