Refugio psíquico, una forma de escapar del dolor mental

Por Marta Bernat

John Steiner, psicoanalista de la escuela inglesa, introduce el concepto de “refugio psíquico” para describir a aquellos pacientes que se retiran a un espacio mental, ya sea de forma temporal o permanente, con el fin de escapar de una realidad interna y externa que les resulta dolorosa, así como de angustias y emociones insoportables.

Este concepto está relacionado con las “organizaciones patológicas de la personalidad”, en las que se emplean poderosos mecanismos de defensa para evadir ansiedades persecutorias, depresivas y sentimientos de culpa abrumadores. Esto afecta gravemente su percepción de la realidad, ya que crean su propia versión de esta y viven conforme a ella.

Los mecanismos característicos de la posición esquizo-paranoide, como la negación, la idealización, la omnipotencia y la identificación proyectiva, son comunes en estos pacientes. Estas defensas también dificultan el establecimiento de un contacto emocional significativo con los demás, lo que genera serias dificultades técnicas en el tratamiento psicoanalítico y en la relación con el analista.

Steiner (1997) describe el “refugio psíquico” como “sitios psíquicos de retroceso, resguardos, trincheras, santuarios o paraísos terrenales de protección” (p. 14). Se presenta como un lugar idealizado, vivido como un santuario agradable. Aunque este refugio puede ofrecer al paciente una relativa calma, cierto sufrimiento persiste, a veces de manera masoquista o perversa.

Steiner relaciona este concepto principalmente con pacientes borderline, psicóticos o perversos, aunque no excluye a los neuróticos. En situaciones dolorosas, todos podemos recurrir a este tipo de refugios, aunque sea de forma transitoria. Sin embargo, cuando estos refugios se vuelven permanentes, pueden transformarse en un estilo de vida, manteniendo al individuo en un mundo de fantasía, que resulta preferible al mundo real.

Existen diferentes tipos de refugios, que se diferencian tanto por su estructura como por la ansiedad predominante. El refugio sirve para defenderse de las ansiedades de fragmentación, desintegración, persecución, ansiedad depresiva, culpa o desesperanza.

Estos pacientes suelen presentar características como baja tolerancia a la frustración y dificultad para manejar la angustia y el dolor mental. A menudo sienten que han sido agraviados o maltratados, lo que les provoca un profundo resentimiento y deseos intensos de venganza. Sin embargo, temen expresar estos deseos o su hostilidad directamente, por miedo a represalias o a una culpa abrumadora que los deja devastados. A pesar de ello, no abandonan esta lucha; su hostilidad se manifiesta de forma sutil, disfrazada. Cuando logran expresar su hostilidad abiertamente, lo justifican por el daño que sienten haber recibido y suelen proyectar la culpa en los demás. De esta manera, evitan asumir responsabilidad por el daño que causan.

Los agravios que perciben pueden incluir experiencias traumáticas de violencia y abandono, ya sea por muerte o enfermedad, así como situaciones como el nacimiento de un hermano, la preferencia parental hacia otro hijo o la creencia de que nunca recibieron amor. Existe un deseo de mantener la injusticia y buscar una compensación por los daños sufridos. Estas heridas se mantienen obstinadamente, ya que considerar otra perspectiva implicaría abandonar el refugio que no desean dejar.

Cuando este tipo de pacientes busca ayuda psicológica, no lo hace con la intención de cambiar o entender lo que les sucede, sino más bien para ser comprendidos por el analista y regresar rápidamente al estado de aparente bienestar en el que se encontraban, es decir, a un estado psíquico relativamente libre de ansiedad. Durante el tratamiento, mantienen una distancia para evitar el contacto emocional con el analista, lo que les permite eludir su realidad. Si el analista intenta acercarlos a su vida emocional, el paciente tiende a alejarse, considerando al analista como una figura que amenaza su bienestar emocional. Es común que ambos se sientan estancados, lo que puede llevar a impasses o interrupciones en el proceso terapéutico.

El analista debe comprender al paciente, pero también acercarlo gradualmente a su vida emocional, ayudándole a reconocer sus sentimientos de amor y odio, así como sus deseos de venganza, y a tolerar la culpa y la responsabilidad sin un temor excesivo. Solo así podrá empezar a experimentar remordimiento, arrepentimiento y el deseo de reparar a quienes ha dañado. Si la persona logra perdonar a los demás por los agravios recibidos, también podrá perdonarse a sí misma por los daños ocasionados. Así se cultivará la esperanza y gratitud hacia los objetos amados.

Si el odio y el deseo de venganza persisten, será difícil que el paciente reconozca el amor y la culpa, por lo que se mantendrá en un estado omnipotente de daño y agravio. Estará atrapado en una situación interna que le resulta mortal, invadido por objetos dañados y persecutorios. Esto complica cada vez más la recuperación de los objetos buenos amados que le permitan vivir en un mundo de esperanza, donde pueda encontrar amor, confianza y seguridad.

Las consecuencias de vivir en un refugio son múltiples: se produce un grave deterioro en el desarrollo psíquico y emocional, así como un empobrecimiento del yo en todas sus capacidades. Esto dificulta el establecimiento de contacto con la realidad interna y externa, donde predominan el odio y el deseo de venganza. Generalmente, estas personas tienden a aislarse y enfrentan grandes dificultades para relacionarse. Se sienten resentidas con la vida, estancadas, insatisfechas con sus logros y muestran una profunda desconfianza hacia los demás.

 

Referencias:

Steiner, John. (1997). Refugios psíquicos. Organizaciones patológicas en pacientes psicóticos, neuróticos y fronterizos. APM Biblioteca Nueva.

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