Transferencia y contratransferencia en las entrevistas: el proceso y la sesión

Por Gabriel Espíndola

El trabajo clínico en psicoanálisis tiene momentos diferentes y una constante: al tratarse de un proceso, entendemos que hay algo que transcurre en un tiempo y un espacio, es decir, que tiene un inicio y un fin. El final del proceso terapéutico está determinado por la comprensión que logra el paciente sobre los aspectos inconscientes manifestados vívidamente en el vínculo terapéutico. A dicho vínculo lo llamamos transferencia, que constituye la constante que define el trabajo.

A lo largo de varias décadas del siglo pasado, se discutió ampliamente si la transferencia debía ser analizada al margen de la contratransferencia; es decir, si era posible que el terapeuta pudiera entender la propuesta inconsciente del paciente ignorando la respuesta que esta despertaba en él.

A partir de los años cincuenta, la relación indisoluble entre transferencia y contratransferencia ha sido ampliamente aceptada por casi todas las escuelas psicoanalíticas. El punto de vista que sostiene este vínculo como unidad ha sido favorecido por varios factores, en parte por las aportaciones de diversos autores sobre la función traductora que hace la madre de las emociones del niño, pero también por el paso de una visión monolítica moderna hacia la apertura posmoderna, claro, con menos certezas y mayor complejidad.

Usamos nuestros sentimientos, ocurrencias y sensaciones como guías de comprensión ante las fantasías que el paciente despliega en la sesión. La exigencia es alta, el instrumento es la propia mente y la función es sentir, vivir con intensidad, respirar las emociones, pero con la finalidad de devolver una interpretación que permita al paciente comprender lo que le sucede. De manera que nos convertimos en objetos e intérpretes y no en actores de la contratransferencia.

En la sesión, una joven mujer me relata la frustración que siente por la crianza, piensa que no hace bien su trabajo y que la consecuencia será una hija con dificultades para progresar de manera independiente. Tras bambalinas, pienso que no parece hacer una mala labor materna; es atenta, cuidadosa, cercana a la hija; en palabras de Winnicott: es una madre suficientemente buena. Pienso que mi percepción me ubica en una posición de complemento o complementaria en términos de Racker (1991); esto es, como si yo fuera la hija que se siente bien atendida, aunque ella perciba lo contrario.

Por otro lado, considero que tengo la misma sensación que ella, sin embargo, por momentos percibo detenido el tratamiento, dando vueltas y me pregunto permanentemente si entiendo lo que pasa con ella. A pesar de esta sensación, ella parece progresar vitalmente, asiste a sus sesiones, aunque siempre con un halo de reclamo hacia sí misma y hacia mí –por mi ineptitud, también de aparente poco progreso, como ella percibe a su hija–. De acuerdo con la terminología de Racker, ahora parece que concordamos, es decir, que existe una contratransferencia concordante.

Le expreso que pareciera tener una necesidad permanente de sentirse como una niña que progresa poco, aunque la cotidianidad le muestre que no necesariamente es así y que, probablemente, esta sea una manera de expresar hacia mí y a su madre un reclamo por nuestro pobre trabajo. Esa niña enojada, quien ahora es madre, parece sentirse insuficiente, demandada, no por su hija, sino por la misma niña tan enojada que hay dentro de ella.

La interpretación de una situación clínica tiene múltiples posibilidades, tantas como caminos para llegar a cualquier punto. La contratransferencia es la brújula que orienta; son las emociones que despiertan a nuestros propios objetos internos para hablar con los de nuestros pacientes, mediante un diálogo interpretativo.

Durante una entrevista, una mujer muy enferma me pide ayuda para su hijo, quien padece una psicosis, una esquizofrenia paranoide que se encuentra fuera de mi alcance. Me dispongo a ayudarle con orientación y derivación, pero la mujer insiste en que sólo yo puedo ayudarlo, que ella confía plenamente en mí y se aferra a que tome al hijo en tratamiento. Por un momento dudo, pienso en la posibilidad, pero sé que no tengo los horarios ni es lo adecuado clínicamente, no debo tomar a ese paciente, sino referirlo de forma conveniente y colaborar en eso profesionalmente. Sin embargo, no es fácil renunciar a salvar el mundo, desilusionar a una madre –sobre todo a la mía internamente– que piensa que yo puedo salvar al hijo, además, ¿cuántas veces uno ha soñado con ser el único que puede, el héroe?

Le di una recomendación psiquiátrica, pues el hombre requería con urgencia la atención y, seguramente, internamiento por un periodo. Si bien me parece que tomé la decisión correcta, al terminar la entrevista yo me sentía tan desilusionado como la mujer que me consultó.

Cuanto más temprana o psicótica es la transferencia, más intensa y compleja es también la contratransferencia, pues nos hace estar en el límite y caminar en la delgada línea que distingue la palabra de las acciones, la interpretación de la actuación.

Ambos fenómenos se encuentran presentes desde el inicio del tratamiento, desde las entrevistas iniciales y para algunos autores, como Meltzer, de manera preformada, es decir, desde antes del primer contacto por medio de las fantasías que ambos miembros de la pareja terapéutica construyen sobre el otro.

La comprensión de este fenómeno inconsciente es el eje del tratamiento. Durante las entrevistas recolectamos información que permite ubicarnos en la biografía del paciente y la manera en que ella se expresa en su conflictiva actual, así como en el propio encuentro. A su vez, esto nos permite hacer un diagnóstico presuntivo, un punto de partida, no desde la conducta, sino desde las motivaciones inconscientes que la soportan.

Mientras se lleva a cabo el proceso, este vínculo evoluciona y es lo que determina el avance, o bien, los cambios psíquicos. No es un asunto de meses o años, sino de que el progreso de este fenómeno inconsciente es lo que nos acerca o aleja del alta de un tratamiento.

Referencias:

Racker, H. (1991). Estudios sobre técnica psicoanalítica Buenos Aires: Paidós. Biblioteca de psicología profunda.

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