La transferencia: ¿fenómeno universal o creación del psicoanálisis?

Por Guillermo Nieto Delgadillo

El psicoanálisis se caracteriza por tener como objeto de estudio las motivaciones inconscientes del individuo, ayudándolo así a enriquecer la totalidad de su personalidad, ya sea asistiéndolo para tolerar mejor sus impulsos amorosos u hostiles, o por medio de la comprensión de los aspectos más desconocidos de su conducta.

¿Cómo logra el psicoanálisis estas tareas? A grandes rasgos, podríamos decir que, entre otras herramientas, el psicoterapeuta cuenta con los sueños, los cuales muestran los contenidos más profundos de la mente, y con la llamada asociación libre, en la que el paciente dice todo lo que le venga a la cabeza, intentando no discriminar los contenidos y ayudando a desplegar, sin darse cuenta, sus aspectos emocionales predominantes en el momento.

Sin embargo, existe otra herramienta fundamental basada en un fenómeno muy interesante que el psicoanalista usa a lo largo de todo el tratamiento, incluso desde las entrevistas iniciales con el paciente: la transferencia.

Si uno se dedica a leer textos de técnica psicoanalítica, encontrará en prácticamente todos ellos este concepto tan interesante, que en ocasiones puede sonar alejado de la cotidianeidad, o tan complicado, que parecería inaccesible a cualquier persona que no se dedique al psicoanálisis. La transferencia es un fenómeno universal e ineludible; no obstante, necesita ser estudiado y comprendido a profundidad para poder ser utilizado.

Comencemos por lo básico: ¿qué es la transferencia? En términos generales, podemos decir que es un fenómeno inconsciente en el que la persona le adjudica a otros ciertos aspectos, cualidades o defectos que, si bien, le generan emociones genuinas, en realidad parece que se equivocó de objeto, ya que, según la teoría freudiana, son repeticiones de los sentimientos y deseos con las primeras figuras de amor: los padres.

Pongamos un par de ejemplos: a todos nos ha pasado que una persona nos cae muy bien o muy mal de manera instantánea. No sabemos por qué, pero no podemos evitar esa sensación agradable o desagradable. En la escuela teníamos al profesor “sangrón”, cuya clase se nos volvía insoportable, a pesar de que, en realidad, muy probablemente no era así. Por otro lado, teníamos a la profesora que esperábamos ver con ansias, a quien percibíamos como bondadosa y de la que nos queríamos ganar el afecto o la preferencia. ¿Qué nos sucedía? ¿Por qué tanto odio en un caso y tanto amor en el otro? ¿Eran, en realidad, así estos profesores?

Uno tiende a percibir las cosas dependiendo de su propia realidad psíquica, desde escuchar una clase que se puede volver tediosa o entretenida (no tanto por el profesor, sino por nosotros), hasta ver una obra de teatro o escuchar un concierto. Seguro los jefes y jefas no son tan malos como uno tiende a escuchar; más bien, son los representantes de las figuras paternas de un niño que así percibía a papá o a mamá, y que ahora repite con sus superiores jerárquicos.

Nos relacionamos con los demás y con nuestras actividades siguiendo este fenómeno universal, espontáneo e inconsciente que es la transferencia, siendo el genio de Sigmund Freud quien lo descubrió (pongamos atención al verbo descubrir, no inventar), diseñando una técnica para poder discriminarlo y estudiarlo como si estuviéramos observando partículas invisibles al ojo humano, a través de un microscopio.

Al analizar la transferencia dentro del consultorio con nuestros pacientes, les permitimos percatarse de todos los conflictos que suelen repetir en sus vidas cotidianas, con una diferencia simple, pero fundamental: el terapeuta le explica esto al paciente por medio de una herramienta que se llama interpretación transferencial, en lugar de reaccionar como lo harían todas las figuras fuera del tratamiento psicoanalítico. Esta interpretación transferencial es la que distingue al psicoanálisis y la psicoterapia psicoanalítica de todas las otras terapias, y es la que le permite al paciente adquirir mayor conciencia de sí mismo, con el fin de lograr cambios duraderos en su personalidad.

Parece sencillo pero, en realidad, poder realizar esta tarea requiere un entrenamiento teórico y práctico de muchos años, además de un compromiso mental y emocional por parte del terapeuta y del paciente. Desde 1905, año en el que se publicó el famoso epílogo del Caso Dora, en el que Freud describió por primera vez el fenómeno, ha habido aportaciones relevantes de otros genios a este concepto, como Melanie Klein, Wilfred Bion, entre otros que lo han enriquecido y nos han permitido trabajar con una mayor variedad de pacientes.

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