Las pesadillas y terrores nocturnos en los niños

Por Karina Velasco

“Tuve una pesadilla, soñé otra vez con Slenderman”, confiesa Mateo. Se trata de una figura masculina terrorífica: alto, delgado, con brazos y manos excesivamente largos como si fueran tentáculos, viste un traje negro y tiene un rostro blanco sin rasgos faciales. Este temible personaje dedica sus horas a acechar a los niños para robarlos, torturarlos y, finalmente, comerlos.

Durante la infancia es común que se presenten dificultades en el sueño, desde las duras batallas para lograr que el niño se vaya a la cama y tolere permanecer solo en su habitación, la insistencia en dejar la luz encendida por temor a la oscuridad, hasta las terribles pesadillas que los despiertan por la noche en estado de angustia y los empuja a escabullirse, disimulada o estrepitosamente, en medio de los padres que duermen al otro lado del pasillo.

A los adultos nos parece, olvidándonos de cuando fuimos niños, que estos temores a la oscuridad, a los monstruos que acechan debajo de la cama o dentro del clóset, son totalmente absurdos y recurrimos a explicaciones racionales que sirven muy poco. “Es sólo un sueño”, es la frase con la que frecuentemente se intenta calmar al niño cuando tiene una pesadilla, cayendo en la creencia errónea de que si es sólo un sueño entonces no tiene importancia. En otras ocasiones, se piensa que estas pesadillas y temores responden a estímulos externos, a una experiencia reciente y estresante por la que haya atravesado el niño (un programa de televisión, una película, un videojuego o un video que haya visto en internet). A veces, ya cansados y desprovistos de explicaciones, incluso corremos el riesgo de recurrir a lo más indulgente: “¡Cenaste demasiado!”.

Freud estableció desde el inicio del siglo XX que la supuesta falta de lógica del sueño, en realidad, encubre todo un sentido. Él comparó el sueño con un rebús, una imagen que representa el sonido inicial de una palabra, como sucede en la escritura egipcia, es decir, una especie de lenguaje que responde a sus propios principios y leyes: las del inconsciente.

En realidad, todo sueño –incluyendo las pesadillas– proviene de deseos, fantasías y ansiedades inconscientes: es un producto psíquico dotado de significado. Por su parte, los restos diurnos, como llamó Freud a esos estímulos recopilados durante la vigilia y sirven para la construcción del sueño, en realidad son secundarios, tal como lo son también el escenario, el vestuario, el maquillaje y los actores para la historia que se desarrolla en una película o en una obra de teatro. Estos restos son el medio a través del cual los deseos, las fantasías y las ansiedades inconscientes pueden disimuladamente acceder a la consciencia.

Aunque Mateo no conociera el personaje de Slenderman, hubiera podido “fabricar” a través de diferentes imágenes y representaciones cualquier otro ser terrorífico que le despertara las mismas ansiedades y protagonizara otra de sus pesadillas, puesto que se encuentran motivadas por una fantasía de amenaza interna, no por alguna condición ambiental o externa.

Generalmente, los niños pequeños se atemorizan con seres de origen fantástico: monstruos, animales salvajes, figuras que les representan una fuerte amenaza –insisto– no externamente sino dentro de su mente. Desde temprano en el desarrollo existe un mundo psíquico interno plagado de objetos, personajes, áreas con funcionamientos específicos, intensas ansiedades y emociones tan complejas como amor, culpa, odio y envidia. Aquellas figuras feroces, crueles y extravagantes de las pesadillas simbolizan precisamente sus propias fantasías y emociones, predominantemente agresivas y persecutorias; reflejan también las intensas distorsiones emprendidas, mediante procesos de proyección, sobre las figuras reales y cercanas al pequeño: sus padres y hermanos.

Para pensadores posteriores a Freud, como Melanie Klein, tales creaciones fantásticas y terroríficas resultan del temor del niño a ser embestido violentamente por las figuras que él mismo atacó agresivamente en su fantasía y que ahora buscan venganza. Así, el Slenderman de la pesadilla de Mateo podría representar una figura paterna distorsionada que desea desquitarse por medio de las mismas acciones de las que fue víctima en la fantasía (ser robado, torturado y comido). O bien, podría evocar alguna instancia severa que ahora pretende castigarlo por aquellas fantasías agresivas. Ciertamente, cualquiera de estas posibilidades nos remite a la dificultad de contemplar los impulsos agresivos no sólo en los niños –a quienes por tradición concedemos únicamente intensiones inocentes y tiernas– sino también en nosotros mismos.

Estas son sólo algunas de las posibilidades de comprensión que pueden alcanzarse a través de la mirada psicoanalítica. Sin embargo, lo que debe preocuparnos es que cualquier niño aquejado frecuentemente por pesadillas y terrores nocturnos es también un niño sufriente. A pesar de ser comunes durante la infancia, es muy importante tomar en cuenta que, cuando dejan de ser transitorias y se convierten en una fuente de angustia para el pequeño y sus padres, pueden estar exteriorizando una alteración emocional, un intento fallido de elaborar un conflicto psíquico y, por lo tanto, deben ser atendidas.

Un tratamiento psicoterapéutico apoyado en la técnica de juego infantil es el contexto idóneo para que el niño exprese, descubra y comprenda en el vínculo con el terapeuta esa gama de personajes, deseos, fantasías, temores y angustias que subyacen en la configuración de sus sueños, pesadillas y, principalmente, de su relación con otras personas.

Referencias

Aberastury, A. (2009). Teoría y técnica del psicoanálisis de niños. Buenos Aires: Paidós.

Freud, S. (1900). “La interpretación de los sueños”. En Obras Completas, vol. V. Buenos Aires: Amorrortu, 2008.

Klein, M. (1932). “El psicoanálisis de niños”. En Obras Completas, tomo II. Buenos Aires: Paidós.

Ortiz, E. (2011). La mente en desarrollo: Reflexiones sobre la clínica psicoanalítica. México: Paidós.

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