Vida mental, sueños y metáfora
Por Elena Ortiz Jiménez
La vida mental es un proceso profundamente complejo, enigmático. Como suele suceder en nuestra disciplina, estamos frente a más preguntas que plantear, definir y expresar, que ante respuestas. Cuando hablamos de vida mental, nos referimos a fenómenos relacionados con el significado, con la construcción de sentidos en la mente que posibilitan el pensamiento. Términos como representación, la estructuración del yo, la subjetivación, la integración se hallan relacionados entre sí; son movimientos mentales donde el sujeto se significa.
Wilfred Bion es uno de los autores que sienta las bases para estudiar la construcción de sentidos a partir de su teoría sobre el pensamiento. El autor establece un puente entre los elementos externos en los cuales el psiquismo se apuntala para su desarrollo y los factores internos que gestan el detrimento o avance del progreso emocional.
Me refiero, por un lado, a la teoría continente-contenido, es decir, la función que la madre lleva a cabo con su bebé y que apunta a crear pensamientos oníricos, pensamientos susceptibles de ser pensados. La internalización de los atributos emocionales y del desempeño del objeto es la base del desarrollo de una capacidad y un aparato para pensar las emociones. Por otro lado, me refiero a la tolerancia innata a la frustración, la capacidad para soportar, en lugar de evitar y evadir el dolor mental.
Bion explica que la mente funciona de manera similar al aparato digestivo: actúa permanentemente, su objetivo es la digestión de experiencias emocionales. La metabolización de estas experiencias resulta en la creación de significados mentales. De la misma manera que el aparato digestivo tiene que metabolizar los alimentos para nutrir al organismo, así la mente tiene que metabolizar las experiencias para generar sentidos emocionales que nutran al aparato psíquico. La vida en sí misma está desprovista de significado; las experiencias por sí solas no tienen sentido alguno. Es la mente la que, en el proceso de pensar, puede constructivamente dotar de significado a las vivencias.
Sin embargo, la mente puede funcionar también como un músculo evacuativo de descarga, como cuando se sufre de una indigestión por la comida. La mente se puede convertir en un órgano de expulsión, donde las actuaciones impulsivas, la enfermedad, el funcionamiento mimético y adhesivo, la excitación motora y otra serie de conductas y actitudes, están al servicio de evitar la metabolización de las experiencias emocionales dolorosas.
La vitalidad y el significado son resultado de la digestión de experiencias emocionales. El sujeto puede poseer esta capacidad para reconocer y metabolizar sus emociones o, si carece de ella, evadirlos y dañar la capacidad de subjetivación.
Presento aquí un ejemplo donde el proceso de pensamiento se intenta hacer cargo de una experiencia inusitada: la pubertad. Se trata de una niña de 12 años, ella se encuentra emocionada por su crecimiento y, simultáneamente, asustada por este desarrollo. Su cuerpo cambia y esto le provoca emociones contradictorias. Se encuentra en un momento donde comienza a discutir con los padres, se muestra arrogante y también está vigorosamente interesada por distintos aspectos de su vida actual. Dentro de este contexto, tiene el siguiente sueño de angustia:
Me comenzaban a crecer algo como ramas en el cuerpo, eran como plantas, tallos y hojas. Era horrible, no dejaban de crecer. Yo los arrancaba pero me salían más, así, de los brazos y de las piernas. Me los quitaba pero salían nuevos.
Hay varios ángulos que este sueño invita a mirar, distintas líneas asociativas que la paciente despliega y diferentes sentidos que a lo largo de las sesiones fuimos retomando. Lo que asusta, lo amenazante, es algo que está en el cuerpo y no se siente como propio. El cuerpo mismo está cambiando y hay una vivencia de algo que no corresponde, una ansiedad de lo desconocido presente en sí misma. También, hay una idea de que eso que crece hay que cortarlo, como un castigo, una castración, porque seguramente está muy ligado con deseos e ideas prohibidas y malas que hay que eliminar.
Otro aspecto que se muestra en el sueño es la grandiosidad que genera el cuerpo en desarrollo porque, aunque asuste, está presente la sensación de que son plantas que pueden crecer enormemente con una fuerza desmedida. Existe cierta noción de reproducción biológica unida a esta grandiosidad, las plantas se reproducen. Ella entiende que es dueña de una función nueva que asusta, pero que al mismo tiempo es grandiosa. Además está, por supuesto, la idea de crecimiento como una fuerza real dentro de ella. La reproducción no sólo como una posibilidad fisiológica sino como un empuje creativo y vital en su interior. Este sueño, entonces, sirve para trabajar sus ansiedades con relación a la sexualidad emergente, sus estados de agrandamiento y sus deseos más valiosos de crecimiento, entre otros significados potenciales. Ejemplifica un complejo proceso de edificación de sentidos.
Bion y Donald Meltzer señalan que dentro de la producción onírica se lleva a cabo la construcción de significado más rica dentro del psiquismo. Es en el sueño y en el funcionamiento onírico donde se le da una representación formal a las pasiones que son el significado de nuestra experiencia. Los sueños son el núcleo del proceso de pensar acerca del sentido de las experiencias. Son la expresión de nuestro mundo interno, como bien nos lo enseñó Freud, y también son los constructores de sentido de ese mundo. Los sueños son metáforas; la mente genera metáforas a partir de un mundo potencialmente lleno de significados. A través de ellas se imprime sentido a la experiencia. Como lo expresa Bion: “La metáfora es el método por excelencia con el que opera la mente” (1983, pp. 97).
A pesar de que el ejemplo mencionado se trata de un sueño angustioso, por medio de él la adolescente dota de sentido su vivencia; la transforma en una experiencia que puede adquirir significado en su psiquismo. La imagen de las plantas creciendo vertiginosamente fue muy útil clínicamente para describirle esos momentos en los que ella se asustaba frente a vivencias y sensaciones intensas o descontroladas; también para mostrarle cómo a veces ella se agranda: su arrogancia es como el crecimiento desenfrenado de la planta que le hace perder la dimensión de las cosas; o bien, los sentimientos de culpa edípica que le hacen percibir lo que pasa en su cuerpo como detestable o vergonzoso, por lo que es necesario cortarlo. A su vez, cuando ella está en un estado mental de desarrollo positivo, podemos hablar de la fuerza del crecimiento auténtico, discriminándolo del pseudo-crecimiento impostado.
La mente, de una u otra manera, siempre estará enfrentándose con experiencias emocionales complejas y dolorosas. Los caminos a recorrer después de este encuentro serán: metabolizar la experiencia o recurrir a métodos expulsivos y evacuativos que, si bien se presentan como una forma de evitar el dolor, implicarán un daño a la posibilidad de dotar de significado lo vivido.
La vida onírica y el amplio trabajo mental que se realiza en la estructuración de los sueños bien podrían inspirar al analista en la construcción de sus interpretaciones. De esta forma, la sesión va más allá del ejercicio intelectual que ofrece explicaciones causales, sino que se convierte en aquello que Bion (1963) designó como el dominio del mito, un espacio intuitivo e imaginativo en el que el analista utiliza recursos retóricos y plásticos. El dominio del mito es el campo de la metáfora y es donde el pensamiento puede tener lugar, donde una experiencia emocional se acerca a la adquisición del significado.