El desarrollo del yo en la infancia: un enfoque psicoanalítico sobre los primeros vínculos

Por Andrea Amezcua Espinosa

 

Buscar entender la infancia, nuestros primeros vínculos y experiencias vitales, es una invitación a mirar de cerca los procesos arcaicos del psiquismo. La apuesta por un enfoque psicoanalítico promueve una concepción del desarrollo temprano desde el plano de lo hipotético-observacional, pero, sobre todo, con una mirada en el vínculo. Un aspecto relacional de la vida humana es, como fue nombrado por Sigmund Freud, la intensa dependencia que las crías tienen hacia sus progenitores; una que durará más allá de los primeros años. Entonces, la experiencia del ser humano está nutrida y marcada por sentimientos profundos de dependencia, vulnerabilidad y la necesidad apremiante de relaciones con otros.

 

Desde antes del nacimiento de un bebé, ya existen en la mente de los padres una cantidad considerable de fantasías, expectativas y deseos anticipados respecto a la futura llegada de ese nuevo ser. Una vez acontecido el nacimiento, no hay una interrupción de dichos elementos; por el contrario, se intensifican y se hacen más complejos, puesto que la realidad irrumpe con todos sus matices. El hijo o la hija fantaseado pasa a ser un ser humano con corporeidad, deseos propios, fantasías y una vida mental que poco a poco se irán fortaleciendo.

 

Para Sigmund Freud, nacemos en el narcisismo, sin poder reconocer al otro desde el inicio de nuestra existencia. La primera fase de la vida será entonces autoerótica, sin que el bebé pueda reconocer lo que está fuera de él o ella. Otra autora, Melanie Klein, postula el concepto de la relación objetal, que ocurre al comienzo de la vida misma. La conflictiva va más allá de una posición teórica, ya que plantea una técnica y un trabajo que se abordan de diferentes maneras. En El yo y el ello (1923/1992), Freud habla del yo como una de las instancias del aparato psíquico que surge como un sector organizado del ello tras el contacto constante con la realidad y su principio. El yo tendrá la responsabilidad de ser un mediador entre la realidad externa, el ello y el superyó, que se conformará como heredero del Complejo de Edipo. Esta será una tarea ardua para un yo que actúa con fuerzas prestadas, como si fuera un jinete que intenta domar a sus corceles. La angustia de vida existencial, la incomodidad, el displacer y la conflictiva serán las marcas de origen de una realidad que nos abarca universalmente.

 

A raíz de la gradual confrontación con la frustración, la gratificación y todo lo que implica el contacto vincular con lo exterior, el yo comenzará a formarse en el infante humano. Los padres, o quiénes realicen dicha tarea de cuidado y crianza, realizarán su labor con cuidados corporales y mentales. Como Winnicott lo estableció con su concepto de holding, la manera en que el bebé es sostenido, cuidado, arrullado, nombrado, alimentado, así como todo lo relacionado con su vivir infantil, constituye la fuente fundamental de la cual se desarrollará su subjetividad. Sin un vínculo humano que nutra al infante (al bebé) no habría posibilidad de generar esa subjetividad naciente.

 

Sería pertinente traer a colación una observación infantil realizada en el hogar de un niño, el segundo de la pareja. Esta observación se realizó en consonancia con la metodología propuesta por Esther Bick. Durante este proceso, tuve la oportunidad de presenciar el sentido de agencia en su desarrollo más próximo a lo descrito por la teoría. El bebé en cuestión fue ampliando gradualmente, junto con sus avances fisiológicos, el panorama de su estructura mental. La madre y el padre, al nombrar tanto la realidad externa como la interna en un intento de conectar la vivencia con su descripción, pueden ayudar así a su bebé a calmar las angustias tempranas que habitan en nosotros desde el comienzo.

 

En particular, creo que tanto los momentos de gratificación como los frustrantes ayudaron al pequeño a generar un vínculo con la mente de los padres, lo cual llevó a la paulatina vivencia de una mente propia. Entonces, a manera de conclusión, se podría afirmar que en nuestra naturaleza dependiente encontramos desde la infancia una fuente de desarrollo mental en la contención, el cuidado y el pensamiento del otro. Por ello, los seres humanos desarrollamos nuestra subjetividad en los vínculos con los demás.

 

Referencias:

Freud, S. (1992). El yo y el ello. Introducción. Obras Completas (vol. 19). Amorrortu. (Obra original publicada en 1923).

Goetschy, C. (2018). Ideas básicas. S. Freud, el yo y el ello. Analytiké.

 

Compartir: