La psicoterapia de apoyo con orientación psicoanalítica: ¿Menos útil que el psicoanálisis? ¿O de igual valor, pero para situaciones distintas?

Por Guillermo Nieto Delgadillo

Una de las cuestiones más controvertidas (y desafortunadas) en el ámbito de la psicoterapia es el debate sobre la efectividad y legitimidad de los tratamientos breves y de apoyo, ya sea de orientación psicoanalítica o de otro enfoque. La “primacía” del psicoanálisis suele imponerse incluso sobre la psicoterapia psicoanalítica en lo que, a mi parecer, es un pleito sin sentido.

Si bien, es verdad que el psicoanálisis promueve el cambio psíquico más profundo y duradero de la personalidad, es necesario tomar en cuenta otros múltiples factores para darle su debido lugar a otras variantes derivadas de él. Probablemente, un poco de contexto nos ayude a poner las cosas en perspectiva.

Recordemos que el psicoanálisis partió de la necesidad de curar síntomas neuróticos. A través de las valientes y famosas pacientes mostradas en Estudios sobre la histeria, Sigmund Freud y Josef Breuer nos narraron, de forma espectacular, la evolución de la técnica psicoanalítica, partiendo de la hipnosis y llegando a la asociación libre. Los historiales clínicos de Anna O., Elisabeth von R., Miss Lucy R. y Emmy von N. en ocasiones parecen ser, más que publicaciones médicas, historias sobre los inicios del psicoanálisis que dieron la pauta para la sistematización del inconsciente, relatada en el famoso capítulo VII de La interpretación de los sueños.

Hacer consciente lo inconsciente se convirtió en la meta principal del tratamiento analítico, incluso después del final de la vida de Freud. Sin embargo, el padre del psicoanálisis realizó incontables descubrimientos sobre el funcionamiento mental, abarcó cada vez más áreas de la mente, e incluso llegó a hacer estudios integrales (aunque debatidos) sobre la personalidad como un todo.

Con la ampliación del campo clínico, derivado de la teoría freudiana, la meta original del psicoanálisis de eliminar síntomas, por medio del llenado en las lagunas de recuerdos, quedó incluida en una más ambiciosa, que abarcaba el enriquecimiento de la personalidad.

Psicoanalistas de la talla de Melanie Klein, Donald Winnicott y Wilfred Bion, entre otros, ampliaron el campo clínico de esta disciplina a patologías tan graves como la psicosis, e incluso llevaron el psicoanálisis al tratamiento de niños. Por lo tanto, la duración de los tratamientos fue alargándose, hasta llegar a la modalidad que conocemos hoy en día, en la que los objetivos son, como mencionaba antes, enriquecer la personalidad, el descubrimiento emocional y el desarrollo del carácter. Si nos ha tomado toda la vida llegar a ser como somos, es natural que también dure años un tratamiento que muestra, de manera paulatina, los orígenes inconscientes de nuestra personalidad.

Sin embargo, situaciones económicas y sociales, como las dos Guerras Mundiales y la crisis económica de 1929, llevaron a un diverso grupo de analistas a proponer otros tratamientos derivados del psicoanálisis, incluso mientras Freud avanzaba en sus descubrimientos teóricos y clínicos. Antes de continuar, es necesario mencionar que, para que estos tratamientos sean considerados de orientación psicoanalítica, deben trabajar sobre tres ejes: el inconsciente, la sexualidad infantil y el uso de la transferencia en el tratamiento.

Discípulos de Freud, como Sándor Ferenczi y Otto Rank, elaboraron técnicas llamadas activas, en las que el terapeuta podía dirigir, hasta cierto punto, la conducta del paciente. Si bien, como mencionan Michael Balint, Enid Balint y Paul H. Ornstein en su libro Psicoterapia focal, estas técnicas fueron muy criticadas y, finalmente, parecieron no dar resultados, pero dieron la pauta para la elaboración de modalidades terapéuticas que tomaran en cuenta los principios básicos del psicoanálisis que recién mencioné.

Las psicoterapias breves, de apoyo, focales y de tiempo limitado llegaron a ganar terreno con pacientes que no tenían los recursos económicos, el tiempo necesario o que presentaban una situación de crisis, como la que en la actualidad vivimos por la pandemia de COVID-19, que impide llevar a cabo un psicoanálisis tradicional. Sin embargo, la popular frase de Freud que comparaba al “oro” del psicoanálisis con el “cobre” de otras psicoterapias ha perseguido, como un fantasma, a estas modalidades terapéuticas. Esfuerzos de otros grandes terapeutas, como Otto Kernberg, le han devuelto a dichas modalidades su debido respeto; incluso llegaron a criticar el hecho de que, en las instituciones, a los terapeutas novatos, por lo general, se les solicita hacer psicoterapia de apoyo de orientación psicoanalítica, con la idea de que es más sencilla, cuando en realidad se requiere de una habilidad clínica y una técnica bastante mayores para detectar en menos tiempo aquellos mecanismos de defensa y modalidades de funcionamiento inconscientes, que la duración más larga del psicoanálisis permite observar con detalle.

El uso desafortunado del término “apoyo” tiende a provocar malinterpretaciones de esta clase de tratamientos, considerándolos como terapias simplonas en las que el terapeuta sólo debe prestar oídos y contener al paciente: nada más alejado de la verdad. En la psicoterapia de apoyo también existe la interpretación de los mecanismos de defensa más primitivos de una persona y el manejo de la transferencia; a pesar de que es distinto al de la psicoterapia psicoanalítica, está presente en todo momento.

La psicoterapia de apoyo es, por lo tanto, una opción terapéutica muy rica y profunda que debe ser estudiada en serio, ya que puede brindarle tanto al psicoterapeuta como al paciente una oportunidad muy valiosa de trabajar y solucionar problemas.

 

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