La envidia y el fracaso personal
Por Magaly Vázquez
Pensemos en el siguiente escenario: H es un paciente de cuarenta y dos años, soltero, graduado de universidades privadas y desempleado. Su padre falleció hace un par de años y le heredó la empresa que construyó a base de trabajo y esfuerzo durante toda su vida. H no logró conseguir contratos que mantuvieran la empresa a flote, por lo que ésta quebró. Ha derrochado parte de su herencia en viajes e inversiones poco fructíferas. Aunque afirma que su padre fue la persona más importante en su vida, siempre le recriminaba el haberse divorciado de su madre, haberlo abandonado cuando era niño y no haberle dado suficiente cariño. El padre volvió a casarse y tuvo más hijos, lo cual H nunca le perdonó, a pesar de que éste se volcaba en intentos por integrarlo a esa nueva fase de su vida.
Cuando fallece, H reclama una parte de las cenizas y toda su ropa, posesiones que guarda con celo dentro de su casa. Aunque ha tenido relaciones de pareja, H las termina porque está convencido de que “no nació para casarse ni tener hijos”; su único deseo era cuidar a su padre hasta que muriera. Es un hombre solitario, con pocas relaciones significativas.
Al leer la historia anterior, uno puede lamentarse por este hombre e inevitablemente preguntarse cómo se explican estos fenómenos, en los que ciertas personas, que tuvieron un buen ambiente y unos padres sensatos, cariñosos y trabajadores, que buscaron darles recursos económicos y educativos, no puedan progresar en la vida y tener éxito. O, por el contrario, personas que, aun cuando no crecieron en un ambiente favorecedor, lograron una vida satisfactoria. El psicoanálisis ha investigado sobre estos hechos, que no son casualidades, ni mucho menos infortunios del destino, sino el resultado de la envidia.
La envidia es un sentimiento bien conocido en todas las culturas de la humanidad; ha servido como inspiración para dichos y relatos populares, cuyos desenlaces son trágicos para quien experimenta y se deja llevar por tan “maligna” emoción. Sin embargo, para hablar sobre la envidia, desde la visión psicoanalítica, tenemos que remontarnos al principio de la vida y a la importante teoría de la psicoanalista inglesa Melanie Klein.
En su texto Envidia y gratitud (1957/2009), la autora explica que la relación temprana del bebé con el pecho que lo alimenta está cargada de emociones amorosas, pero también agresivas. Por un lado, el bebé percibe al pecho como el poseedor de todas las bondades, la leche nutricia y la capacidad para calmarlo, lo cual le genera una sensación de gratitud. Sin embargo, estas mismas cualidades despiertan la envidia del bebé, la fantasía de atacarlo y destruirlo, pues él no es el poseedor original de las virtudes que recibe. Para Klein, a partir de este momento se crea una lucha central en la mente de todos nosotros, entre la envidia y la gratitud hacia los objetos que nos nutren.
La gratitud se considera la manifestación más pura del instinto de vida y, si predomina, entonces se sientan las bases para relacionarse con otros de forma amorosa, así como para el desarrollo de cualidades y capacidades como el aprendizaje, la creatividad y la generosidad. Ser agradecido implica reconocer lo nutricio que me dieron mis padres y lo que ahora me aportan otras figuras significativas, incorporarlo a mi identidad y poder aprovecharlo al hacer lo mejor que pueda con ello.
Si, por el contrario, en la mente predomina la envidia, la cual se considera la máxima expresión del instinto de muerte, entonces se experimenta odio, resentimiento y la constante necesidad de destruir a ese otro, así como lo bueno y nutricio que ofrece, porque no se tolera carecer de ello, ni la generosidad del objeto. Desafortunadamente, la persona paga un precio cruel, pues se priva a sí misma de lo que la ayuda a crecer y a mejorar su desarrollo mental. Puesto que la envidia es, en su mayor parte, un sentimiento inconsciente, el envidioso se siente, de manera permanente, en carencia, insatisfecho y con la sensación de que nadie le ha dado nada, sin siquiera imaginar que es él quien tiene una imposibilidad de recibir y agradecer.
Como seres humanos, no estamos exentos de experimentar envidia; de hecho, tendremos que lidiar con impulsos envidiosos a lo largo de nuestra vida. Por ejemplo, cuando surge en nosotros la necesidad de descalificar intelectualmente a quien consideramos bello o bella, o cuando “por accidente” dañamos un objeto prestado, o cuando nos ausentamos a una clase que nos cuesta trabajo comprender y la catalogamos como aburrida. El problema es que, si no podemos contrarrestarla con sentimientos más bondadosos como la gratitud, podemos perdernos de la oportunidad de ampliar nuestras experiencias y capacidades, lo que se traduce en una vida más satisfactoria.
Referencias
Klein, M. (2009). Envidia y gratitud. Obras completas. Envidia y gratitud y otros trabajos (vol. 3, pp. 181-140). Paidós. (Obra original publicada en 1957).