Trastornos de conducta en niños. ¿Cuándo consultar?

Patricia Bolaños

En el trabajo con niños resulta importante tener muy claro cuándo una conducta corresponde a lo esperado de acuerdo al momento de desarrollo y, por el contrario, cuándo responde a una alteración que amerita consultar a un especialista. Esta labor de discriminación entre normalidad y síntoma es fundamental, particularmente en la escuela, ya que este ámbito funge como el primer punto de detección y referencia si algo no marcha bien.

A lo largo del desarrollo se presentan distintas conductas que, a pesar de llamar la atención de padres y maestros, no siempre implican patología y son manifestaciones necesarias para alcanzar logros indispensables. Sin embargo, factores como la edad, la intensidad y la frecuencia determinarán en qué momento esa conducta dejó de ser parte de lo esperado y requiere atención especializada. Por ejemplo, en niños menores de cuatro años, algunos de los comportamientos que se relacionan con perturbaciones graves son: falta de contacto, no sonríe, no muestra interés por lo que ocurre alrededor o se observa la presencia de estereotipias.

En general, podemos decir que los trastornos de conducta se dividen en aquellos relacionados con la agresividad y los que tienen que ver con la ansiedad. Sin embargo, sabemos que tanto la agresividad como la ansiedad son emociones constitucionales en todos los seres humanos y que tienen una función importante para el desarrollo: la agresividad es necesaria para lograr la individuación y la ansiedad es una emoción que nos permite anticipar peligros.

Durante el primer año de vida, los gritos son la manifestación normal de la agresividad; se asocian con cólera, irritación, son acompañados de agitación y pueden adueñarse por completo del niño; expresan una carencia o la espera demasiado larga para satisfacer una necesidad, etc. Otra manifestación de la agresividad es la oposición, la cual expresa autonomía; la capacidad del niño para decir “no” es un logro del desarrollo. Pero si se convierte en una respuesta sistemática, si a todo dice que no y se genera una relación conflictiva o distante con los padres, estamos ante una conducta que merece atención.

Por medio de los berrinches también se expresa la agresividad en los niños. El berrinche sano permite liberar cierto monto de tensión y frustración. Lo que se espera es que este comportamiento se asocie a una situación específica y que el niño después logre calmarse. Aunque, si el berrinche detona una escalada de enojo y resulta casi imposible calmarlo, es una situación sintomática: el niño no encuentra otra forma para lidiar con la frustración y, si esto se combina con la dificultad de los padres para poner límites, se puede volver una conducta conflictiva habitual.

Con respecto a los trastornos asociados a la ansiedad, podemos mencionar la angustia que los niños muestran ante gente extraña. Esta reacción es esperada alrededor de los nueve meses y se asocia a que el niño ha desarrollado un vínculo profundo con sus padres. Poco a poco el niño permitirá el contacto con otras personas, pero si esto no ocurre nos hallamos ante un monto de ansiedad de separación que empezará a obstruir el desarrollo del pequeño, por ejemplo, con el ingreso a la vida escolar.

Las fobias son otra manifestación de ansiedad que alrededor de los tres años se presentan en muchos niños. Pueden ser diversas, pero normalmente se relacionan con cosas que ocurren en la noche: la oscuridad, los monstruos, entre otras muchas. La aparición de estos temores es normal en el contexto de las emociones que se intensifican a esta edad. No obstante, cuando las fobias empiezan a afectar sus actividades cotidianas, su relación con otros niños o la vida escolar, entonces requiere consultar con un especialista.

Los trastornos de conducta son el principal motivo por el que los niños llegan a consulta. Por esta razón los terapeutas de niños tienen que ser expertos en los procesos de desarrollo, para poder determinar cuándo un comportamiento, por su frecuencia e intensidad, revela un síntoma y no una manifestación propia de la edad del paciente.

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