¿Qué son las pasiones?: Una perspectiva psicoanalítica

Por Víctor H. Ruiz

En cierto modo, todos sabemos algo de las pasiones: las conocemos porque son parte inherente de nuestra vida, compañeras que pueden ensombrecer con el pesar de su existencia, o bien, alumbrar con el júbilo que desatan en nuestro ser. De forma particular, y con diferente frecuencia, cada persona experimenta el amor, los celos, la desconfianza, el poder, el odio, la venganza, etcétera. Pero ¿qué contestarías si alguien te pregunta qué es una pasión? ¿Podrías definirla? ¿Sabrías precisar qué tienen en común el amor y el odio, los celos y la envidia, la sed de conocimiento y la desconfianza? ¿Conoces de dónde vienen las pasiones?, y ¿por qué hacen sufrir a unas personas más que a otras?

Posiblemente tuviste algunas dificultades para contestar las anteriores preguntas, pero no te preocupes demasiado; es normal que te cueste trabajo responderlas. Si bien empíricamente (desde la experiencia) sabemos algo de las pasiones, comprenderlas como fenómenos subjetivos complejos de la vida humana, entender por qué pueden causar múltiples dificultades en las relaciones con otros y por qué conllevan tanto dolor interno, requiere de otros elementos, que van más allá de los que a cada uno pueda asir de la vivencia propia. A continuación, te presentamos algunas ideas y componentes que te permitirán tener una imagen más clara acerca de qué son las pasiones.

Un buen punto de partida es identificar el origen de la palabra, es decir, su etimología: pasión deriva del latín passio, que quiere decir sufrimiento, ésta, a su vez, proviene del verbo pati/patior que significa sufrir, padecer, tolerar. Algunas otras palabras enraizadas en este verbo del latín son pasivo, paciencia y paciente. Este interesante esclarecimiento conceptual nos permite señalar que quien experimenta una pasión sufre, encontrándose, por lo menos en un primer momento, pasivo frente al dolor que lo embarga.

Desde el pensamiento psicoanalítico, es posible ampliar y dar profundidad a estas ideas. Sigmund Freud (2013/1905) propuso que todos enfrentamos un conflicto, al cual lo llamó “conflicto neurótico”, y en éste las pasiones son centrales. Freud descubrió que los deseos y las exigencias infantiles nunca se van, sino que se mantienen a lo largo de nuestra vida, buscando la manera de ser saciadas. Las pasiones se sufren porque son portadoras taladrantes tanto del deseo que busca satisfacción a toda costa, como del anhelo que ha sido frustrado.

El conflicto radica en que no es posible saciar completamente el deseo presente en cada pasión, esto ocurre por distintas razones. Para comenzar, resultaría muy atemorizante, y nos llenaría de una sensación de peligro, satisfacer tales deseos, por ejemplo, colmar el anhelo de ser el único para alguien más (mamá o la pareja), puesto que implicaría pasar por encima de los demás, deshacerse de otros, lo cual resultaría doloroso e insostenible para una parte de la mente. Luego, existen lineamientos sociales y culturales que prohíben la realización de algunos deseos, como matar a la persona que nos “estorba” o a quien no complace nuestras aspiraciones amorosas.

Por lo tanto, los deseos que surgen del escenario de la sexualidad infantil inconsciente, en general, no podrán ser satisfechos en el escenario de lo material. Así, cada una de nuestras pasiones, desde esta perspectiva, nos hace sufrir, porque, por un lado, conlleva un deseo insatisfecho, y por el otro, su resolución siempre está incompleta, por lo menos a los ojos del inconsciente infantil, que siempre quiere más.

La acción que busca tramitar o dar solución al conflicto entre la pasión y el deber, o entre la pasión y sus limitantes, en el mejor de los casos, será creativa y enriquecedora. Sin embargo, no siempre es así, ya que en otros escenarios se torna destructiva y/o enloquecedora. Así, encontramos parejas que, desde la fuerza de su amor, logran sortear los obstáculos para consolidar su relación. También vemos que algunas personas, invadidas por los celos, creen que su pareja les es infiel; otras más son posesivas y no toleran que sus seres queridos tengan relaciones amistosas con otros. Algunos individuos aguantan no saberlo todo y llegan a reconocer sus errores; en cambio, otros querrán imponer su poder a la fuerza y someter a quienes los rodean. ¿De qué depende que la respuesta sea constructiva o destructiva? ¿Por qué cada uno genera soluciones particulares?

Algunos planteamientos teóricos del psicoanalista Wilfred Bion (1962) nos pueden ayudar a contestar estas cuestiones. Para este autor, la tolerancia al dolor, a la incertidumbre y al no saber determina la posibilidad de dar sentido a la pasión o “experiencia emocional”, como él la nombra. Si no se tolera el dolor, es probable que la experiencia emocional sea evacuada por cualquier medio, como si las pasiones, junto con su dolor, buscaran desterrarse de la mente. Eso conlleva diversos problemas, entre otros, una capacidad disminuida para entrar en contacto con la realidad, así como el empobrecimiento de la mente bajo esta modalidad de funcionamiento psíquico.

Ejemplificando lo anterior, podemos imaginar algunas posibles reacciones frente a una ruptura amorosa. Si la persona no tolera el dolor de la separación y las pasiones que ésta desencadena, buscará evacuarlas, dejándose llevar por ellas, puesto que no logrará detenerse para contenerlas y llenarlas de significados o sentidos. Si predomina la arrogancia, se dirá, y seguramente también a los demás, que está mejor sola, que no perdió nada importante, que la culpa es del otro, o bien, que el otro se arrepentirá porque no sabe lo que se está perdiendo. Si el funcionamiento mental es aún más endeble frente al dolor y la hostilidad impera, ésta puede voltearse contra la misma persona, conduciéndola a poner en peligro su vida o la del ser amado: “si no es para mí, no será de nadie más”.

En cambio, si se tolera el dolor de la pérdida y se sostiene el esfuerzo de enfrentar el embate de las pasiones, para darles sentido antes que dejarse llevar por ellas, es posible que la persona llene de sentidos la experiencia; podría pensar, por ejemplo, en qué pudo haber pasado desde su lado para que la relación no funcionara, responsabilizándose de sí misma, incluso podría experimentar agradecimiento por lo que encontró en dicha relación, y por lo que el otro aportó a su vida. Bajo este funcionamiento mental, la pasión y el dolor inherentes a toda relación humana contribuyen al crecimiento mental.

 

Referencias

Bion, W. (1987). Aprendiendo de la experiencia. México: Paidós. (Obra original publicada en 1962).

Freud, S. (2013). Tres ensayos para una teoría sexual. Obras completas de Sigmund Freud. Buenos Aires: Amorrortu. (Obra original publicada en 1905).

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