El Claustro y la teoría del narcisismo (parte 1)
Por Ana María Wiener
Siempre he admirado la capacidad de Donald Meltzer para detectar fenómenos humanos no visibles a simple vista. Sus supervisiones son maravillosas, resaltan su agudeza para percibir aspectos muy sutiles del funcionamiento mental. Una mente brillante y sensible que escribió muchos libros en los cuales desarrolla ideas novedosas y originales. En esta ocasión, quisiera comentar su propuesta sobre el claustro y sus implicaciones clínicas, pues detecta muy bien la ficción en la que viven estas personas y cómo afecta su identidad; lo primero, sería poder identificar en la vida real cómo son y cómo se presentan aquellos con este tipo de funcionamiento mental.
En estos días, atendí a una paciente con las siguientes características: vive preocupada por su imagen, que incluye la forma en la que se viste y la cantidad de ejercicio que considera que debe realizar para verse bien; trae los zapatos a la última moda; da la impresión de tener pegado el celular a la palma de su mano; a lo largo del día, sube fotos a las redes sociales de todo lo que hace. Menciona: “No soy una influencer, no me interesa dar opiniones”. Es decir que, solo busca lucirse.
Influencer es el individuo que destaca en una red social u otro canal de comunicación; expresa opiniones sobre diversos temas y ejerce influencia sobre las personas que lo o la siguen. Mi paciente no trabaja, tiene más de treinta años y vive con sus padres. Asiste a entrevistas de trabajo y, en ellas, intima con el entrevistador como si fuesen amigos de toda la vida, anulando cualquier diferencia entre ambos. Me da la impresión de que no tiene la menor intención de ser contratada y lo logra, pues, una y otra vez, la rechazan.
En las sesiones, da largas explicaciones de lo que le pasa y dice que padece el “síndrome del abandono”. Su actitud aparenta cooperación, pero, en realidad, habla sin parar y no tiene gana alguna de escucharme. Cuando hablo, me recuerda que su mal es el “síndrome del abandono”, no lo que yo le digo. Es floja, su único interés es la comodidad. Sus padres le regalaron una propiedad para rentarla y que viva de eso. Sus relaciones son utilitarias, por ejemplo, le pide a sus “amigos” que distribuyan su CV, que diseñen su perfil en LinkedIn, que la conecten con sus “contactos” en empresas. No se preocupa por las personas, de hecho, se aburre de ellas; no las escucha, no tiene interés en la vida de los demás.
Les acabo de dar un ejemplo auténtico de lo que Meltzer llama una persona que vive en el compartimento pecho/cabeza. Una de las tres modalidades del narcisismo que el autor aborda en El claustro. El segundo ejemplo es el siguiente:
Durante la pandemia, revisé con un colega el material de una joven con problemas para relacionarse. Sus padres buscaron psicoterapia para ella, ya que, por momentos, la observaban muy triste, encerrada en su recámara sin salir por días y, en otros momentos, se presentaba desenvuelta, sin darle importancia a lo que pasaba a su alrededor. El encierro de la pandemia no parecía perturbarla, todo lo contrario. Además, mencionaban que no escuchaba a nadie, pues sentía que todo lo podía hacer sola.
Tenía muchos problemas en la escuela, ya que pensaba que sus maestros eran incompetentes y solía discutir con ellos acaloradamente. A sus compañeros los tildaba de pasivos, tontos y sosos. Del padre, decía que era un buen hombre, pero no una figura de autoridad. A la madre no le fue mejor: la devaluaba porque solo había terminado la secundaria y “no sabía hacer nada”.
Durante el tratamiento, en una ocasión, se conectó tarde a la sesión. Se disculpó con el argumento de estar muy ocupada y le contó al terapeuta acerca de un “proyecto” (palabra que utilizaba el padre para referirse a su trabajo) muy interesante que acababa de empezar. Fue una idea que se le ocurrió durante las horas de clase, que le resultan muy aburridas y tediosas. Luego, refirió el siguiente sueño:
Estoy en la secundaria, en el salón con mis compañeros. Ellos son muy chiquitos, como de kínder. La maestra les explica algo y me da mucha risa. En la siguiente escena estamos en la biblioteca, hay mucho silencio. De repente, uno de mis compañeros me llama para salir al descanso. Le contesto que no puedo, pues no tengo tiempo para eso.
Este caso alude a la pseudomadurez (como le llama Meltzer), es decir, a los jóvenes alojados en el compartimento pecho/cabeza. Ahora, como tercer ejemplo, tenemos el siguiente:
Un psicoterapeuta trajo a supervisión las sesiones con un hombre de cuarenta años, ingeniero aeronáutico. Lo describió rígido, serio, pulcro, muy cuidadoso en su aspecto personal. En el diván, mantenía una postura firme, no se movía. Contaba relatos detallados y largos sobre sus actividades cotidianas, sin permitir la participación de su terapeuta. Y cuando éste lograba intervenir, el paciente se molestaba, su rostro se endurecía e interrumpía la sesión con la justificación de que no tenía que quedarse porque no era su obligación y, si no quería decir nada, mejor se iba.
El clima de estas sesiones era muy hostil. En su vida diaria, se sentía exigido, solo y vulnerable ante las dificultades con sus compañeros de trabajo, que le provocaban una sensación de fracaso e incapacidad. No le gustaba involucrarse con las personas, se relacionaba superficialmente, sin disfrutar la compañía de otros. Y, normalmente, todo tenía que ser como él quería. En sus palabras: “Tengo que controlar la situación completa. Estoy rodeado de ineptos, en quienes no se puede confiar”. No solía mostrar emociones y era muy severo con sus subordinados.
Obviamente, no había sido capaz de formar una pareja y tampoco podía sostener relaciones sexuales. Mencionaba: “Yo vivo solo para mí. La vida en pareja quita tiempo”. A su psicoterapeuta le daba lecciones sobre aeronáutica. Se mostraba culto y conocedor, cuando en realidad, lo que compartía eran datos y estadísticas de distintos temas.
Tenía un gran resentimiento hacia sus padres, a quienes recriminaba por no darle la atención adecuada, por no responder ante sus necesidades, siempre percibiéndolos como egoístas y centrados en sí mismos. Creció en un barrio duro, lleno de vandalismo y pleitos violentos entre pandillas. Se sentía muy perseguido y no sabía cómo había logrado “escapar” de ahí: un mundo de dominantes y dominados. Este es un ejemplo claro y puntual de la vida en el compartimento anal, lugar en el que predomina la tiranía.
Quizá Sigmund Freud hubiese diagnosticado al ingeniero con una caracteropatía anal, como le llamaban en ese entonces. Gracias a las propuestas de Melanie Klein y Meltzer podemos profundizar en el estado mental, es decir, en el tipo de relaciones, emociones y defensas psíquicas que predominan en la mente de este hombre, para así conocer cómo vive y percibe al mundo. Dejamos de pensar en síntomas o rasgos de carácter para comprender la actitud mental hacia sí mismo y hacia la vida en general.
Durante los años que laboré en hospitales psiquiátricos, observé personas con todo tipo de trastornos mentales, desde los agudos hasta los crónicos, como les llamaban en ese ambiente. Los pacientes con perturbaciones agudas padecían frontericidad, depresiones agudas, fobias e histerias poco desorganizadas; los crónicos, esquizofrenias, depresiones mayores, histerias delirantes, o eran maniacodepresivos y obsesivo-compulsivos. Sus síntomas eran muy evidentes: una joven saltaba la cuerda por horas; una señora cosía a máquina y descosía colchas durante toda la madrugada; otro joven sentía que lo perseguían los médicos; un señor se encontraba siempre sentado, inmóvil y totalmente agachado para adelante, sin ver a nadie más que a sus zapatos; un señor mayor se quedaba con la mirada perdida, parado junto a la ventana, hablando con alguien inexistente.
En ese entonces, no tenía conocimiento alguno del psicoanálisis. Sin embargo, conforme lo estudié, logré compatibilizar cada cuadro nosológico que observé en los psiquiátricos con funcionamientos psíquicos. Lo más interesante fue cuando, con cada modelo teórico psicoanalítico, comprendí lo que implicaba cada una de esas perturbaciones, en términos de la vida emocional interna; la metapsicología, como dijo Freud: lo que pasa dentro del psiquismo.
Por ello, el tema de la dimensionalidad de la mente y de los estados mentales le dieron un sentido más profundo a lo que observé en los psiquiátricos. En resumidas cuentas, los síntomas y los rasgos de carácter son solo una parte de los desajustes mentales. Lo sustancial se encuentra en la psicodinamia, en aquello que origina la formación de síntomas y el desarrollo de rasgos de carácter. Ahí es donde los postulados de Meltzer son tan útiles. Por ejemplo, propone que la mente tiene distintas dimensiones (unidimensional, bidimensional, tridimensional y tetradimensional) y que, además, puede adoptar estados mentales que fluctúan desde lo más neurótico hasta lo más perturbado.
La manera en que experimentamos la vida y la manera en que percibimos al mundo depende de la dimensión en la que se encuentra la psique y del estado mental prevalente. Podrán leer a detalle sobre estos temas en los capítulos correspondientes del libro de Elena Ortiz, donde los explica puntualmente y de forma muy clara.:
-Capítulo cuatro: “Exploración del autismo”
-Capítulo diez: “Claustrum. Una investigación sobre los fenómenos claustrofóbicos”.