Pérdidas: Trauma y duelo

Primera noble verdad: El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, asociarse con lo indeseable es sufrimiento, separarse de lo deseable es sufrimiento, no obtener lo que se desea es sufrimiento…”.

Buda

 

“He sido un hombre afortunado en la vida: nada me resultó fácil.”

Sigmund Freud

 

Por Víctor Ruiz

Desde que nacemos y hasta el final de nuestra vida, nos enfrentamos a distintas situaciones que implican perder algo o a alguien. Al nacer, por ejemplo, se pierden el confort y la seguridad que brinda el vientre materno. En otro momento, se enfrenta el destete, dejando atrás la experiencia de alimentarse del pecho de mamá. En las épocas del primer día de clases, se puede observar a niños llorar porque no quieren perder el espacio y el vínculo que, hasta ese día, mantenían ininterrumpidamente con sus padres, como si se preguntaran: “¿Por qué tengo que dejar a mis papás y mi casa para ser uno más, esperar mi turno y compartir con otros?”.

 

La lista de ejemplos es inmensa y depende de la propia historia y del momento del desarrollo en el que cada uno se encuentre: todo niño, adolescente y adulto se enfrentará con experiencias de vida que conllevarán pérdidas. La pandemia por la COVID-19 lo ha mostrado claramente: la vida humana es vulnerable, cambiante e impredecible. Se perdió la libertad para reunirse con familiares y amigos. Algunos perdieron su salud luchando contra la enfermedad y sus secuelas. Muchos enfrentaron la muerte de uno o varios familiares.

 

Pudiera parecer pesimista o desesperanzadora esta perspectiva de la vida humana, pero es todo lo contrario. Son esos momentos de pérdida los que nos dan la oportunidad de desarrollo y crecimiento. Se pierde el vientre de mamá para ganar el mundo material que habitamos. La pérdida definitiva de los padres de la infancia permite la búsqueda de otros objetos a los cuales desear y amar, formando así la propia familia. Perder la cercanía y el contacto físico a causa de la pandemia nos ha motivado a buscar nuevas formas para mantenernos cerca, intercambiando ideas, escuchándonos, nutriéndonos. Pero ¿por qué algunos no soportan la pérdida? ¿Por qué ciertas personas enferman en lugar de fortalecerse? Los fenómenos de trauma y duelo nos pueden ayudar a responder estas preguntas.

 

El trauma se define como la afectación psíquica provocada por la experiencia emocional desbordada a causa de un acontecimiento que rebasa la capacidad normal de respuesta. Este podría ser la muerte de un ser amado, el despido de un trabajo, contraer una enfermedad grave o cualquier otra situación donde se pierde algo que se necesita, valora o ama. En mayor o menor medida, toda experiencia de pérdida desencadena alguna vivencia o consecuencia traumática, toda vez que se trastoca la aparente estabilidad que se tenía con el objeto ahora perdido.

 

De acuerdo con Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis (1967/2004), el concepto de traumatismo remite, ante todo, a una concepción económica (montos de energía psíquica): “una experiencia vivida que aporta, en poco tiempo, un aumento tan grande de excitación (afecto/emoción) a la vida psíquica, que fracasa su liquidación o su elaboración por los medios normales y habituales” (p. 471). Masud Khan (2005), por su parte, considera que el trauma adulto depende de la forma en que se enfrentaron las situaciones traumáticas paradigmáticas: la angustia de castración, la angustia de separación, la escena primaria y el complejo de Edipo. El acontecimiento traumático adulto depende de la tramitación del trauma infantil y de la forma en que se le hizo frente en cada una de estas situaciones.

 

Toda experiencia de pérdida requiere un trabajo para la elaboración del trauma que conlleva. Este trabajo se conoce como duelo en la teoría psicoanalítica. Sigmund Freud (1915/1992b) señala que el duelo implica retirar los enlaces libidinales que conectan al sujeto con el objeto de amor, es decir, se deben desasir los vínculos gratificantes y conexiones placenteras que, hasta ese momento, se mantenían unidos. Todos los planes, proyectos y anhelos se deben redefinir para poder avanzar y no perderse junto con el objeto que ya no está. Perder es, entonces, traumatizante porque se transforma, de forma brusca, la imagen ideal que la persona tiene de sí misma. El ideal del yo alberga intereses narcisistas (Freud, 1914/1992a), razón por la cual, cuanto más alejado se esté de dicho ideal, más angustia, miedo, enojo y otras emociones y fenómenos mentales se pondrán en marcha.

 

En particular, Freud estudió a la melancolía como respuesta patológica desencadenada por la pérdida (cuadro psicopatológico que corresponde a lo que en psiquiatría se conoce como depresión mayor). Lo que se descubre en estos sujetos es una forma enfermiza de mantenerse en contacto con el objeto perdido, en la que se llega, en algunos casos, al extremo psicótico en el que se desmiente la realidad material para refugiarse en una realidad cuasi delirante, que conserva ilusoriamente al objeto. Esto se intenta, señala Freud, internalizando e identificándose con el objeto perdido —con el objeto muerto— que ahora vive en él por su exigencia. Así, los reproches y menosprecios que el melancólico dirige en apariencia contra sí mismo, están destinados al objeto. El melancólico ataca al que lo abandonó porque este atacó su narcisismo con su partida.

 

Melanie Klein (1935/1990) detalla la manía como otra forma en la que se enfrenta el dolor causado por la pérdida, o posible pérdida, del objeto de amor. En este estado mental, de forma omnipotente, se niega la importancia de aquello que se perdió y, por tanto, la posibilidad de sentir dolor: no se extraña algo que no vale. Esto explica por qué algunas personas, después de una ruptura amorosa, no experimentan dolor, tristeza o cualesquiera de las emociones esperadas en el duelo normal; por el contrario, se sienten aliviadas, despreciando al otro que ahora se ve como inferior o poco valioso. Es común que rápidamente se involucren con otras personas: “un clavo saca a otro clavo” podría ser el dicho de un maníaco. Otro tipo de respuesta maníaca la encontramos en algunas personas que no siguen las recomendaciones de cuidado durante la pandemia, arguyendo que son inmunes, que el virus no existe y muchas otras ideas encaminadas a negar la posibilidad de la separación, el dolor y la muerte.

 

Referencias

Freud, S. (1992a). Introducción del narcisismo. Obras Completas. (vol. 14) Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1914).

Freud, S. (1992b). Duelo y Melancolía. Obras Completas. (vol. 14) Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1915).

Khan, M. (2005). El concepto de trauma acumulativo. Revista de psicoanálisis, 44, pp. 117-137.

Klein, M. (1990). Una contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos. Obras completas. Amor, culpa y reparación y otros trabajos. (pp. 297-328). Paidós. (Obra original publicada en 1935).

Laplanche, J. y Pontalis, J. B. (2004). Diccionario de psicoanálisis. Paidós. (Obra original publicada en 1967).

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