Conductas creativas y destructivas durante la adolescencia. Por Mariana Castillo

Por Mariana Castillo López

La adolescencia es un momento de cambios y de construcción. Debido a las condiciones mismas, esta etapa del desarrollo se caracteriza por un estado de caos y conflicto que tiene la función de constituir una identidad adulta. El camino no es sencillo, pues se ve atravesado por una serie de duelos y pérdidas necesarias que implican una sacudida a la mente infantil que está por reconstruirse. El adolescente se ve inmerso en una marejada de emociones y retos muy difíciles de enfrentar y que, debido a su fuerza, pueden producir conductas de riesgo, lo cual dificulta aún más el paso por este momento de la vida.

Tanto para el adolescente como para quienes le rodean sigue siendo muy difícil distinguir entre las conductas que favorecen la integración y el desarrollo, y aquellas que están destinadas a evitar el pensamiento y el crecimiento. Ante los ojos de los adultos que están en contacto con los adolescentes surgen preguntas comunes sobre cómo distinguir entre lo normal y lo patológico: ¿cómo saber cuál es el límite entre algo habitual y algo excesivo? Y, sobre todo, ¿cómo detectar y atender conductas riesgosas en los adolescentes?

Para quienes mantienen un contacto profesional con jóvenes adolescentes, resulta de gran utilidad contar con herramientas de observación que les permitan detectar oportunamente conductas de riesgo y conductas normales que expresan una dificultad para integrar los conflictos, pero que son normales durante la adolescencia. La diferencia entre unas conductas y otras es muy sutil, y se relaciona con la parte más profunda de la mente. Por ejemplo, podemos pensar en un adolescente que pasa seis horas diarias realizando actividad física. En un primer nivel, dicha conducta puede verse motivada por las ansiedades que le despierta el desarrollo de un cuerpo nuevo, el cual no puede controlar; por tanto, encuentra en la actividad física una forma de ejercer ese control. En otro nivel, la misma conducta puede estar encaminada a desechar y evitar contactar con el dolor que implica dejar su condición infantil. Y en un nivel más, la participación activa en un grupo de pares cumple con una necesidad normal de pertenencia.

Un adolescente que pasa demasiado tiempo en internet o en redes sociales puede, asimismo, estar cumpliendo diversas necesidades: por ejemplo, para un chico, pasar horas viendo videos en YouTube puede significar abstraerse de un mundo que le aterra y, a su vez, es una forma de escapar de las emociones que le angustian y que no comprende. Otro chico que juega video juegos de guerra todas las tardes puede, a través del asesinato de sus enemigos virtuales, estar tramitando sus ansiedades de rivalidad con jóvenes de su misma edad que representan a sus hermanos.

El curso “Conductas recreativas y destructivas durante la adolescencia” del Centro Eleia está diseñando para que, a través de lecturas y ejemplos, los alumnos logren indagar y comprender las motivaciones más profundas que se perfilan detrás de ciertas conductas adolescentes. Para poder realizar una derivación adecuada – y debido a su nivel de complejidad – estas conductas no deben juzgarse como patológicas o sanas en un primer instante; al contrario, deben analizarse según su individualidad y conforme a su motivación, más que de acuerdo a la conducta misma.

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