El juego infantil como herramienta terapéutica

Por Fernanda Aragón

La mente es un escenario en el que interactúa una serie interminable de personajes, cargados de cualidades, actitudes y hasta gestos, que en conjunto van a despertar ciertos sentimientos en el niño, director de esa obra.

Esos personajes pueden ser monstruosos y atemorizar los sueños y pensamientos del infante; también pueden ser mágicos, llenos de bondad y protectores. ¿De qué dependerá la cualidad agradable o temerosa? De los deseos, actividades placenteras y motivaciones hostiles, llevadas al acto o fantaseadas, que experimente el niño. También dependerá del tipo de objetos internos que contenga en su mente. Una pequeñita de 6 años relataba en un juego que, cuando su madre la regañaba, se convertía en el “mostro verde”, cosa que la asustaba mucho. Ese monstruo estaba enojado, y mientras más se enojaba, más grande se hacía; era feroz y gigantesco. Aparecía cada que ella era reprendida en la escuela, por no terminar actividades, o en casa, cuando no levantaba sus juguetes.

Ella se reía cuando hablaba del monstruo-mamá, pero se atemorizaba en el momento del regaño; tenía un superyó un tanto exigente, castigador. Esas cualidades eran desprendidas de ella y colocadas afuera; daba la impresión de que el enojo era incontenible y terminaba asustada por su propia furia, sintiéndose pequeñita frente la inmensidad del sentimiento.

Con esta breve viñeta podemos pensar no sólo en los mecanismos de proyección, desplazamiento o formación reactiva, sino también en las cualidades de los objetos internos. Aunque no existen nociones absolutistas ni totalitarias, nos podemos acercar a la verdad del inconsciente desde múltiples ópticas.

La madre será sentida como “buena” cuando satisfaga los deseos del niño; cuando lo apapache y lo mire sólo a él; cuando pasen la tarde juntos mientras papá se va a trabajar y él se quede triunfante con mamá. Sin embargo, esa misma madre podrá ser vivida con cualidades negativas: cuando el nene ve que mamá carga a otros niños, platica con alguien más y no le hace caso a él, entonces fallará y será vivida como alguien hostil, mala.

Esas frustraciones, dice Winnicott (1965), son necesarias y deberán ser dosificadas en medida que el niño sea capaz de tolerarlas y asimilarlas; de esa forma, la madre está permitiendo su separación gradual y propiciando un ambiente ideal para lograr el crecimiento personal y emocional. En sus palabras: “nadie puede sostener a un bebé si no se identifica con él” (p. 103). Podemos ver lo necesario que es el estado de fusión, de pegoteo, para comprender las necesidades afectivas y fisiológicas del nene. Esa mamá tendrá que ir dejando gradualmente el estado de devoción al bebé e ir volcándose en actividades que debieron ser puestas en pausa por la llegada del indefenso ser: el trabajo, el marido, las amistades.

Tanto la madre como el pequeño deberán tolerar la ruptura de la ilusión de ser “uno mismo” y el cambio en la relación entre ellos. Pasar de la unidad a la separación, a la asimilación de ser “dos”. Hablo de que ambos deben tolerarlo porque el nene necesita separarse más rápidamente de lo que mamá quisiera (Winnicott, 1965).

Más adelante, al consolidarse la constancia objetal, el niño podrá ir construyendo la capacidad de distinguir adentro y afuera. Observamos este proceso cuando los niños juegan a meter en cajas los cubos y sacarlos o cuando tapan y destapan el bote de la plastilina. Por ejemplo, un pequeño de dos años y medio se encargaba de jugar a las “compras”; consistía en entrar al consultorio, esperar a que lo saludara y le preguntara qué iba a llevar, a lo que él respondía “todo”, y estiraba la mano con la bolsa y todos los productos que se llevaría a casa. Esperaba a que yo leyera el código de barras y metiera los elementos a la bolsa (como en el supermercado); posteriormente él salía de la habitación, daba una vuelta y volvía con los mismos objetos dentro de la bolsa esperando a que los sacara y comenzara el juego otra vez.

Este juego de meter y sacar, de salirse de la habitación y entrar, es una forma de construir la diferencia entre él y yo, entre él y lo que está afuera, qué es de él y qué no lo es. Ejecutaba este proceso de forma lúdica. Así, el infante está construyendo un espacio para almacenar “cosas”: una mente, un contenedor que podrá generar y captar contenidos-ideas, la ausencia.

Otra idea que se me viene a la mente es que el niño, durante la fase anal (Freud, 1905/2003), comienza con el control de esfínteres. En la bolsa guarda los productos “que son suyos”, es decir, sus riquezas, que llevará consigo y mostrará a los demás para ser admirado. Se apodera de todos los elementos que pueden caber en su bolsa, en una cosa retentiva que más adelante se libera cuando yo los saco y vuelvo a meter.

Con este ejemplo, se expone una continua interacción entre el mundo interno y el mundo externo del pequeño; la profunda conexión entre ambos espacios. Con una aguda observación y el juego infantil, podemos conocer lo que hay en la mente del niño: sus conflictos, angustias, deseos.

 

 

Referencias:

Freud, S. (2003). Fragmento de análisis de un caso de histeria: Dora, tres ensayos de teoría sexual. Obras completas (Vol. 7, pp. 1–108). Amorrortu. (Obra original publicada en 1905).

Winnicott, D. (1965). De la dependencia a la independencia en el desarrollo del individuo. Procesos de maduración y el Ambiente facilitador. Paidós

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